panfletonegro

Divagaciones financieras – Parte II

Andaba almorzando con Elena en un local de Los Palos Grandes. Todo de pinga, todo muy sabroso. Pero me percato de que el sitio tiene contratado a un empleado únicamente para cuidar los carros de los clientes. También para levantar y poner un cono de seguridad, mientras con la mano te dice cuando avanzar o detenerte con el carro. El pana tiene su silla, no es que anda de pie todo el día jodiéndose las rodillas y la columna. Asimismo veo que pasa cómodamente al local y se echa un refill de refresco; al lado de su silla reposan otros tres vasos de plástico que le surtieron de azúcar anteriormente.

Elena me habla, pero estoy desconcentrado. El empleado luce contento y bastante activo. Pudiese ser por la cafeína, pero sospecho que hay algo más que eso. Llevamos más de una hora en el sitio. He recolectado datos. Va retrocediendo una Caliber con un grupo de pendejas a bordo. Cambia de velocidad, baja el vidrio y lanza un billete de 10 Bs. El pana se lanza al piso a salvar su propina del caucho trasero izquierdo, arriesgando la integridad de su propia mano. Logra hacerlo. Limpia el billete, sonríe y se lo guarda. No aguanto más y dejo a Elena en la mesa.

─¡Epa, mi pana! ─le digo, mientras voy sacando un billete de 10 Bs. de mi bolsillo.

─Cuénteme, ¿va saliendo?

─Sí, voy saliendo.

─Plomo, ¿cuál es su carro?

─Ninguno, no tengo carro.

─¿Entonces?

─Requiero información ─le preciso, al tiempo que le pongo el billete sobre la silla.

─No entiendo, ¿qué información?

─Digamos que ando desempleado y consideraría la posibilidad de ser cuidador de carros como tú. Quiero saber cuánto haces en propina.

─…

─En casi una hora más de siete carros te han dado propina. Hace segundos casi pierdes la mano por 10 Bs. Estos diez bolívares también pueden ser tuyos. ¿Cuánto haces en un día?

Me mira, mira el billete; me mira, mira el billete. Lo toma.

─Bueno, eso varía, hay días malos y días buenos.

─Ok, cuéntame.

─En días malos puedo hacer unos 250 Bs. En días buenos puedo llegar a 400 Bs., todo depende de si son pichirres. Hubo un día que hice 540 Bs. Por lo general viene gente sifrinita, no se ponen con mariqueras.

Y ahí es cuando me comencé a sentir un poco mal. Busqué a Elena y nos fuimos.

“Y vuelve el perro arrepentido…”, dirán ustedes.

Pero sí, me puse a sacar cuentas nuevamente. Señores, estamos hablando de que ese joven puede ganar en propinas un promedio de 325 Bs. diarios. Ellos trabajan seis días a la semana, teniendo un día libre rotativo. Lo que nos da 1.950 Bs a la semana. Mensualmente 7.800 Bs. Todo lo anterior es únicamente tomando las propinas. Y me deprimí.

Ya no eran las putas y los mesoneros los únicos que controlaban al país. Ese pana hace más del doble del sueldo que yo hago ejerciendo mi profesión en esta hermosa patria. Pero pensé en algo más.

Aquí cualquier pordiosero puede adueñarse de una cuadra completa. La expropia informalmente y obtiene el tácito derecho de explotarla con una extorsión sobreentendida. Tú llegas, estacionas tu carro en una avenida donde cualquiera tiene libertad de estacionar, pero a lo lejos viene cojeando un pana que da bastante miedo, gritando que el carro está cuidado y que no le pasará nada, pero que le colabores con el fresco. Unos dejan la tarifa abierta, otros de una la imponen.

