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José Ovaldía sobre los escritores venezolanos: «Me atraen más sus atributos físicos que su trabajo»

José Ovaldía, escritor venezolano radicado en Londres, apareció en facebook en 2011. Después que agregó a muchos escritores venezolanos, publicó esta lista: Top 10 – Most Promising Venezuelan Young Writers / Un canon personal. A pesar de que invita a muchas de sus fiestas, tanto en Londres como en Caracas, nadie le ha visto la cara. Muestra un amor desproporcionado por los escritores venezolanos (aunque insiste que es pura admiración). No sabemos quién es, (¿Es un hacker?, ¿es real?, ¿es un escritor venezolano?) pero le quisimos hacer una entrevista para matar la curiosidad. Se la pedimos por facebook, hicimos el cuestionario entre varios, y por eso esto va en nombre de Panfletonegro. Esperamos la disfruten…

 

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¿Quién es José Ovaldía?

Mi nombre completo es José Antonio Ovaldía Ríos Herrera Olmos. Soy tataranieto de José Domingo de Obaldía, quien fuera el segundo presidente de Panamá (a principios del siglo XX) y nieto del notable general tachirense David Ovaldía Olavarría, quien llegó a ser ministro en los tiempos de Pérez Jiménez. Un hombre hostil y de rudas maneras. Por lo demás, pertenezco a un linaje de militares, intelectuales y librepensadores. Mi abuela francesa, Térèse, me crió entre Paris y Montpellier, donde me leyó la obra completa de Honoré de Balzac para dormirme. Tenía apenas seis años. En Caracas conviví con los Boulton-Bracamonte, mi familia putativa. Fui punk pero la experiencia no me hizo feliz. Luego traté de triunfar con Dj, pero no era mi pasión. Decidí instalarme en Londres hace ya mucho tiempo. Llegué aquí siguiendo un fantasma. Ahora es ese fantasma quien me sigue a mí.

La gente que me quiere -mami, Eglantina, Sean, Virku (el del coso ciclópeo), Boris, Davide Sarabia, Morgana, el Gay Army # 6, Delamarche- me llama Cheo. En el ambiente me dicen Chichi, Cupcake y Skipper. Tengo un talento innato para la especulación financiera. Nada como una crisis para amasar fortuna, no me avergüenza decir que he ganado mucho dinero, por tanto, mis preocupaciones son más estéticas y espirituales que otra cosa. Amo viajar, amo el sexo en grupo, los cosos, la comida exótica, los trapos de marca, las discos alemanas y, sobre todas las cosas, la literatura. Soy un lector voraz. Consumado. Culto.

Odio Polonia, las baratijas chinas, las mujeres españolas, la música country y la izquierda progre latinoamericana, aunque Oblitas, un joven poeta pobrísimo -y muy digno- cuya miserable casucha frecuenté en Lima, hoy viceministro del presidente Ollanta Humala, me hizo reconsiderar mis más sólidos postulados derechistas. Oblitas era comunistoide, seguidor de los trovadores cubanos, de las proclamas sobre la dictadura del proletariado, de las franelas de Che Guevara y de la poesía de Nicolás Guillén. Pese a todo, me enamoré de él, hice mi propio voto de pobreza, renegué de mis trapos, de mi Ipad 2, de mi Bentley, de mi piso londinense. Y me mudé con él. Pero una vez que Ollanta Humala fue elegido Presidente del Perú, le ofreció el viceministerio de Cultura. Oblitas aceptó. Antes rompió conmigo, bajo el pretexto de que yo representaba un peso muerto, un desprestigio, que era una carga. Me dijo que mi riqueza y sofisticación no eran convenientes para él. «No puedo vivir con un plutócrata», dijo entre lágrimas. Fue un golpe duro.

 

¿Qué opinión te merece el trabajo de los actuales escritores venezolanos?

Me atraen más sus atributos físicos que su trabajo. Y prefiero no hablar de los escritores del pasado, evitemos referirnos a los Rómulos Gallegos o de las Teresas de la Parra. Odio esa fijación de los latinoamericanos por anclarse en el pasado, es un hábito discursivo-filosófico que me agota. Eso es ser retrógrado, conservador, ombliguista. Nunca me sorprenderás hablando de Simón Bolívar, de Venezuela Heroica ni de Doña Bárbara.

