Venezuela y el pozo

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Ya sabes lo que dicen: el poder no cambia; saca le peor parte de ti. Creo que nadie imaginó que al apoyar a este militar tan «franco», jocoso y considerado para con los pobres también estaba echando su palada al fenómeno que ha propiciado todos los problemas actuales: el sectarismo feroz. Y me gusta hablar de «paladas» porque fue otro problema que se sumó a los que ya padecíamos. Seguimos siendo pobres, iletrados, analfabetas – porque a pesar de todos los esfuerzos, seguimos siendo incapaces de practicar la lectura profunda del discurso magnánino y demagogo, el escudriñamiento desconfiado, la deductiva que abona el campo de la crítica y la intransigencia-.

Seguimos siendo sumisos a un gran caudillo, depositando las esperanzas en hombres que inevitablemente embebidos en las aguas del poder terminan padeciendo la loca ambición, proclamándose así mismos como la mismísima libertad de los pueblos. Nada más lejos de la realidad.

Desde que Venezuela es República nos hemos sacudido pocas paladas que enciman sobre nosotros los gobiernos. Entonces, a diferencia de la fábula del burro viejo que cae en el pozo, en vez de quitarnos la tierra que nos echan encima y preparar con ella el piso que nos llevará a la superficie, nos quedamos quietos esperando la próxima palada, porque la que viene promete ser menos pesada y de otro color.

Viene el sinsabor, la indignante certeza de que estamos en el mismo sitio de ayer pero con el aderezo del gobierno de turno: los pobres siguen pobres; los ricos, más ricos; el vivo sigue viviendo del bobo; la división sigue siendo bandera, pero esta vez – y aquí el «aporte» de los que encabezan el Estado- la lucha es fanática y terrorista, entendiendo al terrorismo en la primera acepción que nos da el DRAE: 1. adj. Dominación por el terror.

Así tenemos entonces un país metido en el mismo hueco, debatiéndose internamente entre recibir la tierra obediente o sacudírsela y salir. En esta pugna interior ha muerto una treintena y apresado un millar, aproximadamente. Ojalá se aparte una poca tierra de los ojos y pueda reconocer que sigue cautivo, para que empiece a sacudirse.

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