¿Qué coño haces ante esto? De antemano te están cantando, en plena vía pública, que a tu carro no le pasará nada, pero que debes colaborarle, pues. Es pagar una vacuna para que no te lo jodan. Supongamos que le pagas y te vas a hacer tu diligencia, pero un par de malandros va paseando y se interesan en las cornetas que tienes montadas atrás. Agarran un tubo, te parten el parabrisas y comienzan a sacar tranquilamente las cornetas. ¿El indigente dueño de la avenida aparecerá con una hermosa capa roja y se enfrentará a los dos panas que andan haciendo mercado en tu carro? No.

Pero eso no importa, igual ya te tumbó con tu permiso el dinero. Una cuadra completa, carros llegando y saliendo, hombre con mirada apuñalante y caminar zombie, miedo a que le hagan algo a tu bebé con ruedas: accedes a darle pal fresco. En el local de Los Palos Grandes unos dan, otros no. Aquí todos dan; aquí no hay día malo. El miedo lo es todo, pana.

Elena y yo pasamos nuestra noche de bodas en una increíble habitación del Eurobuilding. Fue el genial regalo que nos dio mi mamá. La cama, la ducha, las almohadas, la vista, el desayuno; todo era excelente. Y precisamente en el desayuno fue que noté algo: los mesoneros lucían muy contentos, y hasta con más clase que los propios extranjeros que desayunaban a nuestro alrededor.

Tuvimos la suerte de que el que nos recibió en la recepción nos reconoció por los videos. Y precisamente por el episodio de “Realidad profesional”. Era un chamo de mi edad, que sufría en carne propia, al igual que yo, la crítica que se hace en ese video.

Logramos agarrar confianza con el pana y de una le pregunté sobre los mesoneros del hotel. No creerán lo que les diré a continuación, pero Elena está de testigo. Los mesoneros y los botones del hotel son las personas que más plata hacen. Su carro, en el estacionamiento del hotel, está rodeado de camionetas que no tienen una antigüedad mayor a dos años. Todas son de los mesoneros y los botones. Nadie renuncia, nadie tiene esa necesidad de andar inventando. Por el contrario, el botones que menos tiempo lleva en el cargo, es decir, el “nuevón”, lleva doce años allí.

Estos personajes no renuncian porque, en un mes, pueden superar fácilmente la cifra de 20.000 Bs. Reciben propinas no solo en bolívares, sino también en euros y dólares. Ocultados de las cámaras de circuito cerrado, dan apertura a un mercadito negro para vender divisas. Plata salvaje, contante y sonante, aquí no se juega carritos.

El pana me explica que los botones y mesoneros se dan el lujo de quedarse durmiendo en casa de vez en cuando y no ir a trabajar, ya que les da igual que les descuenten el día de su sueldo base. Comprensible, un día de sueldo es un chiste malo al lado de las groseras propinas que se meten.

Ni el día posterior a mi boda pude terminar de pasarlo bien.

Compré una torta casera a una señora echada en la salida de una estación de Metro. Una silla Manaplas, una mesita roja y bórralo. No me provocaba, pero son los riesgos que se toman por el conocimiento.

─Muy buena torta, señora. La felicito.

─Gracias, mijo. Estamos a la orden siempre por aquí.

─Señora, discúlpeme la pregunta. He visto que tiene bastante tiempo por aquí con el negocio. ¿No la fastidian los policías ni nada?

─No, mijo. Aquí ya estamos tranquilos todos. Yo lo que hago es llevarme bien con ellos, por si acaso, pue’. Le doy una tortica, una catalina. Cualquier vaina, pue’, pa’ que vean que uno no anda con una mente, una vaina.

─Entiendo. ¿Y las ganancias qué tal? ¿Productivo el negocito?

─Bueno, mijo, no me quejo, ¿sabe? Me da pa’ mantener a mis cinco niños, pa’ darle algo a mamaíta y pa’ lo que salga.

─Coño, rinde bastante eso.

─Sí, mijo. Por ejemplo, el mes pasado fue un poco malo, solamente hice 12.300 Bs.

