Sobre Liubliana

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Eduardo Sanchez Rugeles es un buen narrador. Por momentos, llega a ser brillante, consiguiendo enganchar a sus lectores con historias enrevesadas que apelan siempre al punto más débil del lector: su nostalgia.

Y es precisamente esa fortaleza su mayor debilidad. La nostalgia de sus relatos es siempre eminentemente venezolana, desde el nervio puro apela a lo que no somos pero quisimos ser, a traumas y sentimientos tan particulares que difícilmente conecten con un lector ajeno a estas tierras, se aleja las verdades universales para encerrarse en traumas provincianos. De cualquier forma, entiendo el atractivo de su cuerpo literario, sobre todo para una generación de venezolanos que se encuentra desterrada de su país, en la mayoría de los casos sin necesidad de salir de el. Toda una generación expulsada de un país que ya no existe y atrapada en uno que que no es más que las sombras de las ruinas que dejaron las aves de rapiña.

La historia de Carlita y Gabo engancha. Es el verdadero hilo del libro, junto a las relaciones con su grupo de amigo (especialmente Atilio) y su mamá, la Nena. Todas las demás historias secundarias son accesorios totalmente prescindibles, que en la mayoría de los casos entorpecen la fluidez de la verdadera historia. La conspiración de los cooperantes raya en lo ridículo, parece puesta con calzador para complacer a los fanáticos de la literatura de intriga, y tiene su punto más bajo en la escena con la profesora Irene y su mayordomo vietnamita que juega Duck Hunt. Leía y no me podía sacar de la cabeza que era una mala copia de la escena de Boogie Nights donde Dirk Diggler y los demás van a robar a Rahad, y su amante/mayordomo asiático está en el fondo lanzando trakitrakis.

Lo mismo aplica a toda la historia sobre el trabajo de Gabo como escritor fantasma de autoayuda, que no pasa de comentario satírico sobre la industria editorial y específicamente la New Age, pero no encaja con el resto de la novela. Se sienten como historias residuales usadas como relleno, como laxante para cortar la cocaína.

En lo técnico, el trabajo de Sánchez Rugeles es impecable como siempre. El caraqueño es capaz de saltar entre dos historias separadas por el tiempo con total libertad, hasta que ambas lineas argumentales converjan. Este apartado, como es de costumbre, lo tiene muy trabajado.

En resumen, es una obra recomendable, con bastantes fallas pero entretenida, que a cualquier venezolano de la generación del autor seguramente gustará. Pero que quede claro, no estamos frente a una obra de trascendencia, ni siquiera frente al mejor trabajo del autor.

 

 

 

 

 

 

 

 

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