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IV Feria del Libro de Caracas: la más triste de todas

Salón Chiabe

Propongo que consideremos a las ferias del libro organizadas por el Ministerio de la Cultura como una obra literaria viviente, un performance en progreso, literatura viva y sensorial. Y así, habría que meter a las ferias del chavismo en un subgénero literario; podría ser la épica de la decadencia o la literatura de los suicidas. Porque, coño, no puede ser normal que cada vez que voy a una salgo con tristeza, como si acaba de leer la nota suicida de Virginia Woolf o alguna carta de Francis Scott Fitzgerald, desesperado por la enfermedad mental de su esposa.

Por eso este año decidí que no iría, no perdería mi tiempo paseándome de nuevo por las mismas gigantografías, el mismo catálogo descuidado del estado. Prefería abstenerme. Especialmente, luego de que el pasado domingo Sergio hiciera una breve y demoledora reseña. Pero el lunes un cliente me embarcó, no había nada mejor que hacer y pensé que por ser lunes el ambiente pudiera estar menos cargado. Alrededor de las dos de la tarde, llegué a los espacios de la plaza de los museos para comprobar que las ferias han avanzado bastante: cada año son más tristes.

Este año tuvo un elemento más ruin: la utilización de niños. Y a juzgar por ciertas mediocridades publicadas aquí mismo en panfletonegro, la cosa funcionó.

Al entrar, encuentras un ambiente infantilizado, pequeñas figuras de niños lectores están distribuidas estratégicamente a lo largo del espacio. Todos los toldos exhiben su numeración en cartelitos con nubecitas y un dibujo de un niño jugando. Pero todo eso queda a un lado cuando afinas los sentidos y recibes el sonido que te acompañará durante todo el recorrido: un micrófono encajonado y con los bajos muy mal nivelados del que sale una narración, como la de un audiolibro, que nos narra la vida y obra de Hugo Chávez. En tono de gesta, claro está; con episodios que parecían insuperables, dificultades enfrentadas con valentía y toda esa cursilería predecible que ya hemos oído hasta la saciedad y la náusea. El mensaje se repite en loop y se escucha distante.

La herradura de toldos está dispuesta en la plaza igual que todos los años. Desde afuera puede adivinarse el contenido de cada uno de los puestos de venta, apenas y si hace falta recorrerlos. Las fotos del Che, otrora ídolo indiscutible de estas ferias, lucen discretas en pocos puestos, lo mismo pasa con Trostky o Lenin; sus imágenes ha sido desplazadas por la de Hugo Chávez, imagen omnipresente en todos los puestos, en todas las esquinas.

En el centro de la plaza está el Salón Hugo Chávez, donde se hacen los bautizos y las ruedas de prensa. Apenas algún puesto de títeres y otro de libros infantiles desentona en la monocorde propuesta de Chávez. Chávez militar, Chávez civil, Chávez con gotas de lluvia flotando frente a sus manos, Chávez de rojo, Chávez de verde, Chávez invitando a leer, Chávez defendiendo la cultura, Chávez sonriendo, Chávez serio, Chávez abrazando una niña, Chávez, Chávez…

A un costado, el Museo de Ciencia luce abierto. Tengo ganas de entrar, pero me da miedo encontrarme con un Chávez momificado o con una exposición dedicada a la genética del Comandante. Prefiero andar el paso hacia el Parque de los Caobos. Tal vez la única decisión coherente de la edición de este año fue extender el espacio de la feria hacia más allá de la plaza y colocar algunos stands (especialmente los de algunas editoriales privadas) hacia la grama del parque. Al llegar a la entrada, unos patineteros hacen piruetas y matan el aburrimiento, ajenos a todos. Son tal vez la única presencia honesta en toda la feria: gente sin nada que hacer que entra allí a matar el tiempo porque en esta ciudad no hay nada que hacer.

