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SubHysteria:Descarrilada en un Túnel sin Fondo


Si el cine nació con el Tren de los Hermanos Lumiere,puede darse por muerto con el metro de «SubHysteria»,cuyo vagón se estanca en la nada y en el vacío de una escritura automática, de un grado cero del séptimo arte sin futuro,sin identidad, sin guión y hasta sin director, porque carece de las más mínima personalidad, al replicar y remedar patrones de «modernidad» en pleno desuso.

Por ratos, se plagia descaradamente al Dogma 95 y nos sentimos en un viaje de retroceso hacia el auge y la caída del movimiento encabezado por Lars Von Trier,pero imitado por un alumno con complejo de descubridor del agua tibia,quien cree inaugurar o desarrollar un estilo nuevo y propio, aunque nada menos cierto.

En realidad, las situaciones y los conflictos son tan de manual como las pobres psicologías de los personajes(fotografiados con cámara al hombro y tics nerviosos de «comunicador alternativo»).

Un grupo tiene problemas con la bebida y la droga. Otros rumian su infelicidad de pareja de principio a fin.La mayoría pelea por tonterías predecibles.La minoría de los diálogos hacen avanzar la historia, y superan el trámite de la verborrea superficial.

En algún instante, la sumatoria de ecuaciones y de fórmulas de crisis,producen como consecuencia ,involuntaria,la impresión de apelar al recurso fácil de la dramaturgia del reality show,con sus repartos multiculturales(para congraciarse con difererentes sectores de la demanda),sus ganchos de telenovela, sus excesos y sus interpretaciones sobreactuadas.

No en balde, el metraje pierde tiempo valioso en registrar las mismas nimiedades y miserias explotadas por el género de la gallina de los huevos de oro de VH1 y MTV.Así, de una conversación epidérmica sobre sexo a lo «Gran Hermano»,saltamos a una confrontación verbal y física al peor estilo de «Isla de Robinson», en una reflexión neodarwiniana de literatura de bolsillo,de artículo de revista dominical.

La trama gira en círculos, las secuencias se estiran innecesariamente como el chicle,mientras unos flash backs buscan aclarar, cuando en verdad, oscurecen y empobrecen al relato, al dotarlo de una aparente profundidad y justificación, rayana en la obviedad de unas explicaciones entre escuetas y cursis.

La Palma de Oro a la ridiculez expresiva se la debe llevar el comodín de la mujer asiática,experta,naturalmente,en artes marciales.Absurdo pretexto para rodar una gratuita escena donde la vemos manipulando una espada, como una versión femenina de «Machete» o como una parodia de «Kill Bill» para youtube.

En paralelo, el premio a la subestimación se lo ganan ,en conjunto,los secundarios de nuestro país, desdibujados en un telón de fondo marcado por el trazo grueso.Héctor Palma y compañía sirven de relleno, en unos papelitos de tercera categoría.Supuestamente,van a un concierto a cumplir su sueño americano.

El otro monumento al desaire del gentilicio criollo, recibe el nombre de Rebeca Alemán,y ella simplemente se dedica a repetir su rol teatral de «Amanecí con Ganas de Morirme».

En tal sentido, el film se presta para proponer una buena discusión,alrededor del viejo tema del «referente» en la industria vernácula.

Nadie puede negar el interés y el derecho de cada compatriota a narrar en el idioma de su preferencia y en el país de su predilección. Sin embargo, surgen preguntas e interrogantes incómodas de cara al estreno de una serie de películas como «Subhysteria».Por ende, ¿el objetivo es rodarlas afuera por razones estrictamente de mercado?¿En cuanto afecta la creatividad y la credibilidad, el hecho de filmar así?¿ Se hace por oportunismo, por inseguridad, por esnobismo, por condescendencia con el modelo hegemónico, o por miedo a reconocer su propia lengua?Finalmente, y a la luz de los resultados,¿ el asunto funciona o es una impostura, un gato por liebre para embaucar a un público latinoamericano,identificado con lo extranjero?

En lo personal, no tengo la respuesta. Únicamente, cumplo con ventilar mis inquietudes y las de mis colegas de la crítica.Para ser sincero, yo soy absolutamente escéptico de la efectividad y de la viabilidad comercial y estética del paradigma encarnado por «SubHysteria», una cinta a medio camino de todo. No es chicha ni limonada. No es indie ni es mainstream. Es un largometraje varado en el fondo de un túnel, donde subyace la ilusión de cierto cine nacional.

Lo peor sería su falta de honestidad y de humildad. Lo mejor es discutirla , deconstruirla y jugar a revertirla. De hecho, me gusta imaginármela en Caracas y grabada en un vagón del metro, al azote de malandros y mendigos;al calor de las contradicciones de la Quinta República.

Ojalá pronto renazca el interés de los cineastas criollos por leer y analizar la situación actual de Venezuela. En caso contrario, seguiremos corriendo la arruga, en un mar de escapismos y de evasiones foráneas, condenadas a pasar sin pena ni gloria por la cartelera y por la historia. Ya basta de filmar por filmar, o de rodar por rodar, en latitudes y distancias ajenas, para esconder la cabeza como la avestruz.

Sea como sea, si el caso es hacer la película fuera del país, vamos también a evitar incurrir en los clichés de siempre, porque para ello, nos quedamos tranquilamente con la oferta de Hollywood y de Sundace.

En efecto, «Subhysteria» es una copia barata de miles de productos y de propuestas de diversa procedencia y origen, reducidos a su mínima expresión.
Para cine de trenes y metros, me quedo con «Subway» de Besson, con «Tren de la Muerte» de Konchalowsky, con «Moebius» y con «1,2,3 Metro».

Por último, «Subhysteria» tampoco aguanta y alcanza para radiografiar al mundo después del once de septiembre. Si acaso, llega de refilón para conectar dos estaciones, entre la parada del cortometraje hinchado y la salida de la ópera prima rematada con desorientación.El Norte es Lost. El destino logrado es un trabajo de ensayo para un taller de improvisación.

Al final, la histeria más preocupante es la de una generación enajenada y alienada por la fantasía mediática de conseguir la redención a través de la pantalla del cine, así sea cayendo en el refrito. Por algo, la trama se quiere políticamente incorrecta.Sin embargo, es moralista con el borracho y el adicto, como una campaña de Alianza para una Venezuela sin Drogas. De paso, comete la canallada de matar a personajes viciosos e imprudentes,y de convertir en asesinos a ovejas descarriadas.Todos son juzgados en un purgatorio y en un infierno, donde se ahogan las penas entre carteritas de aguardiente y frascos de etiqueta.

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