Los Invencibles

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Los Invencibles
NOTA PRELIMINAR

31 octubre de 2008

Debo anteponerme a la lectura de este post haciendo una pequeña confesión: la de ese placer extraño que me produce el recordar que las opiniones aquí vertidas pertenecen, por entero, al mundo del ocio. No pretenden ser una crítica literaria, porque yo no soy crítico ni me interesa serlo, yo solo veo algo y digo que me pareció, así de sencillo. Si alguien se lee mis opiniones y le parecen válidas, pues bien, y si no, pues también. Cada una de las líneas que conforman este artículo afirman, a su manera, que la verdadera escritura no proviene de rendirle culto a los de siempre y usar fórmulas manidas y repetidas, sino, al contrario, como bien lo sabía Bolaño, en atreverse a escribir más allá de cualquier compromiso intelectualoide con los papaupas de la literatura, en especial la venezolana. Los escritores que me gustan (con algunas excepciones) tienen una convicción suicida (exagero) que nace y muere con ellos y que les hace creer que su literatura vale la pena, por eso, la trabajan y viven por y para ella y no, como otros escritores, que solo ven la literatura dentro de los límites de las roscas institucionales, los premios, las reseñas amistosas y las referencias pedantes-aburridas que se hacen unos escritores a otros en sus libros. Me parece una forma pertinente de definir la literatura: un espacio autónomo donde nacen y mueren sus habitantes haciendo lo que aman, sin esperar nada a cambio y, si algo viene, pues lo reciben, pero no se venden ni se traicionan a si mismos para conseguir reconocimientos de papel y amabilidades huecas.

J.M.S.

“¿Por qué será que todos los que firman
con dos apellidos, como ese tal Arias Nath,
tienen, siempre, un gran mojón mental?”

Alexis Correia, refiriéndose al director de Elipsis.

Ahora, hablando más en serio. Yo no tengo nada contra Rodrigo Blanco Calderón (me adelanto a sus defensores que vendrán a acusarme de resentido y a decir que escribo este post porque R.B.C. me tumbó una jeva), reconozco que escribe bien y que, cuando le da la gana, alcanza momentos excelentes en sus escritos. Además, a mí también me gusta Coldplay, aunque no me metería a un foro de Internet a defenderlos; coño, eso no lo hago ni con Nelly Furtado.

Pero detesto que Rodrigo Blanco Calderón sea como un niño consentido de la literatura, no porque tenga méritos como escritor, que los tiene, sino porque le ha rendido un culto absurdo y exagerado a Pancho Massiani. Las razones por las que todos hablan maravillas de R.B.C. no son sus cuentos o su talento, es su postura de cobardía intelectual, de andar, cual Mimí Lazo, en una de corrección política, de hacer críticas light al gobierno y, en paralelo, recibirle premios y andar en cuanta bobería organiza Monte Ávila Editores. Otra cosa es esa vaina de los premios, el comermierdismo intelectual caraqueño, de esos señores que escriben para sí mismos, que no le llegan a nadie porque a nadie le importa leerse un libro en el que un tipo nos echa los cuentos de lo que vivió cuando conoció a Massiani, a Federico Vegas, o a cualquiera de esos señores que son tenidos como dioses por los “nuevos narradores” de Venezuela.

Los Invencibles es un buen ejemplo de cuanto daño le hace a la literatura nacional ese complejo, esa especie de Edipo no resuelto que tienen nuestros escritores que siempre tienen que reconocerle a sus padres literarios las cosas que les han legado (entre ellas, la cobardía intelectual y ese espíritu gatuno que les hace siempre caer de pie).

El relato que abre el libro y lo titula cuenta la historia de una cofradía de jóvenes en la cual el narrador viene a ser el mayor de todos y por tanto una especie de extranjero que observa, juzga y nos cuenta a sus amigos, en especial a Camilo, el más “personaje” de todos. Todo bien en el relato, es un cuento bien urdido, muy bien tramado y con ese estilo “bolañesco” de mixtificar las cosas para no saber donde termina la realidad y empieza la ficción. Muy bien, pero… hay un detalle insalvable, en las líneas del relato en cuestión R.B.C. le rinde tributo a Pancho Massiani, María del Pilar Puig, Antoine Saint-Exupéry, James Joyce, y Alfredo Bryce Echenique; al mismo tiempo que el señor R.B.C. expresa su deseo de “entrarle a coñazos al gordito de poetas en tránsito, de pegarle una patada en el culo al otro imbécil, al blanquito narizón de los poetas en tránsito” y creo que allí es cuando se me descuadra el texto. No porque yo vaya a defender al citado gordito o al mentado narizón, sino porque R.B.C. comienza, desde este momento, a cuadrarse fino con los “artistas” del Trasnocho y a darle patadas, no a los poetas en tránsito, sino a todo lo que huela a literatura no-institucionalizada. Me explico más adelante, por si acaso no entienden.

