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Las Caras del Diablo:A paso de Cangrejo


Con la película «M», Fritz Lang inaugura por lo alto el ciclo del género sobre la pederastia en el cine. A su vez, aquella pieza magnífica y maldita fundará los cimientos de la mecánica del suspenso, desde la forma hasta el contenido. Después de ella, nada será igual. Al respecto, profundizará en la materia de fondo para establecer un diagnóstico demoledor de la sociedad alemana de la primera posguerra en la víspera del ascenso del Tercer Reich.

Por su lado, el estreno de «Las Caras del Diablo» nada aporta a la evolución de la tendencia y supone un enorme retroceso a la hora de tratar un problema tan serio,cuyas causas y consecuencias son reducidas a la condición del guión estereotipado de un pobre capítulo de Archivo Criminal.

Por ende, ni el argumento, ni el libreto, ni el montaje, ni la fotografía, ni el arte favorecen el desempeño del acertado reparto( salvo por la inclusión de María Fernanda)encabezado por Jean Paul,Mariaca,el Nigga Sibilino y William Goite,quienes son desaprovechados al máximo y abandonados a la mala suerte de la descuidada realización,definida por una torpe combinación de larguísimos primeros planos,ralentis y encuadres estáticos,donde la supuesta naturalidad de la improvisación brilla por su ausencia.Al final, la mentada espontaneidad resulta demasiado tiesa y ensayada,bajo la influencia de la mecánica teatral, pero de origen amateur.
En consecuencia, somos testigos del lanzamiento de una pieza de cámara fallida, con ribetes de comedia involuntaria difícil de tragar y digerir.
La tragedia mueve a la risa y el melodrama se ciñe a los patrones conservadores de la telenovela nacional.

La selección del protagonista,de Carlos Madera y de Jackson Guitierrez, busca dotar a la propuesta de un cierto aire de hiperrealismo, bien logrado y conseguido en «Azotes de Barrio Adentro» y «Secuestro Express».Por desgracia, aquí la intención se hunde de lleno por las pésimas decisiones estilísticas del conductor de la orquesta.

Entonces al hampa seria la acaban por convertir en una caricatura de funcionario de corbata y saco,condenada a declamar y recitar una serie de frases contrahechas,imposibles de tomarse en serio. De igual modo, la investigación criminal denota el compromiso con las autoridades competentes, carece de la menor credibilidad,reivindica el papel activo de las fuerzas represoras para resolver el delito y se desarrolla como un panfleto institucional de la Villa, para vender la imagen del CICPC.

La corrección política hace de la trama un show demagógico, de pornografía sentimentaloide, con una niña raptada, un sospechoso habitual,un personaje forzadamente redimido(a través del voice over) y un happy ending,entre moralista y esperanzador. En el camino, se aprovecha para volver a satanizar a la web(como la fuente de toda la perversión posmoderna), caldo de cultivo para sádicos y cabecillas de redes de prostitución. Así, el largometraje, sea por interés o no, enciende las alarmas de la estética sensacionalista alrededor del suceso, para justificar la supervisión de padres y representantes en internet.
Incluso, lo más cuestionable del film es su capacidad de alentar y darle la razón a los encargados criollos de diseñar sistemas de vigilancia para censurar a la autopista de la información, a costa de magnificar una simple ola de rumores negativos.
¿La Ley Sapo en 24 cuadros por segundo?
Sería el piquete ideológico menos productivo de la cinta, a escala de los prejuicios y los temores difundidos por las plataformas del estado, para controlarnos mejor.

En efecto, el título de «Las Caras del Diablo» ya anuncia el perfil maniqueo de la jugada y de la movida,próxima al derrotero de un exorcismo de carácter inquisidor. Ni hablar de cómo encasillan a las brujas de Salem de la función. La pedofilia sirve de pretexto para enmascarar una obvia operación de envilecimiento de la otredad, a la retaguardia de la época.

El subtexto confunde denuncia con homofobia y despoja de humanidad a sus cruentos villanos, rodeados de travestis,transformistas y pirañas decadentes en plan de negociantes inescrúpulosos. Es decir, la antítesis del progresismo adelantado por «Cheila»,»Capturing the Friedmans»,»The Woodsman» y «Happiness», preocupadas por salir del círculo vicioso del castigo ejemplar de la diferencia.
En resumen, el director promete el descenso a los infiernos aunque apenas roza el límite del averno de la crónica roja rojita.
Las conexiones con el Chalbaud de los ochenta, tampoco son apropiadas. «Cangrejo» eran palabras mayores.»Las Caras del Diablo» es un ejercicio menor de revisitación neonoir,anclado en el pasado de la choronga solemne.
Con ella nos vamos para atrás a paso de «Crustaceo Cascarudo»,de jaiba de río.
Una especie en extinción.
Síntoma de la eterna crisis de la industria criolla.
Prueba del lado oscuro de nuestro llamado boom del siglo XXI.
A Carlos Malavé no le conviene seguir pontificando sobre el falso dilema «cine comercial» versus «cine de autor»,de acuerdo a su preferencia por la cotufa.
Yo le recomendaría, de pana, perfeccionar y depurar su técnica como creador,porque de momento la sentimos poco consistente.
Todo cine es válido y merece un espacio.
Por consiguiente, es un deber abogar por la amplitud de la oferta. No dedicarnos a glorificar, en exclusiva, la pertinencia de una corriente populista(discutible)como la única tabla de salvación para nuestro futuro.

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