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Estreno de Zamora en el Teresa Carreño: una telenovela personal

Capítulo 13: el número de la suerte criolla

Lee la primera parte aquí

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Mientras aguardo por el Doctor, me distraigo en el análisis de la cola de la entrada hacia el detector de metales rojo rojito, reservado exclusivamente para el soberano, porque la nomenclatura puede pasar con confianza, rapidita y como un sol, por el lado izquierdo de la aduana, tras hacer alarde de su abuso de poder, bajo la clásica técnica del tráfico de influencia. Una forma de corrupción normalizada desde la cuarta hasta la quinta, sin distingo de raza, clase y condición.

De tal modo, el paisaje luce como un proyección de nuestra burocracia fallida, cuyo despliegue busca disimular las carencias operativas del sistema público. Sucede en la Onidex, sucede en el Teresa. Pero además, la idea aquí es también disuadir al personal con la tramoya del operativo militar, para quedar bien con las autoridades, al costo de molestar a los ciudadanos. Así estamos.

Por ende, la fila india sigue siendo un privilegio de los pobres, de los pelagatos, de los parias y de los desheredados de la tierra. Ellos deben esperar, paciente y gallardamente, por su turno, para votar, para comer, para comprar en Mercal, para cobrar un cheque en el infierno de Banco Venezuela, para ir a la playa, para consumir en el Sambil, para salir a trabajar, para ir al cine en el Teresa. Es el milagro absoluto de la sociedad de control: habernos acostumbrado y programado para ser un dócil rebaño de corderitos ingenuos, hábilmente condicionados, como el perrito de Pavlov, por los estímulos y las limitaciones de nuestro matadero colectivo.

El país te cría, te alimenta mal, te explota, te saca el jugo y a la hora del té, cuando ya no eres indispensable, te sacrifica, por diferentes vías.

Actualmente, la moda del estado es imponer el reinado de la selva, el toque de queda permanente de los azotes de barrio, para infundir terror y miedo en el seno de la hacienda nacional. Cualquier parecido con el microcosmos de Pablo Escobar, de Marulanda y de los Paracos, no es mera coincidencia. La frontera asediada es nuestro nuevo norte.

Vivimos tiempos llaneros y Zamoranos, donde cada quien asume la postura o la impostura de Doña Bárbara para pelearse con su propio Santos Luzardo; donde cada quien es una potencial amenaza para el otro; donde cada quien desconfía de su semejante, para garantizar la perpetuidad de la ley del más fuerte.

Naturalmente, los dueños de las armas y los monopolizadores del régimen de la violencia, son los destinados, por la gracia divina del sufragio teledirigido, a llevarse la parte del león. Así funciona nuestra oligarquía castrense de Caracas a Barinas. Todo sobre la base de la intimidación, de la domesticación, de la planificación y del alineamiento del ganado vacuno.

Mejor dicho, somos una red porcina, alimentada con cebada y Harinapan, para el beneficio de las mafias de la zona roja.

Hoy nos dan Cesta Ticket, nos esclavizan de sol a sol, nos permiten embotellarnos en trancas descomunales para disfrutar incómodamente de algunos minutos de ocio, nos compensan con entretenimiento evasivo a la carta, nos emborrachan, nos enratonan, nos regalan circo en vez de pan, nos embriagan y marean con promesas, nos devuelven a la rutina, nos roban en las narices, nos humillan, nos encañonan, nos detienen, y si nos revelamos contra el orden represivo de la Camorra criolla, nos asesinan, nos condenan a la pena capital por decreto del tribunal del gatillo alegre, nos clasifican, nos estigmatizan o nos marcan por el resto de nuestras vidas.

Yo estoy marcado por el resto de mi vida, como tú. Me salvó el don o la maldición de la máxima obediencia a la autoridad. Mis captores pedían por esa boquita. Yo complacía de inmediato. Mis secuestradores exigían una fuerte suma, a cambio de mi pellejo. Yo respondía a la altura de las circunstancias. Si hubiese resistido un segundo, me habrían aniquilado a mansalva, como en un campo de concentración administrado por Nazis. En resumen, es el regreso del fascismo ordinario, con cara de delincuente común.

Poner la otra mejilla fue mi única opción. No me imagino como hubiese reaccionado con un revolver, con una bicha, con un fuco, con una punto cuarenta en mi mano. A lo mejor, mi costado salvaje, mi legítimo derecho a la defensa de pistolero de puente Llaguno, habría determinado mi suerte por encima de mi moral.

Si todo once tiene su trece, si todo madrugonazo neoliberal merece su 27-F, si cuarenta años de humillación popular desembocan a juro en un cuatro de febrero, si tenemos derecho a resistir ante la planta insolente del extranjero, entonces yo también voy a seguir el ejemplo de nuestra historia y de nuestros padres fundadores.

Ustedes me inculcaron la llama libertaria y sediciosa de Bolívar, Zamora y Miranda. Yo también la llevo en la sangre, en mi ADN, en mi cerebro. Después no se quejen, cuando la conjure en la práctica contra quienes considero mis opresores, déspotas, tiranos y colonizadores.

Estoy blindado, estoy bendito y justificado como Espartaco, como Fidel delante de Batista, como Yoani delante de Fidel y como Argelia frente a Francia.

La historia me absolverá.

En ciertas circunstancias adversas, como diría Gaspar Noé, la única moral es la del hierro, la del plomo, la del ojo por ojo, la del pin, pan, pum. No soy violento, pero el sistema me obliga a serlo para subsistir y para velar por la seguridad de los míos. A ello nos conduce la superestructura ideológica y ética de nuestra revolución bonita.

Por eso, ahora sí entiendo a Carlos Ezequiel, al Karma, al Legolas y al Kraken de Pinto Salinas.

Ahora sí entiendo a los chicos de Santos Negros, ultimados por el calibre de los “yericos” contrarios.

Viendo la enorme cola de entrada al Teresa, pienso en ellos, piensa en su música, pienso con nostalgia en quienes pudieron ser, y en cómo truncaron sus sueños de fama, fortuna y redención, nada más por vivir en Venezuela, en un estado de excepción.

Paz a sus restos y a sus dolientes.

A todos ellos les dedico el capítulo de hoy.

A continuación, los dejo con uno de los grandes temas del ultimátum de Santos Negros y Gangsta Crew.

Es el signo del santuario dando rebelión.

Nos vemos pronto en el capítulo 14.

Preparado para puñaladas.

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