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Tu puñal en mi recuerdo

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…me encontraba en pleno bulevar, esperando a que llegaras. Justo al frente del local estuve dos horas de pie, mirando pasar la gente. Me divertía mirar a la gente y ni me di cuenta del tiempo. Al final llegaste, solo era cuestión de esperar un poco.

El dolor es agudo, quema, llama desesperadamente al grito en mi boca. Pero me mantengo en silencio. Mis ojos miran directamente tus ojos, mientras mis manos tratan de detener el puñal que tan arteramente estas enterrando en mi costado. La sangre brota tras el paso lento del acero, pero no grito. Mientras la herida crece en mi cuerpo, estudio tu rostro con fascinación, comienzo a recordarte como eras antes. Recuerdo tu olor a las 6:30 am mientras me iba a la parada del autobús. Olor fresco de mañana, olor a café, a esperanza de lograr todo lo que soñaba. Recuerdo tus colores vivos, tus imágenes con líneas definidas, incluso tus negros y tus blancos y tus tonos grises. El sonido de tu voz, la canción hecha himno que se cobijó en mi corazón. Toda tu me abrazabas, me envolvía tu esencia haciéndote imprescindible, necesaria. Tu misma borrabas cualquier deseo de escapar de tus brazos. Eras madre, amiga, amante, pero sobre todo eras el lienzo donde dibujaba mi futuro… y sin embargo algo cambió. En el camino y sin darme cuenta ya no eras la misma. Lentamente como la hoja del puñal me fuiste destruyendo. Cada día tu olor, tu canción, tu tacto y tu presencia me fueron matando de a poco. Hasta ahora, que con mano firme me encontraste distraído y me rematas, como si no importara el pasado. Pero mirándote a los ojos, agradezco que tu puñal me haga recordarte como eras antes. Ese recuerdo es el que me llevo en mi muerte. Es el que permanecerá en el infinito del quizá, de lo que pudo ser, de lo que luché por lograr pero no alcancé. Me muero, me mataste, pero la muerte no es más que un cambio en el tiempo y en el espacio. Revivo en otros brazos que necesitan mi aliento y no mi sangre. Algo cansado encontraré un nuevo lienzo para dibujar no una, sino cuatro figuras tomadas de la mano. El dolor ya no es agudo. Te suelto la mano para que el puñal termine lo que empezaste. No quiero quitarte más tiempo.

(este cuento se lo escribí a Venezuela… Jcho)

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