─¿Malo?

─Sí, mijo. Pero el antepasado fue bueno, hice casi 18.000 Bs., ¿tú ves?

─Carajo…

─Sí, pero bueno, uno se equilibra, pues, no todos pueden ser meses buenos…

Boté lo que quedaba de la torta y la dejé hablando.

O sea, déjame entender bien. ¿Tú me estás diciendo que podía haberme ahorrado cinco años de carrera? ¿Que con seguir una receta para hacer un ponqué de vainilla podía haber ganado más de lo que ganan mis dos padres juntos? ¿Que toda esa plata invertida en la universidad fue una gran estupidez y la única inversión que yo requería era una mesa de plástico, una silla Manaplas y comprar los materiales en Central Madeirense? Ah, entiendo.

Desde hace unos meses me encapriché también con los heladeros. La colonia de heladeros es una vaina muy hermética; incluso más que los asiáticos. Y además, ellos solo se aprenden los nombres de los helados y los números. Resulta jodido conversar así con alguien.

Siempre me he preguntado cómo llegan a Venezuela. No los imagino montados en el avión, con mariposas en el estómago, soñando con llegar a este país para ser heladeros y cumplir el sueño venezolano. ¿En dónde pasan su primera noche? ¿Quién los recibe en suelo bolivariano? ¿Cómo sobreviven a este desnalgue? ¿Algún “coyote” se encarga de todo esto? ¿Se postulan en empleate.com? ¿Hay un refugio para ellos? ¿También ganan más que yo? Nunca lo sabré.

Yo trabajaba por La Castellana y siempre en las tardes pasaban heladeros. Intenté dármela de simpático con uno para ver si me ganaba su confianza. Pero nada, puro odio en su mirada. Comencé a preguntar a gente de la zona, a ver si alguien tenía un amigo heladero que quisiera conversar conmigo. Todos me recomendaron alejarme y no seguir buscando información. “Muchos llevan drogas escondidas en el carrito y venden a los jóvenes dañados de por aquí. No abras puertas que luego no podrás cerrar. Te pueden hacer algo malo”, fue el consejo de una señora de la quinta de al lado.

Dejé ese peo así. Mejor me quedaba tranquilo y vivía con la ilusión de que al menos un oficio no dejaba en ridículo a mi título universitario.

La generación de la herencia

Estaba con Elena almorzando en una reunión familiar. No recuerdo cuál tema se estaba tratando, lo que sí recuerdo es que alguien preguntó cuándo viviría con Elena. Respondí que lo haríamos cuando nuestros sueldos den para pagar algún alquiler de estos ridículos y depravados que hay en el mercado. En ese momento salió mi papá y dijo: “no te preocupes, Gabriel, calcula que yo puedo vivir unos 30 años más solamente; luego te queda el apartamento, eso es tuyo”.

La vaina en vez de hacerme sentir bien, hizo lo contrario. Tengo 29 años, vivo con mis padres, mi sueldo se va en Farmatodo, pendejadas para comer y un par de salidas con Elena. Mi patrimonio es mi computadora, el televisor y el ps3. Y para vivir con Elena, pues me recomiendan esperar 30 años. Tremendo plan de vida. Así comienzo a mis 60 años a compartir un hogar con Elena, echado en una mecedora, cuestionándole a mi pene por qué me humilló de esa manera la noche anterior. Como diría Capriles: “El tiempo de Dios es perfecto”, pues.

Situación similar la que viven amigos y conocidos. Tengo un par de panas que a sus 40 años todavía viven con sus padres porque el sueldo no les da ni para que les aprueben un crédito. Y los que logran salir del nido, terminan viviendo en Los Teques, La Guaira, Guarenas o Guatire. Es decir, finalmente logro salir de casa de mis padres, pero termino en una ciudad dormitorio en la que debo pararme a las 3:30 a.m. para no agarrar cola y poder llegar temprano al trabajo. Luego salgo del trabajo, me enfrento a la cola de costumbre, llego como a las 10 p.m., ceno, me baño y a dormir de una para poder pararme en cuatro horas. Como en un mes ya no deberían quedar rastros del sexo ni del amor; pero sí unas bolsas negras guindando debajo de los ojos y violencia doméstica en su apogeo.

