La fiebre del desarrollo en África negra, por el escritor y dramaturgo Inongo vi Makomè

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Somos muchos los que deseamos y albergamos la esperanza de contribuir al desarrollo de nuestro continente, África. Pero ese deseo nos aboca a una seria inquietud.

Y dicha inquietud obedece a que ese desarrollo tan añorado incluiría que toda la población tuviera los alimentos precisos, que nuestros hospitales estuvieran mínimamente bien equipados, y su personal atendiendo adecuadamente y con más humanidad a todos los enfermos sin importar su procedencia ni su nivel económico, sino tan sólo la gravedad de sus males; que todos los niños en edad escolar acudieran a la escuela y se prepararan para el futuro; que toda la población dispusiera de agua potable, etc. Pero este no es el panorama que contemplamos.

La conquista de estos y otros valores es primordial y necesaria. Pero en muchos lugares de nuestros países observamos una destrucción ciega de nuestro medio ambiente. Parece que la fiebre del desarrollo exige tumbar los árboles de los bosques, destruir las costas, o privatizar sus playas, etc. Nadie parece cuestionar ese tipo de desarrollo y menos hacia donde nos conduce. El pueblo llano permanece mudo ante lo que pasa a su alrededor. La claridad que provoca la destrucción del medio ambiente se vende como desarrollo, como civilización, como el fin de nuestro estado primitivo o salvaje…

África negra, nuestro continente, nuestra tierra, nuestro pueblo, es “un gran pueblo”, que estuvo vencido en el pasado por otros, y a pesar de las independencias conquistadas, no conseguimos aún desprendernos de todo del ancho manto del complejo de inferioridad con el que nos cubrieron los vencedores. Y creo que nuestras metas deben consistir en sacudirse de ese complejo de inferioridad, recuperar nuestra personalidad, nuestras raíces, y caminar con seguridad hacia el futuro, sin tender a querer justificarnos en cada momento por lo que hacemos o debemos hacer. Porque creo que el concepto de “desarrollo” que encontramos hoy en muchos de nuestros países se basa más en esa justificación, que en la propia esencia de lo que debe ser y significar.

Cuando escuchamos la propaganda que algunos de nuestros gobiernos lanzan sobre las metas a alcanzar, con slogans referentes a “Horizonte dos mil tanto…”, nos preguntamos, ¿qué metas son exactamente las que queremos alcanzar? No es que estemos en contra del desarrollo material que se nos predica y nos prometen. Lo que nos inquieta es observar que la carrera hacia la luz del desarrollo material va en paralelo con el oscurecimiento de la carrera por la conquista de los valores humanos básicos que toda sociedad necesita. Hasta me atrevería a decir que la oscuridad del camino que conduce a la conquista de estos valores básicos, es hoy por hoy más intensa que la luz que ilumina la conquista de los bienes materiales. De ahí viene la preocupación de algunos de nosotros.

En esta carrera de fondo hacia el desarrollo, el saqueo de los bienes de los Estados por parte de quienes presiden los gobiernos, parece más un deber y una obligación dentro de esos proyectos de desarrollo, que algo que debía estar prohibido; los funcionarios de categorías inferiores tampoco se quedan atrás: entrar en cualquier oficina del Estado para obtener un documento, requiere el pago de una especie de ”impuesto revolucionario” al responsable del turno, y nunca existe ningún recibo de lo que se paga. Así mismo, circular por nuestras carreteras es un verdadero calvario: los guardias que los conductores van encontrando a lo largo de las carreteras parecen más bien mendigos o salteadores de caminos, que funcionarios encargados de velar por la seguridad de los ciudadanos. Un gendarme me confesó una vez en Camerún que conseguir que el jefe te designe para estar de servicio en la carretera, es como ganar un premio en la lotería. Todos los compañeros se pelean por ello. El jefe es un verdadero amo. Un dios. Al final de cada jornada, el guardia designado vuelve primero al puesto de mando para repartir las ganancias con el jefe. Para cruzar cualquier frontera entre dos países hermanos, hay que pagar algo a los militares, gendarmes, aduaneros, marineros, jefes de puertos o lo que corresponda. En una ocasión, después de ser saqueado por estos “impuestos revolucionarios” en el lado de Camerún, me tocó sufrir lo mismo en el territorio guineoecuatoriano, nada más pasar la frontera. Allí me obligaron a pagar a parte de lo que se me pedían a mí, el importe de cada bolsa de mano que llevaba.

