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Crónica de dos venezolanos atrapados por la magia de los parques de Disney

Disney
Llevamos un año visitando el complejo Disney para armar las fichas de una investigación antropológica sobre uno de los íconos de la cultura mainstream. Una de las joyas de la corona de la compañía del viejo Walt.

Hemos tomado fotos, grabado enormes tiras de video y concurrido a los cinco parques de la organización, ubicados en Orlando.

El resultado de nuestras observaciones queremos compartirlo por diferentes plataformas.

Es un pequeño proyecto, pagado con nuestro bolsillo, donde buscamos abarcar las redes sociales a través de textos, artículos y un cortometraje documental.

Hoy empezamos con la primera avanzada de nuestras conclusiones, alrededor del caso.

Les propondremos algunas consideraciones y reflexiones colectivas, con el fin de discutir nuestras percepciones con ustedes.

Para arrancar, como diría Lisa Blackmore, los parques de Disney son espacios de aspiración, no necesariamente negativos o perniciosos por ello.

Olvídense de los prejuicios de la hipócrita izquierda caviar, cuyos hijos concurren al espectro y lo descubren con beneplácito.

La gente asiste movida por el interés, sin ser arriada, con una auténtica emoción infantil entre labios.

Los turistas vienen a saciar una inquietud, desde los destinos más inconexos e inverosímiles.

Si antes los venezolanos éramos los reyes de Magic Kingdom, hoy los brasileros e Indios son los consentidos del lugar, trayendo dinero fresco y efectivo para las arcas del ratón Mickey. Por supuesto, consumar la fantasía tiene su precio en dólares y las entradas cuestan cada vez más caro.

Disney no sería una utopía del socialismo real y fallido, como Cuba, sino una expresión de las bondades y contradicciones del capitalismo en sus fases de apogeo y depresión.

No en balde, llama poderosamente la atención la avanzada edad de muchos de los empleados de la planta, forzados a regresar del retiro para pagar las cuentas de la luz y la hipoteca.

Hace rato, Disney no es aquella postal eugenésica de trabajadores rubios con dientes blancos y un porte de estrellas emergentes de Hollywood.

En efecto, predominan los acentos, las minorías en plan de paro, las arrugas y las cabelleras pobladas por canas.

Los ancianos atienden con dignidad y esmero pero también con una cierta pena difícil de disimular.

En un restaurante divisamos un ambiente de geriátrico, como si los abuelos fuesen una piedra angular del sistema burocrático y de explotación de Disney, a cuenta de la promesa incumplida del salario mínimo.

Entablamos conversación con una simpática chica mejicana, quien nos sirve la versión Disney de una Margarita frozen. Es como un raspado de Coca Cola, con licor, vendido en Seven Eleven.

Ella lo cobra y lo prepara delante de nosotros, con una sonrisa cómplice, queriéndonos decir: “ustedes conocen al patrón y se pueden imaginar el sabor prefabricado”.

Yo pago en efectivo por la transacción e intento aliviar mi sed de un solo trago. Llevamos ocho horas de faena y necesito recobrar fuerzas.

El remoto sabor de la Tequila se me diluye entre un tobo de azúcar, limonada y hielo picado. Lo suficiente para coger calor, retomar la conversación con Claudia y avanzar por los pabellones de Epcot Center.

Claudia es baquiana del sitio y opta por una mejor salida. Compra una cerveza alemana importada. Un tiro al piso. Nadie nos mira feo, como en los locales de Caracas, por escoger la cebada. Recordamos un periplo a Berlín cuando literalmente viajamos en metro con un tercio a cualquier hora.

Sin embargo, el tinglado germánico de Disney está muy lejos de ser una replica del espíritu de la diversidad teutona.

Si acaso es una fachada uniforme de una película de serie “b”, interpretada por dobles americanos.

Bastardos sin Gloria fuera de la magia de Tarantino.

Entro a la tienda y veo una fila de ropa marca Adidas.

Los diseños son de una temporada pasada, aunque te quieren quitar un ojo de la cara por cada pieza de ropa.

Afuera hace frío parejo, caminamos a toda velocidad y nos refugiamos en la guarida de Japón.

Es un paraíso Otaku para los fanáticos del manga, el orientalismo, Mazinger Z, el sushi, el animé y la visión kistch del consumismo asiático.

Todo luce apagado menos la tienda, llena de color, entusiasmo a flor de piel y peluches del gato Totoro. Quisiera ser tan inteligente como Marker para entender el trasfondo de la puesta en escena.

A falta de él, me siento movido por su omnipresencia fantasmal. A lo mejor, el alcohol hizo su efecto deseado en mi organismo.

Verbigracia, alcanzo a despertar de mi estado de letargo para activar mis neuronas.

En el instante, alucino pertenecer a una caricatura bizarra de Miyazaki, al estilo del “Viaje de Chihiro”.

En consecuencia, somos como bestias salvajes devorando un banquete para alimentar nuestro gusto por la comida procesada y llevarnos en dirección al matadero de la historia.

Por inercia y ganas de quemar los minutos, iba a cometer el error de comprar cualquier cosa. Después me arrepentí.

El frío aguardaba por nosotros, para cortarnos las mejillas y entumecernos el cerebro. Era tarde y el calor se reservaba para los establecimientos comerciales. Entonces dimos vueltas como leones encerrados por las demás ventas de souvenirs del entorno.

Disney en temporada de invierno, nos hacía añorar la estancia durante el verano.

Igual gozamos como niño con juguete nuevo en montañas rusas, películas y zonas de esparcimiento.

Con todo, el verdadero disfrute de las instalaciones implica una experiencia previa y un conocimiento extra de entendido en la materia.

Yo solo me habría montado en un aparato por parque o dos.

De hecho, encontramos a varios venezolanos confundidos con la dinámica y molestos por pagar para hacer colas interminables y apreciar las migajas del espectáculo. Así me ocurría en el pasado. Con Claudia es distinto.

Tiene un plano mental de por dónde empezar y terminar, para montarnos en la mayor cantidad de atracciones por una jornada, valiéndonos de pases rápidos, single rides y múltiples atajos.

Prometemos volver para contarles otros secretos de Disney.

Regresamos pronto.

Nuestra aventura apenas emprende su inicio.

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