LA PRODUCCIÓN IMAGINARIA DE LA REALIDAD Y DEL RELATO

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LA PRODUCCIÓN IMAGINARIA DE LA REALIDAD Y DEL RELATO.

POR CARLOS SCHULMAISTER

Una de las tantas formas de mentir, engañar, trampear, desviar y confundir a otros respecto al conocimiento de la realidad en sus aspectos controvertidos consiste en reducir el campo de la información debida ocultando en todo o en parte sus elementos, ensombreciendo algo por aquí, enfocando esto otro por allá, con la intención deliberada de ocultar el sistema permanente productor de hechos de esas características.

Mediante procedimientos de esa clase, amén de otros más escatológicos, sujetos individuales y grupos sociales construirán sus representaciones acerca de acontecimientos y procesos históricos reduciéndolas a series de imágenes más o menos similares y estereotipadas, producidas y reproducidas industrialmente, cuya esencia consiste en apariciones o presentaciones compuestas por imágenes cada vez más livianas, sencillas, superficiales y descriptivas, que reemplazan el espesor y la densidad explicativa de la trama global en que aquellos elementos contingentes son producidos.

Así, lo particular subroga a lo general y la parte al todo. La diversidad y la variación pintan el mundo, pero al hacerlo nos alejan de la comprensión de las similitudes, de las permanencias e invariancias, de lo común que comparten las cosas de la realidad, de las líneas maestras que configuran la trama en que emerge lo contingente.

Por eso nos conmueven, por ejemplo, los genocidios (¡que así sea!), pero nunca aprendemos por qué se producen, qué cosas hace mal la humanidad para repetirlos, o cuándo, cómo y por qué existen políticas permanentes de genocidios.

En general, todos tenemos representaciones muy ricas visualmente, no así conceptualmente. En ellas siempre hay epifanías que se convierten en iconos y luego en mitos, y que -como aquello del árbol que por estar encima de nuestros ojos no nos permite ver el bosque que se extiende por detrás- nos alejan del conocimiento verdadero de las cosas, lo que incluye sus esencias y sus causas, en beneficio de sus formas de presentación.

De modo que nuestras mentes están llenas de actos, acciones y ejecutores, rostros, nombres y fechas, modos de acción y decorados, todos los cuales tiñen las épocas, y de las cuales así nos apropiamos: como mera sucesión de imágenes desconectadas, standarizadas  e incuestionadas.

Los individuos desplazan a las multitudes, los héroes a los acompañantes y colaboradores, los protagonistas al coro, los acontecimientos a los procesos y las estructuras. Los primeros nos producen amores u odios, risas o llantos, optimismo, o pesimismo o terror. Por eso, cuando pensamos que el mundo es difícil o que la humanidad es básicamente mala lo hacemos a partir del conocimiento de lo que han hecho los famosos Fulano, Mengano, Zutano y Perengano de cada período histórico, a los cuales les atribuimos automáticamente las culpas y responsabilidades totales, sin que se nos ocurra extender las mismas a sus amigos, a su clase, a sus consejeros o a sus íntimos.

Esos modos de producción de la realidad constituyen una simplificación de la realidad y por consiguiente de sus relatos y de sus memorias, incluidas las de signos opuestos.

Para cualquier proceso histórico que se considere en nuestra historia, por ejemplo, la sociedad dispone de tonos y colores culturales y oficiales a los efectos de su consideración, sea superficial o supuestamente profunda. La moda, la opinión, los vientos que corren, los relatos instalados (generalmente llenos de lugares comunes, de frases hechas, de sentido común (“donde va Vicente va la gente”) prefiguran los alcances y las líneas de interpretación a seguir masivamente por las sucesivas generaciones. Y los resultados no se compadecen totalmente con la verdad histórica.

El significado y el sentido social de los fenómenos sociales son cada vez más industrializados, es decir, es producido desde agencias representativas alineadas a los grandes poderes socioculturales. Por cierto, hasta la protesta, la rebeldía y la impugnación revolucionaria y  contracultural se mueve en los marcos configurados por el gran poder.

De lo que se trata, en última instancia, es de cómo se industrializa el espíritu. Ciertamente, este fenómeno no es reciente, ya que está fuertemente instalado desde los comienzos del siglo XX y también desde sus comienzos fue percibido y criticado por auténticos intelectuales libres.

La sombra del poder político, del económico, del Estado, de la religión y de la ideología opaca la dimensión individual, la subjetividad y la espiritualidad de cada uno de los mortales tiñéndola de claroscuros. Justamente ahí donde se halla la fuente de la libertad, la esencia de lo humano.

La individualidad connatural del yo, es decir, el mundo personal del espíritu individual, no constituyen –como muy extendidamente se enseña y se cree- el útero del egoísmo, la mezquindad ni la indiferencia  respecto del prójimo. No es del individuo de donde nacen esos disvalores sino del mundo colectivo con sus poderes de organización y configuración de las líneas de la realidad.

La libertad, pues, no hay que buscarla en los colectivos, sino, por el contrario, en la esencia individual de los hombres, en su espíritu, su verdadera morada.

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