Somos una generación maldita. Madrugas, trabajas, cobras algo más de sueldo mínimo, te lo gastas en pequeños reforzadores temporales que te sacan de la pesadilla. De nada sirve ahorrar, si metes en el banco algo de plata al mes siguiente la inflación se ha encargado de masturbarse sobre esa cifra. “Compra dólares, euros, en esa moneda es que debes ahorrar”. Y entonces los chavistas de Lechuga Verde son los que tienen el control absoluto del asunto. Ellos venden divisas también, así que obviamente celebran que todo se vaya al carajo. Son la referencia nacional. Entonces te señalan que un (1) dólar vale 18 Bs. Y a ti te sobran 500 Bs. de sueldo en el mes. Entonces sacas cuentas y no te alcanza ni para comprar  30 dólares. Ni siquiera hay alguien que venda esa cifra tan ridícula. Entonces te enserias y te propones reunir más bolívares, para así acumular y en cuatro meses comprar un monto superior a 100 dólares. Pero en cuatro meses el puto dólar subió a 23 Bs., así que solamente te alcanza para comprar 86 dólares. Excelente.

Por un lado, tu sueldo se mantiene congelado durante un año o más; pero por el otro lado, el dólar crece como un niño recién nacido: todos los días lo ves más grande. Y en las tiendas y locales los comerciantes bailan a ese ritmo, jugando con un precio nuevo cada mañana, con la página de Lechuga Verde de inicio.

Es la triste generación de la herencia, que intentará ser feliz con solo cubrir las principales comodidades de entretenimiento. “No puedo independizarme, pero al menos tengo mi computadora, una televisión planita bien fina y el ps3 que lee bluray quemado sin peos”. Basará su futuro entonces a una proyección de vida de los padres. Los temas de “cuándo podré vivir solo” quedan absolutamente vetados, de esta manera se evitan depresiones reiterativas y recriminaciones mudas al país: “El coño de tu madre, Venezuela, ¿por qué tuve que nacer en ti? ¿Por qué me haces esto?”, por ejemplo.

“Venezuela es el país más feliz del mundo”

Entonces todos somos una pendeja actriz de una porno snuff. Nos cogen, nos torturan, nos matarán, pero gozamos una bola en el ínterin.

No. No somos ningún país más feliz del mundo. No hay motivos para serlo, sencillamente. Venezuela es el país más chovinista del mundo. Eso sí.

Desde que tengo uso de razón Venezuela es chovinista. Pero claro, con el paso del tiempo esto pasó a ser cada vez más absurdo e incongruente. Supongo que como cada día estamos más hundidos en la mierda, toca aumentar la dosis de mecanismo de defensa aplicado. Racionalizar y justificar lo injustificable. Creer la mentira que mayor tranquilidad proporcione y mantenga el ego resguardado.

Clichés recurrentes como: “las venezolanas son las mujeres más bellas del mundo”; “las playas de Venezuela son las más hermosas”, son ejemplos del grado de estupidez alcanzado. Mujeres bellas se ven en todos los países del mundo, empecemos por ahí. Además, se debe especificar en dónde se toma esa muestra. Si para la creación de esa falacia, te fuiste a Los Naranjos a ver culos, te creo. Si te basas es en figuras como Gaby Espino, Marjorie de Sousa, Chiquinquirá Delgado, entre otras, también te puedo creer. El peo es que la cosa está algo sesgada, ¿no? ¿Por qué no te devuelves, tomas un Metro a Petare y haces el estudio allá? ¿Por qué no lo haces en La Hoyada? Porque sabes que pelarías bolas. Primero se te entumecen las piernas y te roban, antes de que completes un cuadrito en tu cuaderno. Todo esto básandome en la referencia de “belleza venezolana” inculcada por la sociedad, esa con la que se nos bombardea a diario. Porque jamás he visto a una vendedora de tequeños de Capitolio, negra y con peos de obesidad mórbida, protagonizando una novela o siendo usada como imagen en un comercial. A estas solamente las veo en propagandas del Estado.

