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Acta de Defunción de La Crítica de Arte

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República Bolivariana de Venezuela. Distrito Metropolitano de Caracas. Concejo Municipal del Municipio Bolivariano Libertador del Distrito Capital. Lunes 20 de abril del 2015, a dos años de la muerte de nuestro Comandante Eterno.
El Dr. Cilio Maduro Cabello Moros, secretario Municipal, actuando por delegación del ciudadano Alcalde, certifica la defunción de la ciudadana “Crítica de Arte” en Venezuela, quien falleció a las dos de la tarde a consecuencia de un paro cardíaco, a los 92 años de edad, tras sufrir una insolación y deshidratación, mientras hacía su respectiva cola en las adyacencias del mercado Bicentenario, ubicado en la antigua zona rental de la UCV, hoy propiedad de nuestro gobierno rojo rojito.

Según la versión del médico forense, la ciudadana fue ingresada en la Morgue de Bello Monte, desahuciada y sin manifestar el más mínimo signo vital, producto de diversas circunstancias relatadas por sus dos únicos incondicionales, quienes prefirieron mantener ocultas sus identidades para no perder sus puestos de trabajo en la red de Museos Nacionales(aunque nuestros patriotas cooperantes ya los tienen fichados, por si a las moscas).
A continuación, procedemos a transcribir el testimonio de ambos personajes(sospechosos).
Al parecer de ellos, la ciudadana tuvo una vida plena hasta cuando fue despedida de su cargo en la administración pública, por razones políticas, quedando literalmente en la calle y sin recursos.
En la década de los sesenta, irrumpió con el movimiento y la revista “El Techo de la Ballena”, de la mano de Carlos Contramaestre, Caupolicán Ovalles y Alfonso Montilla.
Desde entonces, fue una de las vedettes de la escena cultural de Caracas, donde era invitada a participar en cualquier proyecto y a publicar en las principales revistas de aquella época dorada. Compartía columna al lado de firmas como las de Rodolfo Izaguirre, Adriano González León, Juan Nuño y Sofía Imber, la intransigente. La misma Sofía le daría un empleo fijo, al fundar el MACSI.
Durante la década del setenta, Pablo Antillano la invitaría a escribir en las duras páginas del magazine clandestino, «Reventón».
En los ochenta, cobró un segundo aire, al involucrarse con los principales intelectuales de la época, reunidos entre los cafés de Sabana Grande y los bares de la República del Este.
Sus colaboraciones deleitaban a los lectores de “El Nacional”, “Papel Literario”, “Verbigracia”, “El Universal”, “El Mundo” y “Feriado”.
Los noventa le permitieron seguir desarrollando su obra, gracias al respaldo de “Imagen”, “Encuadre”, “Exceso”, “Extra Cámara”, “Urbe” y la imprescindible “Estilo”.
El cambio de siglo comenzó a mermar su productividad y a irla sumiendo en un estado de indigencia.
Botada de su oficina en cadena nacional por el propio Presidente, nuestro Galáctico, ella quedó herida de muerte.
En paralelo, sus antiguos cimientos cayeron como fichas de dominó, por falta de respaldo institucional, privado y público. Desaparecieron todas las revistas subsidiadas por el Ministerio del ramo, al ser consideradas “cuotas de poder” de una élite decadente, de una oligarquía excluyente y discriminadora.
La consideraron una enemiga del proceso y la condenaron a la inopia. Pero aun así, a principios del siglo XXI, sus amigos le brindaron un pequeño empujón, cuando vieron luz una serie de nuevos proyectos editoriales como “Veintiuno”, “Contrabando”, “D Mente”, “Clímax”, “CCS”, “En Caracas”, “Zero” y “Platanoverde”.
En paralelo, sus panas la animaron a abrir un blog y a colgar entradas en “Panfletonegro”.
