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El eterno retorno del erotismo light

Para más de un habitante de la Europa central o Norteamérica, lo que generalmente se conoce como el mundo occidental, fue una sorpresa el éxito de Fifity Shades of Grey. Para quienes olvidan rápidamente, el fenómeno puede llegar incluso a parecer único. Pero nada más lejos de la realidad: el come back del erotismo light es una de esas olas que de vez en cuando conquistan el mercado del entretenimiento. Como los cometas o las películas de zombies.

Sin embargo hubo este verano occidental una falsa sensación de innovación y de clamor de libertad, como si las jóvenes madres a quienes apunta este revival realmente dieran paso a un suceso revolucionario. Y esa sensación fue apoyada por el disimulo de los medios de comunicación, con preguntas como “¿Es esto lo que quieren las mujeres?” en sus portadas y el la primera línea de distintos análisis de dudosa profundidad.

¿Pero acaso no pasa siempre lo mismo? No tan casualmente algún canal de televisión tuvo la bondad de desempolvar una copia de Nueve Semanas y Media y me hizo regresar a mi adolescencia, esa época en la que Kim Basinger secuestraba mis fantasías eróticas, pero mi perspectiva adulta fue quizás demasiado crítica para con los iconos sexuales de los ochentas, porque esta vez Nueve Semanas y Media me resultó bastante aburrida. Y hasta decorosa, valga la redundancia.

Por otro lado, la reciente y trágica muerte de Sylvia Kristell esta ahí para recordarnos que el éxito de Nueve Semanas y Media no fue más que un avatar más de un fenómeno conocido. El escandaloso éxito de Emmanuelle es un precedente demasiado llamativo como para ser ignorado. Pero aun más llamativo es quizás lo que estas películas nos pueden decir de su correspondiente Zeitgeist.

Emmanuelle, por ejemplo, explotó el misterio de las culturas exóticas a través de la mirada de la inocente de la esposa de un diplomático francés en un paraíso tropical. Las banales fantasías de aburrimiento y descubrimiento sexual de la mujer domesticada, con Tailandia como marco, son la base de una historia de obvia añoranza postcolonial. Emmanuelle conquista sin mayor esfuerzo al nostálgico público occidental, que aun no se despierta por completo de esos días en los que eran los monarcas del edén.

Tras ver nueve Semanas y Media pude constatar que el rol de la mujer era EXACTAMENTE el mismo que el de Emmanuelle. Educada, elegante, curiosa y bella pero temerosa, subyugada y víctima de una vacuidad que debía ser llenada urgentemente con la mayor cantidad posible de orgasmos. Pero al mismo tiempo el rol de la diversidad cultural había cambiado. Ya no era la diversidad servil del periodo colonial, sino una diversidad cultural que bien podríamos categorizar como música de fondo del entorno urbano. Es casi increíble ver que en Nueva York, una ciudad que representa la diversidad cultural desde el siglo antepasado, la multiculturalidad aun pudo ser vista como un exotismo. Así, Mickey Rourke conoce a Kim Basinger en una bodeguita china atendida por su propio dueño, una especie de Fu Manchu decrépito e impaciente que habla demasiado chillado. Rourke, el corredor de bolsa exitoso, la lleva a comer a un auténtico restaurant italiano y la apabulla con historias de mafiosos asesinados de verificabilidad dudosa y luego la lleva al parque de Coney Island, donde una banda callejera de menores de edad los estafan sin mayores consecuencias. Para completar la colección de clichés sobre las minorías desplazadas neoyorquinas, un grupo de rastafaris se encargan del soundtrack de un mercado de segunda mano. La única finalidad de la diversidad cultural en Nueve Semanas y Media es darle color a la vida de los caucassians, los únicos personajes capaces de un protagonismo plausible, los únicos seres humanos con sentimientos complejos y curvas emocionales. Esa es la idea absurda de multiculturalidad que le vendieron a Europa y que hoy día es considerada fallida por los grandes líderes del viejo mundo, apuntando a la remoción de todo rastro de musulmanidad posible; una diversidad falsa y blancocéntrica.

Como Basinger o Emmanuelle, las sociedades occidentales se dejaron seducir con cuenticos exóticos y lugares comunes y se entregaron fascinadas al exitoso hombre moderno.

Fifty Shades of Grey tiene tanto o más que contar sobre las sociedades occidentales de hoy. Sin sobresaltos podemos corroborar que la mujer ocupa EXACTAMENTE el mismo lugar de siempre. Que el machismo occidental del erotismo light apenas ha evolucionado desde el Marqués De Sade. Que el sexismo aun vende y que, si aplicamos la psicología del éxito de una historia, miles de lectoras se sienten identificadas con el espejismo del hombre de mundo y su correspondiente sadomasoquismo for dummies.

Pero peor aun, el éxito de Fifty Shades of Grey es un grito que apunta a la descarada doble moral con la que el mundo occidental se dirige al subyugado rol de la mujer en otras sociedades y especialmente en la sociedad musulmana. Porque cuando es “el otro” el que es sexista y machista, la indignación es general. Esa doble moral es quizás la característica más importante de la manera en la que la sociedad occidental gerencia la diversidad cultural de hoy día.

Mientras tanto celebramos el eterno retorno del erotismo light. Nos hizo mucha falta, tan rodeados de sequía sexual como solemos quedar cuando el mercado nos abandona. Yo espero la versión cinematográfica con una bolsa de cotufas en la mano. Impacientemente esperaré hasta que lleguen las elegantes mujeres occidentales a mi pantalla, siempre hermosas, gozonas y maltratadas por los hombres exitosos del mundo moderno. Como debe ser.


PD: Gracias, Tame Impala.

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