Prefiero el presente que para mí es futuro. Prefiero que hablemos del cabello cetrino de Rodrigo Blanco Calderón -esa melena me enloquece, supe que Omer Bretón se lo cortó-, del cráneo equino de Salvador Fleján (me encanta imaginarlo en contacto con mi pecho afeitado), del pubis angelical y percudido de Alejandro Rebolledo, del coso puntiagudo de la más fiera de las bestias, Lucas García de mis Noches. Con Lucas podría jugar -lleno de felicidad- al tofio (¿conoces el juego del tofio?). Me matan los tufos ardientes y la barba guerrillera de Leo Felipe Campos… Es un león hambriento.. ¡Grrroooooaaaarrrr! Pero no son los únicos: Camilo Pino se me hace lindo -cuando se broncea en South Beach es caliente- pero me enteré de que es casado y yo no me meto con hombres casados. Rico.

Y Eduardo Sánchez Rugeles me enloquece, aunque también se me antoja demasiado púber y lampiño: he llegado a pensar que no sabe utilizar ni afeitadora ni condón ni sacacorchos. Es -lo sé, lo he visto- aniñado. En cuanto a Héctor Torres (mi hermanito de leche) me satisface, me hace sudar, me energiza, no lo niego. Si se trata de Roberto Martínez Bachrich, puedo decir que le agradezco todas las noches de éxtasis que me ha regalado, las poluciones, las fantasías: mi capacidad de imaginar es enorme, y más si se trata de Bobby. Gracias, Bobby, por invadir mis deseos. Francisco Suniaga, por el contrario, tiene porte de un cajero de banco que todavía compra música en Don Disco, libros en Las Novedades y ropa en BECO. Y Alberto Barrera Tyszka es demasiado maduro para mí. Pese a su bigote pelirrojo y su espalda peluda, está okay, nada más. No me mata. Sorry Beto.

De las mujeres, me encanta Gisela Kozak Rovero. Es nuestra Simone de Beauvoir. También muero por Julieta Buitrago, que fue Miss Venezuela. Rico. Recuerda que soy heterosexual.

Dicho todo, hemos llegado al momento de la máxima pasión: Fedosy Santaella. Lo amo por sobre todas las cosas. Obviamente nunca he leído su obra -ni una palabra- porque me da miedo que me decepcione (o desmayarme), pero la imagino incólume, poderosa, llena de fuerza expresiva, como su nombre… Fe-do-sy. Dilo, escucha cómo bailan las sílabas: Feee-dooo-syyy. Es un nombre caliente, rico, único. Uff. Toco mi cuerpo.

Finalmente, respondiendo a tu pregunta, a manera crítica debo decir que se está produciendo una literatura con mucha calidad, mucho mejor que la del siglo veinte, una literatura rica y caliente. Duro. Y conste: los he leído a todos (menos a Fedosy), así que sé de lo que hablo. Los he leído en la cama, en la tina, en la nieve, en el mar, desnudo, solo y acompañado.

 

¿Cuándo te diste cuenta de que estabas enamorado de ellos?

No es enamoramiento. Es sumisión, es devoción, es entrega, esclavitud. Es admiración, sumisión, especialmente a uno en particular. Me explico: supe que Fedosy y yo éramos el uno para el otro la vez que se atrevió a desafiarme a duelo en las páginas de Facebook (ojo: odio Facebook, lo odio con todas mis fuerzas). Salió derrotado el pobre, huyó con el rabo -y no otra cosa- entre las piernas. Fedosy se inventó un personaje ficticio, grotesco, de pésimo gusto, homofóbico e inculto (¿un troll?). ¿Su nombre? Truman Parguirre. Un personaje que escribía cosas horribles como «¡cállate, mascota… maricón!». Truman era mi Némesis.

Naturalmente, capituló muy pronto, no le aguantó dos rounds a Kid Ovaldía. En el momento de su abordaje me enfurecí con él, lo insulté, lloré. Luego medité, analicé sus sentimientos, después le vi el lado bueno: «Ahh, no le soy indiferente a Fedosy, le afectan mis palabras, quizás le atraigo… tal vez le gusto». Me sentí halagado. Entonces lo perdoné. Lo perdoné mil veces. Le he enviado cientos de mensajes con emisarios y amigos comunes, le escribí una extensa carta que nunca respondió. Tal vez algún día Fedosy Santaella y yo nos entendamos y, en medio de un paréntesis a nuestras respectivas heterosexualidades, terminemos enrollados bajo las sábanas, en lo que sería un segundo round.

 

¿Por qué tuviste que acudir a Herralde para ser publicado? ¿Qué opinas del criterio de publicación de las editoriales venezolanas?

