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Un Secreto y Los Niños de la Esperanza: Infancia Clandestina

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La ocupación alemana de Francia es una herida abierta para el cine galo. Lo comprueba el estreno simultáneo en el país de dos largometrajes dedicados al tema: «Un Secreto» y «Los Niños de la Esperanza». Después de mucho tiempo de olvido, público e industria parecen llegar a un estado de madurez, como para entender las implicaciones sociales y políticas de un pasado oscuro, censurado por el poder.
Hoy la distancia de los años permite refrescar la mala memoria sin los miedos de la década del cincuenta. Ayer fue un asunto complicado de manejar para los autores de la posguerra. Según los entendidos, la nueva ola surge por un deseo de ruptura con los cánones del fascismo ordinario y el arte oficial.
Curiosamente, la pandilla de Godard trata de soslayo el análisis crítico de la historia reciente, al pasar la página o sumergirse en los dilemas morales de aquel entonces, desde mayo del 68 hasta la guerra de Vietnam.
Es el genio de Marcel Ophüls, un realizador en la frontera generacional, el encargado de llenar el vacío y tomar el toro por los cuernos. Así produce y proyecta una obra maestra del género documental, «La tristeza y la piedad», condenada al ostracismo y la clandestinidad del circuito de arte y ensayo, por un largo período de boicot.
La pieza desnudaba la escandalosa relación carnal del régimen de Vichy con la clase dirigente de la dictadura Nazi. También ilustraba la pasividad de una sociedad civil afectada por la aplicación de una terapia de choque, cuya consecuencia inmediata era la sumisión ante los designios del ejercito invasor.
Solo la resistencia conquistaba un espacio de dignidad en el mapa digitado por las garras de Hitler y su títere vendedor de la patria, el Mariscal Petain. Todo ello quedaba descrito y develado con imágenes de archivo.
En el mismo sentido, los directores contemporáneos asumen la denuncia con la conciencia de rendir tributo a las víctimas y exorcizar el complejo de culpa colectivo. Por ende, el viejo zorro Claude Miller sienta en el diván de «Un Secreto» a sus personajes corrompidos y bloqueados. La película supone una inmersión psicoanalítica en la mente de un hijo traumatizado por la actitud ambigua de su padre, al ser responsable por la desaparición física de su esposa judía a manos de los agentes del Führer. El film adopta un semblante melancólico y poético en blanco y negro, exento del revanchismo estéril de «Inglourious Basterds». Las cicatrices no se curan inyectándolas con litros de sangre.
El final recupera el color cuando el conflicto interior se cierra y la semilla del descontento abona el terreno para albergar un futuro distinto. Admiramos uno de los títulos destacados de la cartelera alternativa.
Para compartir la reflexión, «Los Niños de la Esperanza» reconstruye el drama galo de los campos de exterminio, el antisemitismo, la banalidad del mal y las cámaras de gas. Debemos obviar el innecesario desenlace lacrimógeno del libreto.
El contenido es suficientemente explícito y no requiere de traducciones retóricas. De nuevo, la infancia resume la ambivalencia de una nación castrada aunque dispuesta a quemar etapas y a aprender de sus errores. Llamado de atención a los negacionistas del holocausto, a los colaboracionistas y a los genocidas de cualquier especie. Regreso a «Alemania año Cero».

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