panfletonegro

Diario desde Gochywood #4

Día de frustraciones, en más de un sentido. No hubo manera de entrar a Reverón. Unas amigas, quienes pagaron para ver el festival completo, terminaron su jornada de ayer con saldo negativo: sólo pudieron ver menos de la mitad de las películas que habían previsto para todo el festival. Hubo personas que, aún cancelando la inscripción, terminaron viendo una o dos proyecciones.

Es un hecho que este año la necesidad de atapuzar el festival en tres días afectó la distribución, tanto de la competición como de las secciones paralelas. Si fue una estrategia para «salvar» el festival ante la competencia margariteña, pues fue muy mala, porque ayer había frustración y molestia en muchos de los participantes.

Sin duda, los organizadores deben conseguir la manera de que la próxima edición se realice en un espacio de tiempo razonable, que las películas estén distribuidas de un modo tal que, tanto prensa como inscritos, puedan verlas. Es un irrespeto que alguien haya cancelado su inscripción y que se tenga que ir sin haber hecho mayor cosa.

El Secreto de la Montaña (del páramo)

Sin embargo, lo que no pude hacer a nivel de películas, me permitió hacerlo en otro aspecto. Ayer tuve un revelador encuentro con amigos de la ULA. Con ellos conversé sobre el fenómeno del páramo, del cine átomo y otros temas.

Acá en Panfleto nos hemos dedicado a deconstruir el fenómeno merideño, nos hemos negado a caer en la glorificación barata de su cine pseudo-contemplativo, pseudo-intimista, pseudo-alternativo. Y sin duda, hemos acertado.

El malestar en los estudiantes es general. Los profesores de la escuela de cine tienen la costumbre de rebotar proyectos estudiantiles que consideren «muy fuertes» o «muy violentos». A un pana, lo mandaron a bañarse con un proyecto de grado, porque tenía una escena en la que un personaje se drogaba.

Conejos, la joyita independiente de Eduardo García, es un film proscrito en la academia merideña. Los viejos que dirigen con mano de hierro la escuela de cine detestan la película, y se encargaron de torpedearla y ponerle sancadillas. Los estudiantes han quedado marcados por la cinta, y ahora los proyectos son revisados y limpiados por los profesores.

Hay un ánimo de vender la imagen del cine paramero, ese cine representado en Samuel (2001, César Lucena), o todos los filmes de Alberto Arvelo. De hecho, todo lo que no vaya en la onda de glorificar al farsante Dudamel, o hacer historias de andinitos buenos que viven conflictos que a nadie le interesan, es detenido por la nomenclatura de una escuela que castiga el experimentalismo y el riesgo.

Debe ser por eso que hace dos noches, tuve un desagradable encuentro con cierto director paramero, quién al ver mi credencial me dijo: «¿Tú eres el de panfletonegro? Ah, que bueno que viniste tú y no el hijo de puta de Monsalve». A ellos les ha dolido el trabajo que hacemos en la página, tanto como saber que muchos de sus estudiantes tienen el talento y el riesgo que a ellos les falta.

De hecho, se vienen dos proyectos independientes de la mano de estudiantes de la ULA sobre los cuales informaré en su debido tiempo. El verdadero futuro del cine nacional no está en figuras como Arvelo o Leonardo Henriquez, sino en la periferia, en los circuitos alternativos, y en estudiantes que, como mis panas, se atrevan a no transigir y hacer sus proyectos por su lado.

De porqué La Villa del Cine sigue haciendo mal las cosas.

Antes, en honor a la verdad, debo hablar muy bien de Andrea Ríos. Fue gracias a su amabilidad que pude entrar a ver la película. Ya el día anterior también dependí de Thaelman Urgelles para poder ver su película.

Pero como aquí se trata de ser honesto, por muy bien que me haya caído la directora, hay que decirlo: Una Mirada al Mar es un desastre.

La cinta narra la historia de Rufino (Fernando Flores), un anciano de 71 años, quién luego de enviudar, regresa al pueblo dónde conoció a su esposa, siendo recibido en la casa de Gaspar (Asdrúbal Melendez), su mejor amigo, pintor y tutor de la pequeña Ana (Yucemar Morales), una huérfana.