Jorge fue quien acudió a mí. Me visitó en Londres, cenamos perdices y me propuso publicar el manuscrito que le había enviado meses antes. Pero no creas que fue fácil. Tuve que esperar varios meses por la publicación. Jorge y yo tenemos muchos amigos comunes, ambos tenemos un linaje común, somos gentilhombres de noble raza y cosos amables, gente muy ocupada. Lo cierto es que tras acordar algunos términos económicos del contrato, de derechos y de distribución, le di el visto bueno a la publicación. Estoy más que contento con el trato que me ha dispensado Anagrama, al libro le ha ido muy bien, tanto en ventas como en crítica.

Claro, estoy abierto a que me publiquen en Venezuela. Amo con locura y frenesí a Ulises Milla (él lo sabe, además que he comprado todos los títulos de Ediciones PuntoCero). Ulises es un Hombre con H mayúscula. Tiene barbilla de caballero andante y sabe volver locas a todas las damas de su harén. Es, créelo, un galán. Yo lo quiero mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho y mucho.

Vale añadir que en Lima, por medio de Oblitas, la Presidencia de la República del Perú, publicó un poemario de mi autoría. Son catorces poemas bellísimos, soberbios, que hablan de otros mundo, de la muerte, de la existencia desdoblada. Muy Góngora, por cierto.
Rico.

 

¿Qué opinas de los concursos literarios venezolanos?

Odio los concursos. Los desprecio. Escupo en ellos. Me asquean. Los considero un ultraje. Siento lástima y repugnancia por los escritores de concursos. ¡Los odio! Kafka jamás envió «El proceso» a un concurso. No me imagino a Stendhal ansioso por saber si La Cartuja de Parma ganaba o no tres mil dolaritos de un concurso de una casa editorial de provincia. Mucho menos al Inca Garcilaso, Joyce o a Céline. Si no lo hicieron ellos, ciertamente no voy a hacerlo yo. Me respeto profundamente. No necesito de esos concursos, aunque tampoco niego que me encantaría ganar el de la Policlínica Metropolitana. Se me hace curioso que los doctores anden leyendo cuentos. Mi ginecóloga es una lectora consumada de novelas rosas inglesas.

 

¿Qué es lo que no entienden quienes te atacan o no te toman en serio?

Ignoro. No sabía que había gente que me atacaba o que no me tomaba en serio. Supongo que eso produce la envidia en las almas más débiles. En lo personal tengo demasiado dinero, trabajo, sexo, buena vida, cultura y experiencia como para andar pensando en eso. ¿La
respuesta a tu pregunta? No sé.

 

¿Qué es lo peor que te han dicho?

Feo, mal vestido, nuevo rico, gordo, infiel, traidor, pobretón, promiscuo. Me dolió mucho. Me lo dijo Eduardo Sánchez Rugeles, en correspondencia privada. Fue un melodrama trágico. Cortamos relaciones, ya no nos hablamos, ya nada nos une. Quedan los recuerdos… la piel, la carne, el sudor. Los olores. Nada más. Fue bonito mientras duró.

 

¿Eres capaz de tanto amor para tantos escritores o tienes tus favoritos?

No leo best sellers norteamericanos. Desprecio a los post-estructuralistas franceses, odio la trilogía Millennium, me repugnan las novelas de José Donoso y Carlos Fuentes, siento grima por la llamada Generación Nocilla, me ofende la poesía festiva, no puedo leer nada escrito por Jorge Volpi. Este último es horrible, por dentro y por fuera. Nunca jugaría tofio con Volpi.

Por supuesto tengo mis favoritos. Fuera de Fedosy Santaella, los de siempre, los que descansan en mi mesita de noche. Cito los primeros que me vienen a la cabeza: Homero, Cervantes, Shakespeare, Stendhal, Balzac, Hemingway, Kundera, Mann, Rabelais, Sartre, Quevedo, Bécquer, Lope de Vega, Monterroso Greene, Bronte, Shelley, Dr. Johnson, Dumas, Saramago, Camus, Borges, Joyce, Dickens, Byron, Swift, Poe, Kerouac, Austen, Carroll, Bolaño, Ortega y Gassett, Tolstoi, Rulfo, Stevenson, Fitzgerald, Vargas Llosa, Baricco, Auster, Dos Passos, Puig, Sor Juana Inés de la Cruz, Piglia, Bioy Casares, Poe, Amis, Moliére, Verlaine, Sade, Dostoevsky, Mallarmé, Sofocles, Maupassant, Sade, Gógol, Cabrera Infante, Apollinaire, Villoro, Dante, Huxley, Quiroga, Céline, Capote, Mishima, Chesterton, Woolf, Amado, Chateaubriand, Bukowski, Onetti, Calderón, Unamuno, Garcilaso, Boccaccio, Conrad, Lovecraft, Pacheco, Moliere, Calvino, Góngora, Hugo, Goethe, Flaubert, Baudelaire, Tabucchi, Eugenides, Rimbaud, Paz, Virgilio, Blake, James, Cortázar, Ovidio, Byron, Orwell, Proust, Eurípides, Melville, Chejov, Roth, Houellebecq, Voltaire, Eco, Wells, Elliot, Coetzee, Zolá, Lezama, Nabokov, Marías, García Márquez, Youcenar, Kipling, Hesse, Wilde, Faulkner, Sábato, Kafka y Rey Rosa, entre muchos otros.