En todos los países del mundo hay mujeres de ambos extremos. Alineados, por supuesto, con la referencia de “belleza” de la localidad.

Lo mismo con las playas paradisíacas. Es más, prefiero que el agua sea marrón y la arena negra, pero que no me roben el celular apenas ponga un pie en el agua. Playas espectaculares hay en muchísimos países del mundo, y gozan del bonus de que puedes estar tranquilo, sin miedo.

Me doy cuenta de que la gente ve un país que yo no logro ver. Ellos tienen una realidad paralela, y no me refiero únicamente a los chavistas: chovinistas hay de ambos lados.

Hace unos días veo en Facebook la descripción de una foto tomada al cerro Ávila: “Aquí está nuestro hermoso Ávila, cuidándonos y protegiéndonos desde lo alto”. Mi pana, si esta cursilería es cierta, entonces debemos castigar y quemar al cerro, porque está cuidándonos bastante mal, fracasó magistralmente. Veo una campaña hasta exclusiva de Caracas; un chovinismo local, pues: “Caracas, mi ciudad bella, no te cambio por nada”. O como en una nota de Noticias24, donde se afirmaba que Caracas era una ciudad “fascinante” y que “son muchas las bellezas y bondades que nos ofrece la capital de nuestro país”. Existe hasta un grupo de Facebook con el nombre de: “VENEZUELA el mejor país del mundo: reinas, paisajes y nuestra gente…”

No entiendo nada de eso. ¿Qué coño hago yo con unas reinas, con un paisaje de laboratorio del Salto Ángel y con la gente, si en donde vivo matan hasta para robarte una franelilla Ovejita? Es decir, que arepas, reinas y paisajes, son nuestras primeras necesidades; la seguridad y el respeto a la vida, pues no son más que caprichos de un grupito de poetas ociosos. De verdad logran confundirme, me hacen sentir como un enfermo mental que no logra ver el potencial de este país.

Venezuela consiste en una gran interacción de docenas de tipologías de burbujas, que van flotando arrogantemente en medio de la desidia, el caos, la viveza criolla, la muerte, la inflación y la corrupción. Mientras tu burbuja no sea afectada, en tu cabeza siempre este será el mejor país del mundo.

Es un desborde de vanidad y arrogancia sin sentido. En el cerebro chovinista de gran parte de la población, realmente Venezuela es un país que le lleva una morena al resto del mundo. Aquí la calidad de vida es fenomenal, nos meamos en Noruega, Canadá y Australia. Somos una potencia primer mundo. Todo el resto del mundo nos mira con envidia.

Venezuela es como ese hijo drogadicto azote de barrio sin recuperación; los chovinistas, la madre alcahueta y condescendiente que siempre lo justificará y dirá por Globovisión que es un excelente muchacho, un hijo ejemplar. Madre es madre, no creo que ella misma lo denuncie o lo asesine. Pero, coño, tú tienes que saber quién es realmente tu hijo, ¿no? Hay un momento donde no puede haber más racionalización al asunto, no puedes tirarles flores tampoco al hijo de puta.

