Mi vida, a través de los perros (XLI)

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Tras quince horas de manejar por una carretera que por razones múltiples se mostró hostil hacia los conductores, lo menos que quería era llegar a enfrentarme con la situación que me esperaba en casa. Pero no tenía otra posibilidad. Debía asumir una posición definitiva, deslastrarme de aquella relación tóxica con Lucía, independientemente de mi futuro con Helga. Por buena parte de la travesía estuve imaginándome los posibles escenarios y eventuales desenlaces, pero ninguno de ellos se acercó siquiera a la verdad. Llegué de noche, y me sorprendió ver que todo estaba a oscuras, como si no hubiera nadie en la propiedad. Estacioné y al entrar a la casa vi con disgusto que había un desorden que parecía orquestado a propósito: todo estaba revuelto, había ropa tirada por doquier, botellas semivacías en todos lados, y lo que más me dolió: el primer cuadro que me pintara Helga tenía un desgarre diagonal que abarcaba de esquina a esquina. Byron no entendía nada, y se agitaba entre el desorden inusual que visualizaba. Enfurecí como creo nunca haberlo hecho, y me puse a gritar el nombre de la desgraciada que había profanado de tal manera mi hogar. Pero fue inútil, no había rastros ni de ella ni del otro individuo. Pensé que tal vez habían escapado juntos, pero deseché en seguida la idea: Lucía era demasiado sofisticada como para enredarse con aquel bruto. Con la copia que conservaba de las llaves de la casita de Helga fui a revisar en cual estado se encontraba. Con alivio constaté que todo se hallaba en orden, pero no había señales de Kurt. Cuando pude recomponerme un poco llamé a la clínica en donde habían llegado Helga y su madre y tras unas cuantas transferencias logré comunicarme;  me informó que la señora pasaría la noche en cuidados intensivos pues su estado seguía siendo muy crítico. Le pregunté si quería que la fuera a buscar pero replicó que de ninguna manera se iba a separar de su mamá. Dentro de todo eso me alivió, pues no hubiera querido que además de lo que estaba viviendo se enterara de los acontecimientos ocurridos en la casa.

Estaba molido por el viaje pero me costó muchísimo conciliar el sueño, tal era la rabia que sentía por la afrenta sufrida. Fue una muestra de celos, sin duda. Eso me desconcertó bastante pues Lucía nunca había demostrado ser portadora de ese sentimiento; ella asumía su papel de dominadora y hasta allí. Pero tal vez entró en cólera y pánico al ver que estaba siendo desplazada y por ello actuó de manera tan irracional. Ese desgarrón significaba una declaración de guerra: no iba a irse sin luchar. Y ella sabía pelear sucio,de eso tenía múltiples evidencias. Me tomé más de un par de whiskies para sosegarme, y por fin caí en una especie de sopor interrumpido por frecuentes pesadillas. No las recuerdo bien, pero el tema recurrente era una gran amenaza que se cernía sobre nosotros, Helga y yo. Algo trataba de separarnos, ella se perdía y yo la buscaba sin cesar. Desperté sobresaltado varias veces, y cuando ya empezaba a amanecer decidí que ya era hora de ir a verla a la clínica, y calmar mis ansias. Ya tendría tiempo – y ganas – de recoger el estropicio. Me dí un baño rápido, y vistiendo cualquier cosa me alisté para salir.

Helga estaba sentada en una de las sillas de la salita de espera a las afueras del área de cuidados intensivos, demacrada y ojerosa. Cuando me vio su expresión fue de alivio. Le había llevado un café con leche y un sandwich, de esos tiesos que venden en las cafeterías de las clínicas; fue lo único que conseguí a esa hora. Me senté junto a ella, y tras devorar el leve desayuno se desahogó, contándome los avatares de su viaje en la aeroambulancia, que había resultado ser una avionetica glorificada,   y a la cual le había costado un mundo salir del aeropuerto y remontar las altitudes que rodean la ciudad; los embates del viento parecían jugar con el liviano aparato, que se estremecía y bamboleaba como si no tuviera un rumbo fijo. Fueron dos horas y media de genuino terror, según lo que me comentó. Por fortuna su madre estaba sedada, y no padeció gran cosa. Yo la dejé hablar todo lo que quiso, sin interrumpirla. Aunque estaba interesado en detalles más concretos, no me pareció prudente interrogarla y atosigarla con cuestiones prácticas; ya me entendería con los médicos y la administración del centro hospitalario.

-¿Sabes? Creo que no se acuerda de mí… – me dijo de repente, como si se estuviera despojando de un lastre.

-¿Por qué lo dices? Es normal que no te reconozca, después de tantos años. Te fuiste de su lado siendo una niña pequeña, si te pones a ver.

-No, no es eso. No se acuerda de haber tenido una hija, ni de haberse casado con un extranjero. Cuando comencé a conversar con ella, puso cara de no entender nada de lo que le estaba diciendo.

-Tienes que considerar que está muy enferma, y tal vez su estado mental no es el más lúcido.

-Bueno…. sí, la verdad es que casi no pronunció palabra alguna desde que llegué a su lado, y se la pasó dormida gran parte del tiempo. Es muy duro…- y estalló en un llanto quedo, silencioso. No me quedó más remedio que tomarla entre mis brazos y servirle de cobijo en esa crisis. No le duró mucho, sin embargo. Se recompuso y me dijo:

-Tomás, no he tenido tiempo de agradecerte por todo lo que estás haciendo por mí. Eres un ángel, y no lo digo de manera figurada: en verdad creo que eres una criatura que me mandaron para que cuidara de mí.

-No exageres. Ni me compares con esos seres que deben ser tan aburridos en su santidad. Y ya sabes que esto no es de gratis, estoy acumulando una espléndida colección de pinturas gracias a ello.

-Tonto, esos cuadros no valen nada al lado de lo que me has dado tú. Y ahora me doy cuenta de lo ciega que he sido durante todo este tiempo.

Esas palabras significaron mucho. Aunque ambiguas, pude extrapolar de ellas que comenzaba a interesarse en mí de otra manera. Eso me llenó de gozo pues por mi parte ya no podía ocultar mis sentimientos; me había enamorado como no lo hacía desde mucho tiempo atrás. Sin embargo me pareció que en ese momento hubiera sido desleal buscar algo más pues Helga estaba sumamente frágil, por lo que decidí ser caballero andante a la usanza de los paladines de las novelas prerenacentistas. Sería su noble escudero por un tiempo más, total ya había esperado bastante como para irme de bruces justo en ese momento.

2 Comentarios

  1. ¿sabes lo que vengo pensando desde hace unos cuarenta capitulos? Que tu debes de llevar una vida de perro.
    (ojo eso no es peyorativo, los mios estan supercomodos, cuando tienen hambre les dan comida y cuando quieren salir hay que sacarlos, y se la pasan el dia durmiendo)

  2. Ojalá, mi pana. Mis perras llevan una vida muchísimo más relajada que la mía. Su única preocupación es que en la mañana y en la noche su tazón de perrarina esté lleno.

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