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Patologías de la Web: Primer Capítulo

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Diferentes padecimientos mentales anidan en la red social. Muchos de ellos surgen y se refuerzan en páginas como la nuestra. Panfletonegro puede ser un caldo de cultivo para enfermedades psiquiátricas normalizadas por la actividad cotidiana de la web. Por ende, buscamos exteriorizar el problema para ver si es posible encontrarle una cura o solución. A tal efecto, dejamos abierto el foro de comentarios. Pase adelante y descubra si usted sufre el siguiente caso digno de estudio. Prometemos regresar pronto con otros fenómenos por el estilo. Abrimos una saga por entregas semanales.

La Suicide Girl


Lo discutí la semana pasada con la profesora Malena Ferrer. Ella lo describe y tipifica como el síndrome de la chica supuestamente intensa, culta y alternativa, pero también consciente de sus atributos físicos, utilizándolos de anzuelo para venderse en Facebook y Twitter, por medio de la explotación sostenida de sus imágenes al desnudo.
Es una forma de pornografía suave y de erotismo kistch, naturalizado por miles de fanáticos y amantes de los falsos discursos de liberación feminista, donde la mujer lejos de ser emancipada, termina siendo objeto de una esclavitud peor a la anterior.
El sistema y la mediática las condicionan y obligan a adoptar unos rígidos cánones de belleza, centrados en la exacerbación de un cuerpo escultural, biónico, voluptuoso y bajo en calorías, producto de una sujeción voluntaria a dietas estrictas y rutinas de ejercicio permanentes.

La joven cambia los corsés de antes por los de la posmodernidad de diseño científico. Las niñas suicidas creen tener el control de su destino y sexualidad, proyectándose a través de fotos provocadoras y desafiantes.

En realidad, no escapan del proceso de ascenso y descenso de ídolos de pies de barro como Diosa Canales y Jennifer Abdul, quienes son elevadas por el status debido a su encarnación de un paquete reaccionario de ideas propias de la dominación masculina.
Allí entran las lolitas dark a satisfacer la demanda y la oferta de un público caníbal, ávido de satisfacer sus apetitos, carente de contacto y estructurado por los fetiches del consumismo tecnocrático.

Si en el mundo musulmán las condenan a llevar velo, en Occidente las cosifican y preparan para fungir de bombas y carnadas del mercado virtual. Sospeche usted de cualquier conocida o amiga empeñada en brindar el espectáculo de su doble moral: inteligente y filosófica de día, aunque sumisa y descubierta por la menor excusa.
En la mañana, comparte un pensamiento. Nadie le sube un pulgar, como asegura Marcel Bardom.

En la tarde, cuelga un retrato de su última ida al parque con minifalda y camisa de escote. El rating sube indiscriminadamente al ritmo de comentarios condescendientes y babosos, del tipo “eres bella, cuándo salimos, te dejo mi número”.

Pocas resisten la tentación de figurar a costa del destape y el streep tease digital.

Entonces sus galerías devienen en una especie de peep show.

Al respecto, mi mencionada colega sostiene una reflexión: el alarde de ellas es directamente proporcional a su soledad y vacío existencial.

La mayoría lo hace para llenar un hueco interno, llamar la atención y conseguir un ejercito de incondicionales.

La minoría lo asume por simple gusto de experimentar con su estética.

Al final, el signo se agota cuando se repite indiscriminadamente y revela un complejo de grandeza, disfrazado de postal de Instagram registrada por una mano inocente, dulce y espontánea.

No caiga usted en la trampa de la Suicide Girl, cuyo afán kamikaze brilla por su ausencia.

No hay poesía o decisión de acabar con su espectáculo cursi. La única inmolación es la de su intimidad, sacrificada por la hoguera de las vanidades egocéntricas.

Todos sus movimientos están fríamente calculados. Le recomendamos aplicar las lecturas de la histeria y la neurosis de la escuela clásica y contemporánea. Nadie habla de castrar la libido de un volcán al borde de la erupción.

Se trata de sanar y recobrar la autoestima de una generación adiestrada para obtener el reconocimiento general y la aprobación mutua, con lo mínimo.

La fama al alcance de un click es tan perjudicial como la manía de atraer a la jauría de lobos, desnudándote en tu perfil como una “mami” agresiva, pasiva y a la vez cool.

Tu rebeldía paga y genera dividendos en tu cuenta personal. A la postre, te convierte en estereotipo de tu mismo teatro.

Humaniza tu discurso. No quedes atrapada por un cliché de hipster en cueros, tatuajes, piercings y lentes de pasta.

Tu pinta de b-boy de saldo y oulet, refleja un estado de masificación y ganas de pertenecer al rebaño de ovejas.

Ejecución de una predecible fantasía emo con pretensiones artísticas y trascendentes.

Quítate tu máscara de loba e intenta ganarte el respeto de una manera distinta.
Espero lo logres.

Dedicado a las «Girls» salidas del closet amparadas en su eterna campaña de publicidad.

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