El film pretende ser contemplantivo y preciosista. La fotografía de Vitelbo Vásquez es postalera, y aunque logra escenas muy lindas, gracias a una adecuada utilización de la luz, en líneas generales, la siento medio publicitaria y turística; algo contradictorio si lo que pretende el film es resaltar el color local.

La cinta es lenta, y repite ese defecto gravísimo que han adquirido nuestros cineastas de un tiempo para acá: darle aire de cine de autor a encargos predecibles utilizando para ello los «tiempos muertos».

Así, en la película no ocurre mayor cosa, lo cual estaría bien si la directora estuviera realmente comprometida en observar la vida local, y en darle rienda suelta a su vena autoral. Pero no es este el caso. El guión está lleno de frases clichés, y de situaciones tan, pero tan predecibles, que resulta imposible tomárse la película en serio. Sólo por decir algo: la secuencia del concurso de dobujos es penosa. La aparición de una trabajadora social que dizque viene a ver a la niña concursando, no se le habría ocurrido ni al peor guionista de telenovelas.

Dicho de otra forma: si la cinta quiere observar la calmada vida de la costa, por la cual la directora siente una fascinación de documentalista europea, no lo logra, porque en Vargas nadie habla como los acartonados actores de la película, nadie se comporta como estos personajes huecos. En Una Mirada al Mar, nada fluye con naturalidad.

¿Qué motiva a nuestros directores a hacer estas películas? ¿Por qué hablan de cosas que desconocen? ¿Por qué pretenden hacer cine «neorrealista» sin realidad de por medio?

No señores, el camino está errado. El arte popular no puede imitarse, porque cuando se imita queda como impostura. Un grupo de actores caraqueños, enviciados por las telenovelas, no pueden interpretar ni con un poquito de convicción a los pintores, pescadores y trabajadores de la costa.

Además, como los tiempos muertos y las escenas pausadas se usan sin saber cómo, sólo por usarlas y darle una falsa validez «artística» a la película, toda la proyección se resumen en la palabra: A-BU-RRI-DA.

Hay tantas escenas mal actuadas, que la vaina parece a propósito. En una escena, los obreros le explican al viudo que no pueden reparar su casa, y ni se oye la voz del actor que mira a la cámara como tres veces, obviamente buscando directrices. En otra, la que se supone es la escena más dramática de la película, no le crees a nadie: Melendez se muere de una manera risible, y la reacción de Flores y de Zoé Bolívar (quién interpreta a una estereotipada maestra de escuela) es imposible de creer.

La pequeña Yucemar Morales es muy tierna y linda, pero está muy mal dirigida; el chamín de El Rumor de las Piedras le puede dictar cátedra.

Una Mirada al Mar se encarma en una tendencia de nuestro cine, precisamente la que defienden los profesores de la ULA: hacer un cine que no hable de nada, dizque artístico, dizque intimista, pero que en realidad es vacío, argumentalmente pobre y hueco; amén de profundamente hipócrita.

A propósito del tema de la hipocresía. Espero que no se convierta en una tendencia esto de poner a niños tiernos a protagonizar películas. Recurrir al elemento emocional ante la falta de calidad me parece una estrategia despreciable.

Party IV

Birosca, me recibió para la última rumba de mi estancia en Mérida. Asumo el papel de periodista de La Bomba para contarles que un director, socialista, izquierdista y toda la paja; al que le gusta criticar a «los ejjjjjjjcuálidos» porque toman whisky y salen con barraganas, estuvo ayer por ahí, precisamente cayéndose a whiskys en compañía de una criaturita.

La música corrió a cargo de Otro Estrato, quienes hicieron versiones de Soda Stereo y otros grupos ahí que no me acuerdo.

Birras a 5 bolos, y el encuentro con algunos panas marcaron la noche, que termino temprano para mí.

Premiación.

Al parecer se impondrá Reverón. Al menos, es el rumor que nos trajeron las piedras el día de ayer. Yo apuesto, precisamente, por El Rumor de las Piedras, en la categoría principal. Creo que Risquez se parará a recibir el galardón como director. Sciamanna recibirá el premio como intérprete masculino. Me gustaría ver a Rossana Fernández siendo recompensada por su esfuerzo como mejor actriz. Igualmente, creo que Miguel Ferrari podría alzarse como actor de reparto.

Veremos que pasa, mañana comentaremos el palmarés, y haremos un balance de todo el festival.

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