En el baño leo alguna filosofía. Últimamente profeso amor por los alemanes, clásicos y modernos. Gottlieb, Kant, Heidegger, Schopenhauer, Husserl, Habermas, Husserl y mis predilectos para después del amor, Nietzsche y Wittgenstein. Rico.

 

¿Escribes poemas? ¿Podrías mostrarnos uno?

Un breve poema en prosa, de mi propia cosecha e inédito:

Fedosy, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Fe-do-sy: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Fe-do-sy.

Era Fe, sencillamente Fe, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Fedo con pantalones apretados, rico. Era Fedo en la Católica, de guayabera. Era Fefito cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Fedosy…

 

¿Qué sientes cuando ves las fotos y reseñas de los bautizos de libros caraqueños?

Por lo general, erecciones. Me fascinaría estar presente en casa bautizo, en cada brindis, en cada vernissage. Me encantaría invitarle un Martini Bianco a Luis Yslas -yo pago-, coquetearle, ponerlo nervioso (uno nunca sabe), pero por asuntos de trabajo y de paternidad responsable, me es imposible. La última vez que fui a Caracas, terminé mal. Viajé de Qatar a Caracas para acompañar a Ulises Milla en el lanzamiento de «Valle Zamuro», la novela de mi añorado Camilo Pino. Uf, fue terrible, no llegué a tiempo.

Ese día, hospedado en el Meliá Caracas, conocí y conquisté a una mujer. Yanitza, Yurdelis, Yomaira… no recuerdo. Yo pensé que nos besaríamos y que ella me serviría de compañía en el bautizo del libro. No fue así. Esa mujer me obligó a ir con ella a un motelucho de la Panamericana, con espejos en el techo, jacuzzis públicos y películas pornográficas dobladas al español. Espantoso. La mujer me obligó a hacerle sexo oral y a besarle sus pechos. Y eso no fue lo peor. Lo peor sucedió cuando su marido, un ex policía llamado Virgilio y sus secuaces llegaron a la habitación y me practicaron un secuestro express. Me pasearon por barriadas espantosas, me tocaron. Me sodomizaron entre tres. Tuve que pagarles una fortuna en euros por el rescate. Por tal motivo me fue imposible llegar al bautizo. Les quedé mal a Ulises y a Camilo. Sniff, sniff.

 

¿De qué va tu libro “Él y él bailan boleros tristes”?

«Él y él bailaban tangos tristes» (Anagrama, 2012). Es una historia semiautobiográfica. Tú sabes que los escritores somos como sanguijuelas, nos robamos historias propias y ajenas sin pedir permiso. La novela parte de una anécdota personal, no mía, sino de Marcelo, un ex amigo íntimo porteño. Un hombre mayor. Comienza con el encuentro de dos soldados, uno británico, el otro argentino, durante la guerra de las Malvinas (yo prefiero llamarles Falklands, si me permiten). Se enamoran, pero por convicciones patrioteras (él era pro Galtieri y él pro Thatcher), no pueden consumar su amor. En el fondo se escuchan tangos apasionados, hay anécdotas de bailes de tangos en Puerto Madero. Luego se produce un viaje por los cinco continentes, una viaje algo bolañesco, hasta caer en Londres. Hay una búsqueda, una fuga, una pérdida y una caída libre, en picada, sumamente lúdica. Por asuntos fortuitos que sólo corresponden al recorrido de la novela, estos dos soldados terminan contándome sus respectivas historia, a mí, el narrador. Y de ahí nace una amistad inquebrantable. La novela es la historia de esa amistad. Es un libro de corte heterosexual. Rico y duro.

 

Nos enteramos por Facebook que recientemente tuviste un hijo ¿Por qué decidiste llamarlo París Fedosy?