¿Estas son las metas que nos van a ayudar a alcanzar esos slogans que preconizan nuestro desarrollo como “países emergentes”? ¿Vamos a “emerger” más para lo malo que para lo bueno? En mi país, Camerún se construye un puerto de aguas profundas en Kribi, dicen. Pero más que de aguas profundas, parece ser un puerto de selvas, bosques o tierras profundos. En una extensión más o menos de unos treinta kilómetros de largo y de ancho, se están expropiando terrenos a los nativos del lugar, Batanga, fangs, Mabi y pigmeos. Los echan de sus poblados porque, según se comenta, se va a construir una ciudad nueva… Pero, ¿qué ciudad nueva exige para su construcción deshacerse primero de la presencia de los autóctonos del lugar? Algo hueve mal en este proyecto como en tantos otros. Los miembros del gobierno se valen de sus puestos y su poder para adueñarse de los terrenos de los pobres ciudadanos sin voz ni voto. Terrenos que más tarde multiplicaran su valor para rendir grandes ganancias. Ya se han dado innumerables casos de ese tipo de saqueo a los pobres. Esa cultura del robo, y del engaño parece la elegida por nuestros mandatarios para conducirnos hacia esos supuestos horizontes de desarrollo como países emergentes.

En esa ruta de la luz de desarrollo, se ha incorporado la empresa francesa, RAZEL, que, sin ningún escrúpulo, ha comenzado a destrozar el entorno del río Lobè, taponando sus pantanos, a pesar de gozar de la protección de la UNESCO. No se ha previsto el peligro que correrán los habitantes del lugar cuando, una vez taponados esos pantanos, lleguen las lluvias y la consiguiente subida y el desbordamiento del río. Las vidas de los lugareños no importan si centella la luz del desarrollo y aumentan los beneficios económicos de unos pocos. Cuando me encontré con el joven ingeniero francés responsable de la empresa y de esa barbarie en el lugar, que es precisamente mi pueblo natal, le pregunté si se podría llevar a cabo semejante “crimen” en algún lugar de Francia o de Europa. Me contestó sonriendo que se lo habían autorizado el Prefecto de la provincia y el jefe tradicional del pueblo. Sólo me faltó preguntarle, por cuánta cantidad de dinero…

Por eso acudo a los amigos y personas de buena voluntad que sé que habitan todavía en éste nuestro mundo, para que se dirijan a la empresa francesa RAZEL, y le rueguen que respecte al entorno singular de mi pueblo, Lobè, con su río y sus cataratas que desembocan a pocos metros del mar. Y así mismo, que supliquen al excelentísimo señor presidente de Camerún, Paul Biya, que siga de cerca la construcción del puerto de aguas profundas de Kribi, pero sin evacuar a los nativos del lugar. Puede que por su avanzada edad no esté al tanto del saqueo que sus colaboradores más próximos están llevando a cabo, pero hay que procurar que reaccione para evitar este desastre, este crimen contra su propio pueblo.

Por favor compañeros y amigos del mundo entero, ayudadnos a salvar el entorno natural del río Lobè y la suerte de los nativos de los alrededores del puerto de aguas profundas de Kribi. Caminar hacia la luz del desarrollo, no tiene que significar, pisotear a los más débiles ni deteriorar nuestro medio ambiente.

Fuente: http://revistalairademorfeo.net

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