Se le daba por muerta y acabó por recibir una transfusión de sangre fresca. Del 2002 al 2008, descubrió su tercera bocanada de oxígeno. Pero su resurrección duró poco, apenas un suspiro.
El papel subió de precio, las rotativas se pararon, por los controles, la escasez, las presiones y los ajustes de nuestro sistema de la máxima felicidad.
En consecuencia, se le cerraron sus últimas ventanas de expresión y sus fuentes de sustento. Los medios de oposición se vieron obligados a reducir sus nóminas y constreñir sus páginas. Ya no había lugar para ella en nuestro mundo.
Con todo, intentaba conservar su pluma afilada a través de las redes sociales, por puro amor al arte. Pero su esfuerzo era en vano. Nadie la reconocía, nadie la tomaba en cuenta, como antes.
La miraban de reojo como una mujer apestada, maldita y marcada con la letra escarlata.
Las generaciones de relevo, más pendientes del fashoneo, tampoco le dieron una oportunidad. La tildaban de anacrónica, de envidiosa, de vieja obtusa, de intolerante, de bruja, de frustrada y pasada de moda.
En sus últimos meses, cobraba una pensión de miseria y aguardaba por su destino final en su apartamentico ruinoso de Parque Central.
A veces, sus hermanos menores, la iban a buscar para llevarla a inauguraciones y afines, donde se sentía como cucaracha en baile de gallina. No entendía nada, todo le parecía falso, ingenuo, plagiado, malamente montado, ridículo, kitsch, inofensivo y funcional a los intereses de cada bando, involucrado en nuestra polarización. Por ello, la execraron de lado y lado. Era una persona non grata, de izquierda a derecha.
Por la crisis, se optaba por declararla fenecida, para darle cabida a las relaciones públicas, el mercadeo, las curadurías instrumentalizadas, la compra y la venta de bisutería geométrica.
La ciudadana entró en coma, después de asistir a las colectivas e individuales de tirios y troyanos en el 2014. El peor de la historia plástica en Venezuela, según su criterio. La resucitaron de casualidad.
Sabiéndose extinguida, quiso constatar sus observaciones, sus afirmaciones en el 2015. Y reconoció un agradecido viraje. El ánimo se le subió delante de la muestra de Vivenes y Daprano. La nota electroacústica de BOD le sacó una sonrisa de satisfacción.
Dos días antes de expirar, la trasladaron a Galería D Museo y la quijada se le tumbó ante la profundidad conceptual de las fotografías de Juan Toro. Horas antes de estirar la pata, publicó su última entrada en su blog. Allí aseveró textualmente: “Venezuela, hoy me marcho triste, abandonada, pero tranquila a hacer mi cola en el Bicentenario, por necesidad. He sido testigo de un pequeño renacer de la disidencia en el arte contemporáneo de Caracas. He sido testigo del empeño de gente buena por recuperar las raíces de nuestra experimentación estética. He notado con alegría y esperanza que no todo está perdido. Solo sueño con que quienes sigan cultivando mi oficio, salgan del closet, griten duro y ofrezcan una bonita resistencia. Esto se lo dedico al Gusano, a William, a Rolando, a Nelson, a María Luz, a Pablo, a Gerardo, a Celeste, a Félix, a Roldán, a Miguel, a Perán, a Lorena, a Luis Miguel, a Sofía, a Alberto, a María Elena, a José Luis, a Ruth, a Luis Enrique, a Javier, a Nicomedes, a Ariel, a Juan Antonio, a mis brothers y a todos los que de alguna u otra forma siguen dando la pelea, a pesar de la censura y las circunstancias. Si no regreso, porque llegó mi hora, no me lloren, ni me entierren. Recuérdenme como una utopía de la modernidad que fracasó en su intento, pero que aún se puede remozar de sus escombros”.
Paz a los restos de la señora “Crítica de Arte”.
Por exigencia de su testamento, será cremada en lo inmediato y sus cenizas se esparcirán en el Aula Magna de la UCV.

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