A la Cuenta de Tres

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Era eso de la medianoche en la taberna del Pajarraco, cuando un forastero entró. Desde aquel momento en que sus botas pisaron las tablas, los presentes nos alteramos, algo no andaba bien aquella noche.
Apestaba a azufre aquel forastero, pálido y tan alto como una viga, caminó lentamente hasta la barra.
—Un vaso de su mejor Whisky y uno para aquel señor en el fondo— le indicó el forastero a don Bruce, dueño del local.
El desagraciado que bebería invitado por el forastero no era otro que el bandolero “reformado” Robert Van Green.
—Muchas gracias, señor. Pero ya estoy un poco mareado por la cerveza.
—Yo pagaré. Si se niega, se las verá conmigo— insistió el forastero, poniendo al alcance de Robert el vaso.
—¡De seguro los presentes me conocen! ¡Soy John “dientes plateados” Miller!
Hace tres años ese desgraciado mató a un anciano para robarle una cantimplora llena de quien sabe porquería destilada.
—Así que después de ahorcado, no he encontrado descanso. Hasta que me derroten bebiendo ¡Aquel hombre que no me ayude en mi calvario, morirá por mi mano!
La mente del “reformado” se aclaró bruscamente. Debía usar su famosa lengua de plata, en un desesperado intento de librarse de aquel predicamento.
—Me halaga que vea en mi un buen samaritano. Pero lamento decirlo que pocos me han visto la cara de tonto; no saldría bien librado en ninguna de las opciones que me ofrece.
El condenado volvió a mostrar su furia, golpeando la madera, sus ojos se tornaron rojos.
—¡Si salgo de este tormento, podré descansar en paz y pagaré mis errores finalmente!
Y así comenzó aquel extraño duelo, con una mesa que poco a poco se fue llenando de vasos y botellas. Primero whisky, luego tequila, ron y ginebra. A pesar de la marca de la horca, el condenado bebía como solía hacerlo vivo.
Había llegado el amanecer y había un claro ganador. El condenado se desmayó, segundos después del ultimo vaso; mientras Robert a duras penas se mantenía sentado. Su cabeza daba vueltas, como las aspas de un molino.
Por cuenta propia (y también tambaleándose) John regresó a su tumba, la cual estaba abierta de par en par para nunca salir. Desde aquel suceso, Robert dejó de beber alcohol y buscó hacerse una persona de bien.

Nota del autor: Este es mi primer aporte a la página. Un intento de cuento de folletín para una página cuyo nombre es Panfleto Negro.

 


 

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