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Apunte libertario

El capitalismo se ha dedicado a calar hondo en la existencia del hombre, como panacea de la modernidad, en función del fulano progreso (que nunca llega); contando con su afamado mecanismo del libre mercado, mercancías, cuerpos, almas y demás se han visto sumergidas en el toma y dame que viene a resultar en el intercambio de dinero por ilusiones. La alienación del hombre frente a las cosas que le rodean, es su pan de cada día, es así como se aleja de si mismo trabajando en función de otro (propietario), el cual goza de la mayoría de las ganancias que este genera, la fuerza de trabajo de la que hablo el barbudo Marx. Producto básico con que se alimentan las grandes corporaciones. El combustible que le devenga la renta suculenta al menor costo. Sangre, sudor y lágrimas, distintivo modelo de superación humana. Y todavía se afanan en repetir que la propiedad os hará libres. La adquisición desmedida de cosas, para que las cosas sientan por nosotros, algunos han logrado borrarnos del espejo. Somos una sola masa uniforme, unos zapatos, una camisa, un concepto.

La alienación es un componente clave para el hombre moderno sin ilusiones, es la máquina perfecta. Es algo así como un sacrificio en silencio, sin chistar, como la mascota que no dejara de lamer la mano de su amo mientras su plato este lleno de comida. El hombre no se pertenece, es una mercancía en el canje por otras mercancías. Por ende la galopante economía arrasa con la mirada vacía, despoblada de porvenir. Parece que caminamos dentro de un círculo que no tiene fin, una serpiente que se muerde la cola. Sin embargo esto no se limita a las cosas, también lo podemos constatar en lo que decimos, pensamos, actuamos de cual o demás forma. El status quo no quiere hombres libres, necesita de consumidores, autómatas, tornillos para el engranaje de la gran maquinaria que defiende el orden del mundo, por el bien de las mayorías. Por eso desde el momento en que decimos no, desde el momento en que renunciamos a un trabajo porque es injusto, porque no contempla mis aspiraciones personales, dejo de comprar ese teléfono inteligente porque sencillamente no necesito gastar mi dinero en algo que de todas maneras sirve para llamar, y cualquier teléfono digno cumple esa tarea. Damos la media vuelta y nos salimos del rebaño, en el que todos ven una pantallita, hablan creyendo opinar, pero solo están repitiendo un dictado de los laboratorios de la verdad, de cualquier  calaña que se les sea necesario crear. En ese primer y decisivo paso, comenzamos a forjar el temido camino de la libertad. El solitario y forajido se lanza a su suerte, por si mismo, por la empresa que nada le asegura en el futuro, más que la toma de riendas del señorío de sus decisiones. La libertad toca tierra, y deja de ser una ensoñación de algún pistola del que todos se ríen, porque tienen miedo de mirar lejos de su nariz.

La libertad se va construyendo en pequeños actos invisibles al ojo común, ese que moldea a su imagen y semejanza el poder.

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