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El Hombre de Ácero y Rápidos y Furiosos 6: Ética Indolora

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Cine del más difícil todavía, del extremismo pirotécnico, de la lucha cuerpo a cuerpo entre lo digital y lo analógico.
En el verano del 2013, Hollywood apuesta por los altos presupuestos, las franquicias rentables, los protagonistas mesiánicos, las demoliciones controladas, los entretenimientos de parque temático, los formatos panorámicos y los estrenos globales. Así contienen la embestida de los piratas informáticos alojados en los paraísos artificiales de la red social.
Si usted analiza los guiones de la temporada con lupa, descubrirá un patrón, una célula afín al código genético de los tanques del mes: «El Hombre de Acero» y «Rápidos y Furiosos 6». Ambos títulos ilustran el ascenso de una cultura del miedo y la pesadilla, cuya conjura depende de la respuesta de héroes individualistas, libertarianos y rebeldes sin causa. Alter egos populistas del macro poder corporativo de los grandes estudios, a la vanguardia de una cruzada simbólica contra las fuerzas y amenazas de la disidencia(real o virtual).
Por dirección de Zack Snyder, Superman pierde el sentido del humor negro alentado por Christopher Reeve bajo la capa iconoclasta de Richard Lester. Encima, la solemnidad del productor Nolan funge de kriptonita para neutralizar cualquier atisbo de irreverencia en la construcción del personaje. El arquetipo acaba entonces por padecer el mal de la falta de identidad, al disolverse en una licuadora de «Mortal Kombat», «Transformers», «Hulk», «Caballero Oscuro» y «Thor».
Durante largos minutos, «El Hombre de Acero» destruye a golpes una maqueta informática de Metrópolis, como el muñeco deshumanizado de un video juego al uso. El villano recibe y comparte el castigo en un desenlace cantado, trillado y conservador. La moraleja es la de siempre, salpicada con ribetes republicanos y religiosos de pare de sufrir. Umberto Eco y Román Gubern se darían banquete desmontando su ingenua imaginería bíblica. En cristiano, es un film del kistch restaurador disfrazado de grito de modernidad.
Menos pretenciosa, aunque igual de reaccionaria, es «Rápidos y Furiosos 6», un vehículo para la exhibición de otro grupo anabolizado y enchulado con aires de pandilla renegada de la comarca industrial.
Como en el caso anterior, pueden irse olvidando de la originalidad expresiva y conceptual de la cinta, supeditada a los intereses pragmáticos de una franquicia agotada en su creatividad. La concibe el eficiente Justin Lin, mentado autor vulgar de la escena contemporánea.
Verbigracia, el realizador asiático ofrece un espectáculo de mayor consistencia narrativa, al lado del torpe desempeño de sus colegas de la serie del vigilante alado. El absurdo de las situaciones y persecuciones tiende a compensarse con una agradecida toma de distancia por parte de los carismáticos actores.
Pero a la larga, el contenido también es pobre, banal y apegado a la agenda de los ídolos falsos del anarquismo pop, resignados a cumplir el papel de mercenarios al servicio de los organismos de inteligencia del estado. Lo apolítico del empaque no anula su carga ideológica. De hecho, el combo de Vin Diesel legitima el uso de la tortura. En la inquisición de los tiempos de «Zero Dark Thirty», los pecadores son molidos a palos y decapitados como gallinas para hervir. Ética de la crueldad por objetar y discutir.

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