Seguimos y leemos El Biombo y pasa lo mismo. Pedro Álamo, una promesa de la literatura, un chico descrito como “de una inteligencia insomne y una carencia absoluta del sentido del humor” se gana en 1982 el “Concurso de Cuentos del Diario La Nación” qué obviamente es el Concurso de Cuentos de El Nacional. Y aquí R.B.C. sigue con el cretinismo habitual “escritores tan importantes como Guillermo Cascadas (Meneses), Federico Vargas (Vegas) y Ana Malena (Teresa) Torres que comenzaron con ese premio memorables destinos literarios”Buajajajajajajajaja. No me jodan, es aquí cuando Blanco Calderón demuestra que tanto él como todos los escritores de su generación son unos cobardes, pana. ¿Qué necesidad hay de tanta jaladera? Pana, que fastidio. Yo ya estoy cansado de que todo escritor joven deba, para ser aceptado por la nomenclatura de las letras en Venezuela, dedicarle palabras tan cretinas a unos escritores qué, si merecen un homenaje, es que se supere su legado y no que se les mencione de una manera tan, ¿cómo decirlo?, ¿oportunista, es la palabra?, para darle validez intelectual a lo que uno escribe. Este tétrico ejercicio de arrimarse a un buen árbol me parece LA – MEN – TA – BLE.

Premio de autores inéditos de Monte Ávila
El jurado y yo

Luego, como para reforzarlo todo, R.B.C. crea una forzada(forzadíiiiiiiiiiiisima) trama en la que se refiere a la polémica que generó el Premio que se ganó en 2006 con el cuento “Los Golpes de la Vida” y, sobre todo, de la discusión que se armó cuando Rodrigo Blanco Calderón le dio el premio del concurso de autores inéditos a su pana Enza García.

A través del personaje de Pedro Álamo, y lo abrumado que se siente por haber sido premiado, Blanco Calderón se refiere a si mismo y a sus críticos reduciéndolos en la figura de Hebert Gamera Tontín, que no es otro que Heberto Gamero Contín. Dice el ¿relato? “luego finalizaba su texto con una denuncia puntillosa e infantil: Gamera Tontín denunciaba que Álamo había violado las reglas del concurso al excederse por una cuartilla del límite permitido.” En realidad la acusación no fue así de puntillosa e infantil. La denuncia hecha fue que los ganadores fueron los panas del alma del jurado; además de que el concurso era para autores inéditos, es decir, que nunca hubieran publicado nada pero Enza García ya había publicado un cuento en un libro español.

Sin embargo R.B.C. desecha las críticas y, muy probablemente, le dibuja una sonrisota a las rosquitas literarias de Caracas que han de sentirse satisfechas al leer este cuento pedante, aburrido, autoreferencial, y burda pero buuuuuuuurrrrrda de cobarde. De resto creo que a nadie le interesa leerse este trozo de balurdismo literario.

Entonces llegamos a la mejor parte del libro: los relatos Calle Sarandi y El Último Viaje del Tiburón Arcaya. El primero, es un buen cuento que toma lugar en Uruguay y que convierte una anécdota sencilla sobre personajes callejeros en un momento de buena escritura, se hace agradable de leer.

El segundo es El último viaje del tiburón Arcaya. Es raro, pana. Encontrarse un cuento como este, tan deliciosamente melancólico, en medio de un mar de referencias ombliguistas. A mí que no me gusta el béisbol me ha gustado este cuento ambientado en diciembre de 1999 y en los meses posteriores al deslave.

R.B.C. establece un paralelismo entre el equipo Tiburones de la Guaira, el peor equipo de la liga venezolana de béisbol y también el de la fanaticada más fiel y alegre, y la suerte del estado al que representan. Es una alegoría de la derrota y un cuento que me hace pensar que Blanco Calderón podría ser un escritor competente y brillante si dejara de escribirle babosadas a Massiani y a los demás y se pusiera a trabajar en su literatura.

Luego viene En la hora sin sombra un aburrido relato sobre un montañista que se pierde en el Ávila.

