panfletonegro

Si vas por el medio de la calle te van a atropellar: la decadencia de la cultura venezolana (1 de 2)

Lo confieso. No estuve en el evento Por el Medio de la Calle. Ni siquiera sabía de qué se trataba. Supe de su existencia porque mis amigos fueron o se quedaron con las ganas de ir. Así que me quedé intrigado. Más cuando comenzaron a aparecer las críticas al evento. Son éstas las que me incitan a escribir. Las leí para saber exactamente de qué me perdí. Basado en estas fuentes:

Estoy seguro que no me perdí de nada. Las tres reseñas -veneno más, veneno menos- me transmitieron el hastío (ni que decir del peligro) de vivir en Caracas; me transportaron de nuevo a esa rueda de la fortuna que no va a ninguna parte, esa que mi amigo César define como un «Laboratorio de la Nada». Después de tantos años, así parece, en Venezuela aún no pasa nada. Mucha bulla, mucha pirotécnia pero, en lo esencial, sólo intentos frustrados por hacer algo nuevo; intentos que rápidamente son aniquilados por una contra siempre dispuesta a señalar el desvarío pero incapaz de proponer eso nuevo que hace falta. Igual que la oposición con Chávez.

Si escribo es porque me quiero sumar a la reflexión acerca de la cultura venezolana. Por el Medio de la Calle es un evento en el que se evidencia esa crisis que intento bordear. Por un lado, aparece el intento por crear cultura y, por el otro, la crítica; el dedo que señala la pérdida del norte o, peor aún, el gran fracaso. Todo es parte del gran cuadro, de la tesis que propongo, a saber, que la crítica venezolana siempre apunta a sí misma, como la mujer que le dice fea a esa que aparece en frente, en el espejo.

Escribiendo espero explicar esto, mostrando que los «artístas» y organizadores, por un lado, y los críticos por el otro, forman parte de lo mismo, del drama de la cultura en Venezuela. Para empezar hago una pregunta que, para mí, resulta obvia:

¿Acaso puede haber un hervidero cultural en un país autobloqueado donde, de paso, predomina la admiración por la cultura norteamericana globalizada?

La pregunta encierra mi respuesta. ¿De qué se quejan? ¿Por qué le piden peras al olmo (no al horno, como dicen algunos)? Venezuela padece una crisis profunda, una crisis cuya cara visible es política pero que compromete mucho más que el partido (o el individuo) montado en el coroto. Es una crisis de rumbo, de saber quiénes somos, de dónde venimos y, por supuesto, a dónde vamos.

Claro, hay un cuento que nos quieren imponer; ese bolivarianismo ramplón y militarista llamado socialismo del siglo XXI. Que exista y sea repetido epilépticamente por los personeros del gobierno no indica que estemos claros como país. Eso es solo voluntarismo ingenuo. No por machacar un cuento infinitas veces se hace historia. Además, está la oposición que, como los críticos de Por el Medio de la Calle, nos recuerdan que por ahí no van los tiros, que la V República es, por encima de todo, un gran fracaso.

En fin, de esto va este relato que tiene dos partes. La primera es el contexto. Aunque suene distante, pues se remonta a los inicios del s. XVII, lo tenemos aquí mismito, estructurando nuestros dramas cotidianos. De eso trata la segunda parte, de la relación de nuestra historia con lo que somos en este momento. Cierro esta última parte con reflexiones acerca de cómo podemos hacer cultura porque, más que de la crítica, de lo que se trata es de salir del atolladero.

Empecemos.

1. Con el alma colonizada

La crisis venezolana no es política, es cultural. De hecho, la polarización que nos carcome es sólo una de las facetas de un problema de identidad que se repite en todos los ámbitos de la vida cotidiana de los venezolanos, y que encuentra su origen en la idea misma de Venezuela. Nosotros nunca hemos sido nosotros mismos, siempre hemos sido un eco desgastado de algo más, de algo afuera, de algo considerado mejor por ser “superior”:

Al respecto, hay que continuar diciendo que es cierto que hubo mestizaje, pero no en la extensión romántica que nos enseñan en los libros de primaria. Sólo hace falta mirar alrededor. Las variantes del café con leche se distribuyen geográficamente; y la leche predomina en las universidades, especialmente en las privadas, y es hacia los cerros, las costas y los estratos socioeconómicos bajos donde el café va encontrando su lugar. No somos racistas, pero si eres negro es probable que no te dejen entrar a una discoteca de moda.

No lo digo yo, lo dice la niña bien. No somos racistas. Claro, ella nunca ha tenido (ni tendrá) un novio negro. Ha escuchado en su casa que hay que “mejorar la raza”, que “negro con bata es chichero” (y no médico) y que los negros son “pretenciosos” y que “si no la hacen a la entrada la hacen a la salida”. Además, ha leído en sus libros de texto que el problema con los indígenas es que son flojos “por naturaleza”. No somos racistas, y acá cualquiera tiene oportunidades iguales a las de los demás. Bueno, eso dicen los blanquitos.

De manera que la crisis es estructural, y no es reciente; hemos estado enfrentados desde que los españoles llegaron, desplazaron a los indígenas y complicaron el cuadro trayendo negros de África. Esta confrontación se reeditó cuando los hijos insurrectos, los blancos criollos, robaron las tierras a sus padres, tal como estos lo hicieron con los habitantes primigenios de América. Y finalmente llegamos a la matriz de nuestra crisis actual, la del enfrentamiento entre los blancos criollos, que hechos de la tierra se volcaron contra los orejanos, los cimarrones y los arrochelados. Esos que hoy en día, bajo el ropaje del chavismo, devuelven el golpe y pagan con la misma moneda.

No hemos avanzado nada, sólo hemos invertido el signo.

2. El país “wannabe”

Saltemos un poco lo que sigue, pues es lo mismo que sucede ahora (peleas intestinas para ver quien se queda con el poder). Esto algo que nunca hemos resuelto, el acomodarnos todos bajo un mismo techo. Taponamos el conflicto, eso sí, a punta de petróleo. Fue ese azar, que nos sigue maldiciendo, el que nos permitió lanzarnos en pos de nuestro destino, a saber, convertirnos en eso afuera considerado “superior”. Ya el menjurje se cocinaba con Guzmán Blanco y su intento por afrancesarnos, pero fue con Pérez Jiménez que lo logramos. A punta de represión nos disfrazamos de país moderno; refinamos el otrora rastacuerismo en su equivalente actual, el nuevorriquismo del venezolano.

Fue el orgasmo petrolero de los setenta el que nos disparó a la escena global de una manera mítica. Los venezolanos -los del ‘ta barato, dame dos- se daban la buena vida, mientras se olvidaban de la tarea pendiente de construir un país. A propósito, esa bonanza no llegó a todos. Mientras una élite viajaba a Miami de compras, una masa con poco acceso a servicios y educación se iba llenando de resentimiento. Esperaba que en algún momento le tocara la suerte de los que viajaban a cada rato. Con el viernes negro empezaron a entender que ese boleto nunca iba a llegarles. Percibieron de lleno la mala noticia cuando Carlos Andrés Pérez, al ser reelecto, no trajo consigo la abundancia de su primer mandato sino, antes bien, todo lo contrario.

Lo que sigue lo tenemos todavía fresco y, la verdad, no creo que haga falta contarlo.

Ahora bien, ¿qué tiene que ver este pasado con por el medio de la calle? La respuesta en el próximo post.

Salir de la versión móvil