No es París, es Paris, sin acento. Paris Fedosy Ovaldía McMillan, mi primogénito. Su madre es una mujer, por supuesto. Bibliotecaria escocesa, cultísima. Nos conocimos en The London Library. Kathleen es muy madura, 49 años, protestante, austera, divorciada dos veces, madre otros tres hijos, militante del Partido Conservador y apasionada de la ornitología. Nos casamos sin estar claramente enamorados, lo admito, más bien unidos por las inquietudes intelectuales. Hicimos el amor más de una vez, claro. Hasta que quedó encinta. Decidimos tenerlo, al principio no quise, me resistí. Luego me di cuenta de mi error. Ser padre es lo más maravilloso que me ha pasado en la vida, además, claro está, de la publicación de mi novela en España.

 

Me preguntas por el nombre de mi hijo y yo asumo que crees que es un homenaje a Paris Hilton (la conozco, pero no es mi amiga; Eglantina sí lo es, y mucho). Nada más lejos de eso. Llamé a mi hijo Paris en honor a Homero. Soy un lector voraz de literatura antigua, la mitología griega me seduce. La conozco muy bien. Conozco Grecia como la palma de mi mano. En Míkonos, amé y fui amado. Rico. En fin, mi hijo se llama Paris por el maravilloso personaje mitológico a quien Homero describe como «el de la hermosa figura”. En cuanto a Fedosy, así lo bauticé en honor al único escritor venezolano inquietante, uno que ha llenado mis noches y mis vacíos y mi ropa interior y mis hormonas. Ojo soy heterosexual.

¿A quién te gustaría mandarle un mensaje? 

A Lala Canel: Lala, te extraño. Deja al Gavilán y vuelve a la poesía. Quiérete conmigo. Besémonos, por ti lo dejo todo. Por ti, me clavo doce puñales. A Dávide Sarabia Vásquez: Eres perfecto. Quiero ser tú, quiero tener tu pelvis. A todos los escritores que me huyen (Salvador Fleján, Alejandro Rebolledo, Rodrigo Calderón Blanco, Enza No-Me-Acuerdo-Su-Apellido, Eduardo Sánchez Rugeles, Sergio Dahbar): no me teman, soy una criatura dócil, amorosa, de sangre caliente, ámenme como yo los amo, coman de mí, vamos a dormir juntos, como hermanos. A Enrique Enríquez: Vuelve a tus orígenes, no seas taaaan egoísta contigo mismo. A Boris Izaguirre, Angel Sánchez, Totón Sánchez, Oscar Carvallo, Durant & Diego, Raenrra y Diego Rísquez: Siempre te espero con los brazos abiertos, como un amigo pródigo, como su maniquí, los quiero… de hombre a hombre. Rico. A Alí Cordero Casal: Eres un ser de luz, te admiro siempre, te quiero siempre. A Leonardo Nieves, Joaquín Ortega, Sergio Márquez, Guillermo Hung, Amada Granados: gracias, fanáticos míos, por pertenecer a mi banda, por existir, por ser de Ovaldistas. A Sean, Oblitas, Virku, Delamarche, Chow, Marcelo, Tom, Ernie, Ivan, Ramfis, Kike, Paolo, George, Abu, Abdel, Goyo, Manu, Mauro, Leo, Lobo, Winston: Jamás olvidaré el olor de sus pieles. A Kathleen: yo te pago la cirugía estética. A Paris Fedosy: Todo lo mío será tuyo. A Eli Bravo: Eli mío, soy heterosexual.

 

¿Por qué decidiste concederle tu primera entrevista a Panfletonegro?

Es mi primera entrevista en español. He dado entrevistas en francés, alemán e inglés, pero a publicaciones especializadas en finanzas. Soy asesor financiero, colocaciones, inversiones, derivados, stock market, etc. Trabajo con clientes en Europa Oriental y el Medio Oriente. Mi vida se divide, entonces, entre las finanzas y la poesía. Lo que me gusta de Panfletonegro, aparte de su nombre, es la libertad con que se dicen las cosas, sin las censuras, compromisos ni cobardías propias de eso diarios de alcantarilla donde abundan editores canallas, periodistas mal remunerados, reporteros palangristas. El tono pretendidamente crítico de sus firmas (ese chico de apellido Monsalve es una especie de imitador de Ovaldía, ¿no?) me encanta. Es superficial, frívolo, pero con pretensiones de medio serio. No es The Guardian pero igual estoy feliz de que mi primera entrevista como escritor haya sido con ustedes y no con ese paquidermo seudointelectual llamado Papel Literario. Rico. Rico.


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