Los stands lucen vacíos. La gente prefiere hacer una gigantesca cola para entrar en un improvisado circo, ubicado a la derecha de los puestos, o beber café y refrescos en los puestos colocados para ellos, que comprar libros. Por cierto, a precios absurdamente altos: como si se tratara de un concierto de Evenpro, un refresco de lata te lo clavan en veinticinco bolos, un pastelito te puede costar cuarenta. Definitivamente, el Estado dilapidó el dinero de la bonanza petrolera y ahora ya no hay mucho flujo de caja para subsidiar el populismo cultural. Y no sólo lo dicen los precios de las golosinas, cuando entro al stand de Monte Ávila, que junto al de Fundarte suele ser el mejor surtido, la realidad me vuelve a golpear: la oferta es menor que en años anteriores. Y, encima, hay un descuido gigantesco. Quiero comprar los libros de la última edición del Concurso de Autores Inéditos, pero no puedo; sobre las mesas no hay novedades, figuran los mismos libros de años anteriores, casi como si se hubieran traído el stock sin vender de las Librerías del Sur. Si acaso el único stand donde se nota cierto empeño es en el de la Plataforma de Cine. Veo algunos títulos nacionales editados en DVD. Es una medida correcta, lástima la forma, lástima que cuando le preguntes a quienes atienden el puesto, ni saben contestarte alguna duda. Iba a comprar algunos, pero no tenían el punto funcionando y andaba con poco efectivo. Dejé las cintas y entré a Fundarte.

Aparte del descuido, los que están en el stand de Fundarte lucen amargados, te atienden de mala gana. Hay un ambiente raro flotando en el sitio. Luego de evadir la mirada de un lugar común (boina, lentecitos de Trostky, barbita de Fidel, corte de pelo alternativo, franelita del Festival Mundial de la Juventud), me detengo en la estantería y encuentro unas libretitas y cuadernitos hipsters, con imágenes de Lenin, Trostky, Rosa Luxenburgo, Frida Kahlo. Para mi sorpresa no hay ninguna del Che. Se trata de la revolución marketiniada para un público cool. Los niños y niñas intensos deliran por las libretitas, que se venden cual moleskines de izquierda.

Me siento en la fuente del parque, ya no quiero recorrer nada. Estoy cansado, molesto, triste. Descubro que no hay nada que decir sobre esta feria que ya no se haya dicho, y que cualquier cosa que se diga será inútil. Pero me sigue llegando el sonidito del principio, la misma narrativa cursi, ahora alternada por las voces de niños cantores y recitadores de poesía.

Camino buscando el sonido, y luego de unos minutos de atravesar el parque desandando el camino hasta la entrada, lo encuentro. Se trata de un sitio adornado como el salón de eventos de una escuela, cual graduación de niños de sexto grado. Se lee «Pabellón Infantil: Vicente Patacaliente». Sobre el escenario hay dos cornetas, es de allí de donde sale la maldita narración que no te abandona ni un segundo. Sobre esa tarima, empiezan a formarse unos niños en fila india, esperando turno por el micrófono. Todos aguardan el final de la narración en loop para recitar poemas al Comandante; para cantar canciones al Comandante; para entonar el “patria querida”, canción-letanía que un pequeño canta a todo gañote, desafinando los versos, exagerando los gestos militaroides de sus manos. Se trata de un espectáculo vergonzante y vomitivo. A la gente de la izquierda revolucionaria le gusta rodearse de niños, de pobres y de enfermos. Estar al lado de los débiles los hace lucir poderosos. Esconden con el mote de «compromiso social» un deseo bajo de ser llamados santos y protectores porque alimentan a un hambriento y fingen cobijar con sus brazos a los pequeños y desvalidos. Lo mismo hacen las misses, con la diferencia de que a ellas alguna buena intención las mueve. No es este el caso. Aquí el escaso público está conformado por adultos insensibles y cernícalos, que cual vampiros del subdesarrollo este año ha decidido excusar un monumento para el culto a la personalidad de recién fallecido Presidente, en una feria dizque para llevar cultura y entretenimiento a los más pequeños. Se trata de una impostura y de una bajeza. Por eso la izquierda no lucha contra la pobreza, ya que vive y se beneficia de ella

La voz de una niña, ahora, recita un poema de Benedetti, y yo me lleno de unas incontenibles ganas de salir corriendo. Lo hago. No compro nada y me voy: esta feria fue, ¡quién lo diría!, más triste que las anteriores, y eso que ni siquiera llovió.

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