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War Horse: Senderos de Gloria


Steven fue amigo de François Truffaut y le rindió tributo en vida al invitarlo a formar parte del reparto de “Close Encounters of the Third Kind”.

Desde entonces, el nuevo Hollywood filmaba sus encuentros cercanos del tercer tipo con la “nouvelle vague”.

La segunda corriente brindaba justificación a la emergencia del movimiento cismático de la vanguardia americana, absorbida por la meca durante la década del setenta. Pasaron los años y el realizador de “400 Golpes” falleció. Después lo harían muchos de sus colegas de generación de relevo.

A la postre, Spielberg sería uno de sus herederos legítimos de la política de autor en la industria, bajo la influencia del eje París-Los Ángeles.

De hecho, su filmografía adoptaría la forma de un péndulo creativo en homenaje al clasicismo de los padres de la modernidad francesa y anglosajona.

A veces, se inclinaría por completo hacia el lado de la aventura comercial, pura y dura, sin atención a la profundidad y la complejidad del espíritu europeo. De inmediato, ajustaría cuentas y buscaría equilibrar la balanza al proyectar reflexiones densas sobre el pasado inmediato. A su modo, escribiría poesía después del holocausto, a pesar de la recomendación de purismo y abstinencia de Adorno y compañía.

Conmovió a propios y extraños, al combinar la austeridad expositiva del expresionismo con la visión sentimental de los fundadores del melodrama épico en Estados Unidos.

El realizador volvía a contar la historia, a revisarla, según los patrones conceptuales del folletín y las pinceladas románticas de la estética de David Griffith, acusado en su época por aplicar una mirada reduccionista a los grandes dilemas de la humanidad.

Las mismas críticas recaerían sobre las espaldas del responsable de “El Color Púrpura”, “Amistad”, “Inteligencia Artificial” y “Tiburón”, siempre empeñado en culminar con una nota de optimismo, sus descensos a los infiernos.

De ahí la condena al desenlace de “The Help”, pieza promovida por él, a imagen y semejanza de sus narrativas ascendentes de perdedores devenidos en ganadores. Proyección de sus complejos y del sentido de revancha de sus fantasías. Pónganse en sus zapatos y vean a “Señoras y Críadas” como un espejo de la discriminación de los judíos en la era de los Nazis.

En paralelo, “War Horse” cabalga por una ruta parecida. Por encima, es el trillado relato del caballo subestimado por tirios y troyanos, condenado a la esclavitud del animal de carga, pero a la larga reivindicado por sus nobles acciones e intenciones. En efecto, la originalidad brilla por su ausencia en la construcción del guión de la obra. Es predecible su desarrollo y conclusión. El libreto del Rocinante cojea por una pata afectada por los típicos achaques de la óptica del Quijote en cuestión(de la factoría Amblin).

Los giros de sobra, los excesivos cambios de dueño y las calculadas rectificaciones morales, acaban por restarle trascendencia y verosimilitud a la gesta del héroe de cuatro patas. Con ellas, el Rey Midas revela su corazón mercantilista y especulativo en pos de obtener el respaldo de la taquilla y la academia.

Por fortuna, “Caballo de Guerra” admite la doble lectura y no se queda en la superficie de su trama novelesca, partida por la mitad. Una lenta y de introducción soporífera en un establo. Otra veloz, emocionante y tortuosa como la estampida de un purasangre a través de un campo minado, con destino incierto. La meta es el regreso a casa y la reconquista de la libertad, en la tradición argumental de “Salvar al Soldado Ryan”.

En un modélico ejercicio de abstracción, Spielberg le da vacaciones a las estrellas del tipo Matt Damon y Tom Hanks, para esgrimir una denuncia antibélica con el apoyo de unos personajes anónimos, hermanados por la desgracia, a la usanza de “Band of Brothers”. Los jamelgos son los auténticos propulsores a chorro de la maquinaría del alegato pacifista, con ecos del ayer y del presente.

Cine mudo y silente, de verdad.

La digna alegoría de Spielberg fusiona a lo mejor del Bresson de “Al Azar de Baltasar” y del Kubrick de “Senderos de Gloria”. La obsesión de Steven por Bresson, nos recuerda su trabajo anterior, “Tintín”, donde disfrutamos de la revisión animada de la coreografía de los carteristas de “Pickpocket”.

Mutatis mutandis, “War Horse” replantea el virtuoso paradigma de “Al azar de Baltasar”, al plasmar la tragedia de un cuadrúpedo en tiempos de crisis, como los de ahora. Solo mudamos de piel y de raza. Del burro, del platero y yo, derivamos hacia la nostálgica recuperación del caballo de guerra, como punta de lanza del complejo militar industrial.

El mensaje de fondo es de una militancia y de un compromiso político, aplastante. Lo contrario a la ambigüedad de “The Hurt Locker”.

Spielberg clama por el retorno inmediato de los uniformados de las fallidas misiones en Irak y Afganistán. Incluso, va más allá. Adelanta un pronóstico a cumplirse en el futuro inmediato, una exigencia para el pentágono: tarde o temprano, las fuerzas armadas deberían prescindir de sus soldados, como antes lo hicieron con los caballos. Es decir, la película apunta al desmantelamiento de las fuerzas armadas. Verbigracia, sintetiza el horror de la guerra en la figura de un caballo, en vez de hacerlo con un soldado. De tal modo, mueve las fibras sensibles de cualquier espectador. Así trabajan los genios. Ya entendemos por qué le negaron el Oscar en el 2012. “El Artista” no le llega ni por los tobillos.

Para rematar, “War Horse” alcanza cotas de lirismo desatado con sus pasajes brutales inspirados en “La Gran Ilusión” de Jean Renoir y en la paleta western de John Ford en “The Searchers”, gracias al insigne desempeño de Janusz Kaminski detrás de la cámara, al compás de la enorme banda sonora compuesta por el coloso, John Williams.

La fotografía espectral y color naranja del cierre, evoca la sabia pictórica de “Lo que el Viento se llevó”, la hermosura pesadillesca de Storaro para “Apocalipsis Now” y la secuencia fantasmal de Almendros en la quema de “Days of Heaven”. Puro panteísmo y amor loco por la naturaleza en oposición a los adelantos tecnológicos de la civilización. Es el año de la reinvención de Mallick y Spielberg, a la retaguardia de Kubrick. “Árbol de la Vida” es la “2001” del tercer milenio.

“War Horse” rememora el triunfo de “Paths of Glory”. Se sumerge en una trinchera del averno, con la técnica documental de guerrilla experimentada en “Salvar al Soldado Ryan”, a objeto de retratar las injusticias del campo de batalla, donde cae un soldado idealista, preso de su ingenuidad, mientras unos jóvenes cándidos son fusilados por desertar.

Ni hablar del calvario del caballo atrapado en el fango por una red de alambre de púas. La resolución de la escena, merece el pago de la entrada. Momentos así redimen al director y a la condición humana.

Las barreras del idioma y de la intolerancia, pueden superarse.

Hay esperanza, hay futuro en Steven Spielberg.

Apostamos a la tregua y a la reconciliación con la alteridad.

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