Mi vida, a través de los perros (XIX)

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Lucía. La misteriosa, enigmática y esquiva Lucía. A pesar de haber compartido con ella la más absoluta intimidad posible, pienso que nunca llegué a conocerla del todo. Siempre se guardó algún secreto, o tal vez fue mi torpeza la que no me permitió penetrar su alma. Sin embargo fue una de las mujeres que más me trastornó; era un hechizo, una bruma, pero también un torbellino repentino que arrasaba con la geografía de mi cuerpo en un instante.

Después del episodio en el pozo, se alejó de mí de manera inexplicable, cosa que me dejó perplejo. Me evadió durante todo el resto del día, para mi gran extrañeza. Ni siquiera me acompañó a recoger las empanadas; se devolvió sola a la playa, sin decirme una palabra. Les llevé la comida a los muchachos, quienes no preguntaron gran cosa sobre la descomunal tardanza; parecía que la habían asumido como normal e inevitable. Lucía se encontraba en un cerrado contubernio con Margarita y Verónica, quienes estaban en una actitud sospechosa, muy cercanas la una de la otra. Por otro lado, Martín y su novia desaparecieron justo después de comer, tal vez buscando el mágico pozo, por lo que me quedé solo con Hamlet y la perra de Margarita. Aproveché para dar recorridos a todo lo largo de la playa con ellos, quienes corrían jubilosos por la blanca arena, irisada a ratos por la breve película de agua que actuaba como un prisma con los rayos del sol. Pensé en Capi: para él todo era muy sencillo, se desentendía de sus fugaces parejas, después de aparearse; pero yo no podía hacerlo, en mi cabeza se repetían una y otra vez las escenas del pozo, y no pensaba más que en Lucía.

Ya se acercaba la hora de regresarnos; yo andaba con un estado de ánimo que rayaba en la depresión, pues no sabía descifrar lo que estaba ocurriendo. Margarita (siempre Margarita, mi incondicional amiga) se apiadó de mí, y separándose un rato de Verónica, me acompañó en una de mis circunvalaciones por la playa.

-¿Que te pasa, Tomás? ¿Acaso no estás agradecido por ésto?

-¿Agradecido? ¿Es que se trata de un regalo?

-No seas gruñón, gafo. Agradecido por un día diferente; que tú lo hayas aprovechado a plenitud o no ya escapa de mis manos.

-No, no soy gruñón. Pero estoy desconcertado por la actitud de Lucía, no ha hecho más que rehuirme desde que…

-¿Desde que? – Preguntó con toda la picardía posible Margarita.

-Tu sabes, no te hagas la inocente.

-Tomás, te faltan años de entrenamiento para poder siquiera tratar de adivinar el ánimo femenino. Lo que pasó hoy puede ser algo totalmente intrascendente o el comienzo de una relación memorable; todo depende de tus próximos movimientos. Por ahora no lo estás haciendo tan mal; no se si por tu enorme timidez o porque estás teniendo cierto tacto, lo cierto es que al no atosigarla ni presionarla vas por buen camino. Lucía es, digamos, complicada, por muchísimas razones. Es como un animalito salvaje, al que no puedes acorralar porque va a huir o te va a atacar, y no creas que hablo de manera metafórica. Ese tipo de personas por las buenas son un dulce, pero si se sienten amenazadas pueden hacer muchísimo daño.

-¿Pero si es así, porqué me la presentaste? ¿Quieres torturarme?

-En lo absoluto. Ustedes dos son de cierta manera parecidos, dos seres que necesitan sanación, y si las cosas van bien, verás que se van a ayudar mutuamente. Lo importante es que sepas llegarle poco a poco, sin forzarla pero sin demostrar indiferencia. Si te interesa, debes estar allí sin estarlo.

-No te entiendo mucho.

-Porque eres bobo. Sí me entiendes, solo que no te has dado cuenta todavía. Mira, creo que ya va siendo hora de recoger. Lamento decirte que vas a regresar solo, amiguito. Bueno, no solo, te van a acompañar los perros.

-Que más me queda, ya me estoy acostumbrando a eso. Por otro lado, los perros nunca decepcionan, son incapaces de defraudarnos. Son mucho mejor compañía que ciertas mujeres…

-Es así. Pero no te aflijas. Verás como las cosas comenzarán a cambiar, si haces tus movimientos como debes.

El sol comenzaba a declinar, y el cielo presentaba tonalidades rosadas, anaranjadas y violetas. Nos detuvimos unos instantes a contemplar el espectáculo, y Margarita en un arrebato maternal me dio un beso en la frente. De esa manera concluyó el extraño día de playa, que me dejó perplejidad y un comienzo de insolación.

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