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Con lo mío no se meta

 

Hace unos meses atrás, no muy lejos de mi casa, sucedió una tragedia: el hombre llega a su casa un poco bebido, según ve a su mujer con otro hombre; al ver eso saca su pistola, mata a su mujer, mata a su supuesto amante y luego se mata él mismo.

Nos han inculcado, desde antes de nacer, que debemos poseer: personas, lugares, cosas, ideas. El deseo de poseer a alguien puede ocasionar tragedias como que la que acaba de describir. Identificarnos con una nacionalidad, tendencia política o religiosa también ha ocasionado tragedias, asesinatos, guerras, porque asumimos como nuestro una nación, un dios, o un partido político.

Si soy hinduísta, o krisnaísta, puedo ofenderme porque alguien compare, por ejemplo, a Krishna con un pitufo, y tanta puede ser mi ofensa, que podría matar a esa persona por ofender a mi dios, pero probablemente usted que me lee ni siquiera ha oído hablar de ese dios, por tanto, no le afecta en lo absoluto si lo nombran pitufo o un personaje de Disney.

Puedo enojarme, o sentir euforia, si pierde o gana un equipo de fútbol, pero si no me interesa ese deporte, puede ganar o perder, que para mí es totalmente indiferente.

Al momento de creer que algo o alguien es nuestro, o nos identificamos con algo concreto o abstracto, hay división, dualidad, oposición, y esas divisiones, dualidades y oposiciones son el origen de los conflictos, de la infelicidad. Nos es muy difícil comprender que todo es uno, hay una sola humanidad, no dos ni cinco; hay un solo mundo, no tres ni veinte (aunque exista esa división artificial de primer, segundo y tercer mundo), hay una sola verdad, verdad que no vemos en nuestra ceguera, en nuestro deseo de devenir, en el error la dualidad.

El ateo se siente libre de sentirse ofendido si insultan a un dios, el búlgaro se siente libre de sentirse ofendido si insultan a los suecos, el que se mantiene al margen de las ideologías políticas se siente libre de sentirse ofendido si insultan a un político. Esa es la verdadera libertad, no la que proclaman las leyes o los hombres en los discursos engañosos.

Somos dueños de asumir una postura, la postura del pretender poseer, de la identificación, y con ello permanecer en el conflicto, o de asumir la postura de la no identificación, de la dulce imparcialidad. Suena a imposibles, porque así nos han enseñado, el asunto es si creemos, o no, que son imposibles.

 

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