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Apogeo del cinismo chavista

I.
¿Qué hubiese pasado si la jueza Afiuni hubiese sido una prisionera de Guantánamo? ¿Cuántos esfuerzos hubiese hecho el gobierno por denunciar las torturas a las cuales fue sometida, si ella fuese detenida sin pruebas formales en la isla del Caribe? ¿Sería la jueza Afiuni el primer caso que ventilase Venezuela ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU?

 

Hace una década, la agresión unilateral contra el pueblo de Irak reveló ante el mundo la cara agresiva de una potencia rabiosa, dopada con los anabólicos de la máquina de guerra más poderosa del planeta, dispuesta a pasar por encima de los acuerdos internacionales. El tío Sam flexionó los músculos y, como Hulk, se deshizo de la camisa de la ONU y hasta de la Convención de Ginebra, para abrir sus rosados labios y vomitar kilos de explosivos sobre el Oriente Medio.

 

Fue el (re)nacimiento del cinismo de los halcones norteamericanos: un aparato bien aceitado de legisladores, políticos y medios de comunicación trabajando furiosamente para convencer al mundo de que los prisioneros de Guantánamo no eran prisioneros de guerra, que las armas de destrucción masiva existían y, el tiro de gracia, que Saddam Hussein había participado en el once de septiembre.

 

Pero el cinismo de los halcones era un cinismo modernista, apoyado sobre la construcción de excusas y justificaciones, pero jamás desapegado de la realidad. Cuando el infame episodio de Abu Ghraib apareció a la luz pública, los halcones entraron en modo «contención de los daños» y sacrificaron a algunos soldados para mantener un mínimo de dignidad.

Porque si algo distingue al cinismo norteamericano de nuestra versión tropicalizada de la política, es que las instituciones, la opinión pública y los medios obligan a los halcones a mantener un mínimo de apego con la realidad. Nadie, ni siquiera el republicano más orate y furibundo, sostuvo que las fotos de Abu Ghraib eran un montaje del G2 cubano o alguna artimaña comunista. Cuando aparecieron testimonios espantosos de prisioneros de Guantánamo que eran inocentes, los halcones tuvieron un mínimo de decoro y se abstuvieron de negar los hechos. Los halcones norteamericanos son capaces de declaraciones infelices como, «la única forma de diplomacia con esta gente es hacerlo con un garrote en la mano» (la diplomacia del Cowboy), pero por lo menos son consistentes y se responsabilizan –un mínimo, pero responsabilidad al fin–, cuando sus cálculos chocan con la realidad.

 

En cambio, nuestro cinismo chavista es un cinismo postmoderno, una especie de «la guerra de Irak nunca sucedió«, chutado con la heroína intravenosa del petróleo que carcome al Estado. Es un cinismo irresponsable, flojo y decadente, que ni siquiera hace el esfuerzo de manipular todas las ramas del poder arrodilladas ante el Presidente para maquillar sus desmanes con algo de legitimidad leguleya.

 

II.
Cuando Hugo Chávez llegó al poder en 1998, lo hizo con la promesa de responsabilizarse, de dar la cara. Gran parte de su triunfo se debió a su declaración en 1992 cuando, en medio de un país acéfalo, donde nadie era responsable de nada, él asumió el fracaso en el intento de golpe de Estado. El venezolano vio la posibilidad de un cambio, de acabar con un Ejecutivo barraganero, bebedor y soberbio, para remplazarlo con el eterno arquetipo del «orden» en Latinoamérica: los militares.

 

Catorce años más tarde, el chavismo yace, obeso, de respiración pesada, en un mar de podredumbre que ha perfeccionado la negación de la realidad. Esta morsa inerte se revuelca en sus excrementos y, de tanto beber lo que defeca, ha instaurado el cinismo postmoderno como un inmenso cáncer negro que brota de su boca.

 

La transformación fue sutil, enclenque Gollum secándose y arrugándose ante el sol del anillo petrolero. El ejecutivo inauguró el arma retórica y esta fue calando entre sus apparatchiks. Ejemplos, hay muchos; el lector es libre de escoger los que más le plazcan.

 

Por simple placer lúdico y porque creo que el único sentido que tiene todo esto es que podamos escribir la retahíla de desmanes, colgarlos en la red y rogar que las generaciones futuras aprendan de esta insania, nombraré tres capítulos que se me ocurren rápidamente y que ni siquiera son de los más significativos.

 

El control absoluto de todos los poderes, de los medios de comunicación y el bombardeo ideológico en la sociedad civil, hacen posible que, por ejemplo, Cilia Flores sea acusada de nepotismo en la Asamblea Nacional y que esta borre de un plumazo el affaire con un simple, «no es cierto». ¿Pruebas? ¿Documentos? Patrañas. Aquí no ha pasado nada. Circule, por favor, ciudadano.

 

La actitud se mimetiza y se propaga por las esferas más bajas del poder: La Ministra de Educación, Maryann Hanson, completamente dormida en una reunión con Chávez, pretende negar la realidad capturada en video, explicando que estaba mandando un tuit.

 

O el presentador televisivo Willie Oviedo (de la cadena de televisión robada por el gobierno y rebautizada Teves), quien, en plenos juegos olímpicos de 2008, confundiría a Michael Phelps con Mark Spitz y diría que Hitler estaba vivo en 1972. ¿Reacción del presentador? ¿Disculparse? Claro que no. Cinismo postmoderno: «…el video es un montaje«.

 

Claro que la apoteosis de este cinismo chavista apareció esta semana, cuando la jueza Afiuni, quien denunciara las condiciones atroces de su presidio en el INOF, será investigada por difamación. ¿Violación a los Derechos Humanos en las prisiones venezolanas? ¡Patrañas! ¿Cómo se le ocurre?

Es decir, el gobierno ni siquiera tiene la decencia (mínima) de los halcones norteamericanos que crearon Abu Ghraib y Guantánamo, quienes tuvieron que dar un mínimo de explicaciones. Venezuela está tan enferma que los ciudadanos no pueden exigir este mínimo de respeto y responsabilidad. Eso, queridos amigos norteamericanos, es cinismo del puro y duro. Requiere balls. Es la continuación del cinismo hijodeputista que ya conocíamos en América Latina, otrora encarnado por Videla, Trujillo y demás personajillos nefastos.

 

Es así como la esfera pública ha sido completamente destruida en Venezuela. Para quienes leen esto en el futuro, espero que les quede algo claro: aquí es imposible discutir. No hay puentes posibles. No hay diálogo que construir con alguien que te revienta la cabeza a palazos y luego te pregunta por qué te caíste.

 

El último que se vaya que apague la… Ah, no: Corpoelec ya se encargó.

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