Cierra el libro igual que se abrió, con otro cuento sobre escritores y para escritores, Los golpes de la vida ganador del Concurso de Cuentos de El Nacional en el año 2006. Dice Calderón “le dije que era escritor y que un verdadero escritor no puede estar con el gobierno y menos si el gobierno es militar”. Mhmm, interesante, ¿y entonces que hace R.B.C. siendo parte de la “revolución cultural” del gobierno bolivariano y de cuanta vaina organicen Monte Ávila Editores y El Perro y la Rana? Pasa, como suele pasar, que los escritores venezolano siempre caen de pie, siempre dicen las palabras justas para no incomodar mucho a nadie y siempre sale bien librados de cuantos compromisos se les presenten, por eso R.B.C. es un escritor que hace críticas suavecitas al gobierno y luego bebe de la teta estatal que lo recibe y le da premios y le pone el título de “promesa de la literatura nacional”. Todo para evitar que, de verdad, surja una generación de escritores emergentes con las bolas en su sitio dispuestos a hacer críticas reales y asumir una postura. Siempre es preferible un dubitativo y tímido Rodrigo Blanco Calderón que un escritor dispuesto a decirles las vainas en la cara a Héctor Soto. Además, con esto, el gobierno dice: “¡Ven, aquí en Monte Ávila somos abiertos, recibimos a R.B.C. que es un declarado opositor al gobierno y no le censuramos!”. No censuran porque no hay nada que censurarle a un chico tan políticamente correcto, tan opositor-calculado o los demás miembros y miembras de la generación mediocre de escritores jóvenes de Venezuela.

En Los golpes de la vida, R.B.C. vuelve a explayarse en halagos innecesarios, al punto de alabar a la parranda de borrachines que se reunían en la República del Este, los presenta como si hubieran sido poetas errantes y callejeros que vivían libres y blah, blah, blah. Lo cierto es que esos señores terminaron sus días enchufados en los cargos de la administración cultural venezolana y renegando de sus ideas políticas, aplaudidos por quienes les despreciaban y haciendo silencio ante un país que se venía abajo mientras ellos gozaban de sus carguitos y hacían mutis.

Lo que sí disfruté del relato fueron las descripciones de los restaurantes chinos y algunas que otra observación: “Cuando uno está borracho no hay nada más gratificante que una coincidencia que confirme las desgracias o las compensaciones secretas de la vida”, por ejemplo.

Y así me pasa con todo el libro y con todo lo que escribe este señor. Encuentro regadas por ahí flores que crecen en medio del fango, una frase o una observación brillante que me pone a pensar “chamo, ¿por qué no dejas de chuparle las medias al Massiani y te pones a buscar un estilo propio”. Pero no es así, el estilo de R.B.C. es predecible y obvio, no hay nada que agregarle. Y menos cuando nos encontramos una nota preliminar en ella el autor nos dice lo que debemos concluir luego de leer su libro. Patético.

No hay conclusión posible. Solo una: Los invencibles es la mayor de las paradojas en las que se encuentran metidos los jóvenes escritores venezolanos, un libro qué, según sus propio autor pretende demostrar “que la verdadera heroicidad no consiste en vencer todos los obstáculos, sino, al contrario, como bien lo sabía Kafka, en ser vencido y superado por todos los obstáculos y, a pesar de todo, continuar”. Es decir, un libro que quiere ser un homenaje a los perdedores, pero escrito por un escritor que no se arriesga a perder, sino, al contrario, usa la fórmula más ganadora, la que le granjeará comentarios amabilísimos y críticas excitadas y exageradas. Es una pena. Esperamos que la literatura criolla pueda, algún día, tener a un legítimo invencible capaz de arriesgarlo todo por hacer un libro que sea igual de arrojado que los personajes de éste. Mientras, este libro es más una impostura que otra cosa.

6 Comentarios

  1. Un trabajo realmente encomiable el tuyo, J.M., leer y deconstruir para nosotros semejante bodrio. Estupenda crónica. Rodrigo Blanco te lo debería agradecer algún día.Vamos a esperar ahora por su respuesta. Ojalá no corra la arruga y salga con algún desplante del tipo: te voy a dar una patada por el culo.

    Saludos!!!

  2. Los golpes de la vida es otra historia de la vida real o, para el caso, de una jalada de bolas: la que Massiani le habría dado a Cortázar si no se lo hubiera impedido su propia frivolidad (el venezolano faltó a la cita con el argentino porque se avergonzaba de la humilde ropa que llevaba puesta, confundiendo al autor de Rayuela con el juez de una casa de modas). ¡Copien, niños, este caso ejemplar de metaficción: el adulador que escribe acerca de aduladores!

  3. Cobra: Its a dirty job, but: somebody has to do it!

    Zule: «Caso ejemplar de metaficción» :)

  4. Yo creo que R.B.C. no existe. Es un personaje ficticio de uno de esos cuentos malos de Roberto Bolaño, esos manuscritos enterrados en Blanes que los editores zátrapas sacan de una gaveta para publicarlo y hacer real…
    Saludos, J.M. Incisivo como siempre, da placer leerte, bro.

  5. Lo destrozaste. Espero que mi próximo y primer libro te inspire un poco de piedad… De todas formas buen trabajo.

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