Si todo está tan de pinga y somos el mejor país del mundo, me surge una pregunta: ¿qué coño hay que arreglar? Parece que nada. Si se critica el chovinismo y la desidia, entonces se es apátrida. Absolutamente todo lo que sea nacional hay que apoyarlo sin criterio alguno, así se trate de un perro callejero que toca el cuatro. Al parecer hay que ir relajado sin causar molestias: usar una gorra tricolor, hacer chistes malos de los equipos del béisbol venezolano, dedicarle un pajazo a Diosa Canales con su ojito, alegrarme porque Chino & Nacho son entrevistados en Htv, oír el himno nacional con los pelos erizados y apoyar a la vinotinto con una bandera en la nuca mientras me tomo orgulloso una Polar.

“Tenemos que hablar…”

Con la llegada de Elena esos distractores de la realidad fueron dejando de llenarme. Los reforzadores comenzaron a escasear. Al finalizar cada fin de semana, cuando llegaba el momento de despedirnos, me invadía una sensación como de tristeza. El resto de la semana era una amargura andante. Intentaba mantener con ánimos a Elena, que había comenzado el año tambaleando emocionalmente. Le regalé las vacaciones a Aruba, pero resultó peor el remedio que la enfermedad, luego de estar una semana juntos.

Decidimos formalizar nuestra relación, lo cual no significa que vivamos juntos. Pero también decidimos que si queríamos un cambio debíamos hacer algo diferente. Y vender los ponqués de vainilla en La Hoyada no era la solución, ya que probablemente algún dueño de acera nos asesinaría por invadir su espacio.

Es tradición chovinista apedrear a los emigrantes, o a todo aquel que expresa algún descontento con la situación del país. Uno es un apátrida, la oveja negra que no le lanza halagos al azote de barrio. Por eso nunca critiqué a los de “Caracas, ciudad de despedidas”. Podrán haber mandibuleado y enfocado mal un tema tan importante en este contexto que se vive en el país, pero al final, denuncian algo que es perfectamente lógico y comprensible para mí; al menos no dicen ninguna mentira. Así que, posiblemente termine apedreado también.

Lo cierto es que este año ha sido interesante y muy importante para Elena y para mí. Y para bien o para mal, este ha sido el año en que más fuera de lugar nos hemos sentido. Es como si andáramos en una sintonía diferente a la que lleva la mayoría del país. Hubo un fuerte desgaste emocional con nuestra vida cotidiana en el país, que nos terminó de hundir en la depresión y la frustración. El tema de nuestro futuro aquí se hizo recurrente en la relación.

A estas alturas no tenemos dilucidado todavía cuál será nuestro futuro, pero al menos establecimos un plan para darle un giro y no seguir en el dañino loop venezolano que nos pone a nadar en la arena.

“Tenemos que darnos un tiempo” es el eufemismo de “estoy ladillado de ti”. Y eso es lo que necesitamos, Venezuela, un tiempo lejos de ti.

Amigos, después de unos meses de diligencias, ministerios, carpetas, colas y burocracia, hoy cumplo con informar que Elena y yo nos iremos en enero a Inglaterra. Sí, tendré que meter el español en un bolsillo y asumir el reto de aprender inglés como es de una vez por todas y dejar la mariquera. El blog continuará, por supuesto. Ahora más que nunca. Pero es muy posible que mis posts desde ese momento estén muy relacionados con lo que viva por allá. Ustedes saben, la indigencia, el drama, un peo. Lo normal, pues. No quisiera un día publicar que ando con los dedos congelados y que nadie me entienda.

Viene una nueva etapa, y al lado de mi esposa. Elena y yo siempre decimos que cada año que pasa supera al anterior, haciéndolo ver como un feto mal formado. Siempre ocurren vainas insólitas y tambaleantes. Me parece que 2013 hará eso, por lejos.

Si algo he aprendido en Venezuela es a ser precavido y planificador. Por consiguiente, tomé la caja de una lavadora Mabe que reposaba abandonada al lado de la señora de los ponqués. Desarticulas sus pestañas y cabe perfectamente en la maleta. Ya la vivienda está asegurada.

Gabriel Núñez

www.conidayvuelta.com

Salir de la versión móvil