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Mario Silva, Cayendo y Corriendo

hoji
«La Hojilla» va fuera del aire.
La de ayer fue una emisión histórica. El mentado león del horario estelar, del canal de todos los venezolanos, lució dubitativo, extraviado, expropiado y decaído en su propia jaula mediática, construida por sus jefes para blindarse ante las acusaciones de la opinión pública.
Pero anoche sucedió la magia del evento rizomático, del incidente no programado, de la improvisación, del llamado suceso singular.
Para Baudrillard, el simulacro es el orden general de la programación televisiva. La fachada reina.
Sin embargo, aseguraba él, la huelga de acontecimientos reales podía romperse cuando el cuarto poder debía responder por sus actos de cara a una coyuntura impredecible.
Grosso modo, así se despidió Mario Silva: en el contexto de una situación sobrevenida, cuyo armado se desvanecía por efecto del sentimiento de culpa, del terror psicológico, del miedo al vacío, del hundimiento del barco.
Todo empezó mal y termino peor.
Diosdado buscaba disimular su angustia con una mueca forzada de calma y cordura. Sonreía de manera nerviosa, acompañando a Maduro. A la pobre Cilia Flores, de escolta presidencial, la ubicaron de florero para desmentir las palabras del traidor.
Los periodistas tarifados renunciaban a ejercer su oficio, mostrándose ambiguos, temerosos, complacientes y apegados a un guión de hierro.
Solo la chica de Telesur se atrevió a preguntar lo censurado por sus demás colegas. Cabello atajó a decir una incoherencia y a tirárselas del desentendido. Pose del militar ególatra incapáz de reconocer un defecto.
Corte directo y suena la música de costumbre: «Cuidado, Prepárense». Aperece el conductor con cara de velorio, de ultratumba. Mira de reojo y sumisamente manda a un corte con Miraflores, para informar de cualquier banalidad.
Se quería demostrar el funcionamiento de la jerarquía y la subordinación de Mario a los intereses de la república.
Subliminalmente, el bigote agresivo le propinaba su estocada al confesor, al sapo, al delator por cometer un gravísimo error de cálculo.
Para la mafia es importante limpiar las huellas y rastros de sus ajustes de cuentas.
Como en una película de cine negro, el cómplice ingenuo pecó de confiado y dejó en evidencia a sus padrinos, quienes de inmediato procedieron a tomar sus medidas de corrección.
Primero, desplegaron su escenografía, su teatro de la familia unida. Segundo, le sabotearon el show al «comunicador alternativo». Tercero, lo obligaron a arreglar el entuerto, inventando un disparate. Cuarto, lo mandaron a las duchas, tras sacarle la tarjeta roja rojita por acumulación de faltas.
¿Regresará al partido? Lo veo color de hormiga.
El grupo de los vampiros pide sangre y pasa factura, como en una secuela criolla de «Amanecer».
No en balde, la conclusión del episodio huele a trama folletinesca de «Crepúsculo».
Los Vulturi exigen una reprimenda ejemplar por el pecado cometido por el muchacho de la franquicia expresionista.
Los lobos fieles intentan rescatar al amigo, al viejo zorro.
En adelante, fracasan al estilo de una pataleta kistch, a la gloria del humor involuntario. De la tragedia derivamos a la farsa.
En el libreto desgastado del doble espía, la CIA y el Mossad figuran en la lista de responsables por la «fabricación» de la llamada peligrosa. Un típico argumento de la guerra fría, de las cortinas bufas de la inteligencia cubana.
Mario Silva cree dirigirse a una masa de ignorantes y de necios fáciles de embaucar con memes del manual del idiota latinoamericano.
Ni Hollywood está en la facultad de producir una grabación similar. Múltiples sonidistas profesionales del gremio la autentificaron en cuestión de minutos. Es la voz de Silva, ni más ni menos. Lo demás son pamplinas y excusas de caricatura.
Finalmente, no puso la barba en remojo. Rugió a diestra y siniestra. Acusó a la derecha del complot. Juró fidelidad a la revolución. Aseguró inmolarse a nombre del proceso. Prendió y apagó su ventilador de odio, complejo y resentimiento.
Presenciamos la disolución de un mito. El todopoderoso de la Hojilla estaba sentado sobre una plataforma de fango, de lodo. Nada pudo sostenerlo. La verdad es así de cruda e implacable. Ella se ceba especialmente con los mentirosos.
Por ahora, el hombre renunció al trabajo, aduciendo sufrir de enfermedad. Tampoco lograba a atinar el lugar de su padecimiento. ¿Es un dolor estomacal, diarrea o un problema en el colon? Así a cualquiera se le afloja el barro.
Después de todo, tanto alarde y echonería no sirvieron para nada. Al caballero oscuro lo mandaron a esconderse, a enfríarse, a enconcharse. ¿Volverá? ¿Todo once, tiene su trece?
Nuestro realismo mágico te depara muchas sorpresas. Te invito a conjurarlas por la red.
Pronto, el desenlace de la novela.
El crepúsculo de un Prometeo posmoderno.
Ironías del destino.
Cerrado por duelo y filtración de información.

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