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Cuando era Derechista, O La Izquierda que Reivindico

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Aunque mi papá comprara Sputnik y me prohibiera ponerles las calcomanías de los helados Efe a mis cuadernos, porque tenían personajes de Disney, que fomentaban el imperialismo cultural norteamericano, en mi casa la política no era tema de discusión frecuente, más allá de la sempiterna antipolítica de mediados de los 90. Papá votó a Andrés Velasquez en el 88 y luego en el 93, mamá votó a CAP y luego a Velásquez, a pesar de todo eso, mis creencias políticas no despertaron sino hasta relativamente tarde. Cuando en mi casa votaron masivamente por Chávez, no cuestioné su decisión, aún no tenía edad de votar. Chávez representaba una alternativa, un cambio del sistema político tradicional, que había fracasado en alcanzar de nuevo la prosperidad mítica de la Era Dorada que mis mayores citaban con referencia, pero que yo nunca vi (Nací el domingo siguiente al Viernes Negro). Siempre me molestó la injusticia, siempre fui enemigo de la miseria, el sufrimiento y el dolor. Una injusticia por TV me llegaba al alma, fuese en Somalia o en Palestina. Más allá de esos sentimiento vagos, tenía poco juicio ideológico.

Al empezar a leer la historia universal en serio, aún en mi adolescencia, luego de la victoria de Chávez y ver las atrocidades de Stalin, Mao y Pol Pot, no pude sino asquearme cuando llego a la universidad y empiezo a ver apologistas suyos por todas partes, tratando de justificar la matanza por pensar distinto mientras acusan de lo mismo a Estados Unidos. Acusando de fascistas a quienes no pensaban igual, y calificando de derechistas a gente como Mario Vargas Llosa, más progresistas que ellos en cuestiones de aborto y libertades civiles. Viendo cossas como esas, ¿Cómo no tomar la alternativa obvia?

Ante una izquierda sectaria, mezquina, encubridora de criminales y reaccionaria que osaba insultar a gente más liberales que ellos sólo porque no comulgaba con sus ruedas de molino, la elección estaba más que clara: Yo era de derechas. Cualquier persona en su sano juicio, sin parcialidades y con un mínimo de empatía no puede hacer causa común con aduladores de genocidas y con quienes demonizan a cualquiera que no piense exactamente igual. COn izquierdistas así, soy de derechas, punto.

Al seguir leyendo y ver que gente como Vargas Llosa no tenía mucho que ver con la derecha clásica, que izquierda y derecha son etiquetas demasiado burdas y  voluminosas para ser más que demarcadores de identidad, al ver las atrocidades de Franco, Videla y Pinochet, al ver que sus herederos también los excusaban y su relación de fascinación con la jerarquía católica, me fui de nuevo a la izquierda, pero no a esa izquierda autoritaria que me horrorizó (y que ahora está en el poder), sino a una alternativa realmente progresista, de abierta oposición al Poder y sus injerencias. A la izquierda de Orwell, de Russell, que rechazaron la pesadilla totalitaria disfrazada de utopía obrera de la URSS, a la izquierda de los socialistas sionistas que consideraban a los campesinos palestinos sus hermanos proletarios, con el enemigo en el terrateniente, fuese de la religión que fuese. A la izquierda contestataria, capaz de ponerle los puntos sobre la íes no sólo a EEUU, sino también cualquier satrapía «no alineada». A una izquierda pragmática basada no en gestos de pavo real insultando al «imperialismo» e implementando leyes inútiles, sino una izquierda industriosa que busque progreso e igualdad no a costa de sangre y opresión, sino de un consenso social y esfuerzo compartido. En resumen, a una izquierda donde el modelo no son tribunales revolucionarios y juicios sumarios, sino un estado de bienestar pacífico y educación. Mi modelo es Escandinavia, no Cuba.

Nuestra versión criolla de la izquierda, machista, homófoba y retrógrada, es la que ganó. No significa ello que este sueño de una izquierda revolucionaria de verdad, pero pragmática esté muerto. Hay que dejar claro que esta no es la única izquierda posible, reivindicar una visión incluyente y pragmática, más interesada en el desarrollo y la educación que en una lucha de clases tan perenne como ficticia que sólo sirve para distraer mientras los milicos se atornillan en el poder. Si a algún chavista comeflor le cae mal lo que digo, déjeme recordarle todas las oportunidades perdidas para hacer cambios de verdad que se tuvieron, pero que se desperdiciaron en prohibir programas de TV, videojuegos y películas, mientras en Uruguay, el gobierno del honorable don Pepe Mujica, sí ha iniciado reformas reales sin andar dando besitos a tiranos y violadores de los Derechos Humanos.

Hace mil años el norte de Europa era el hogar de ladrones y saqueadores temidos en el resto de Europa. Hoy en día es el asiento de las culturas más pacíficas, educadas, igualitarias y sanas que jamás ha conocido la historia humana. Sin gestos ridículos y vacíos, sin propaganda destinada a convencer al resto de la humanidad de su superioridad. ¿Seremos capaces de llevar a cabo esta transformación? No sé. De lo que sí tengo certeza es que no con un gobierno autoritario con genuflexos que le sirven de pretorianos, con un sistema que promueve la mediocridad y el borreguismo automático. Escandinavia nos demuestra que no es fantasía, que se puede llegar, pero no nos dice cuál debe ser nuestro camino.

A pesar de que hayan ganado ellos las elecciones, no dejemos de decir lo que necesita ser dicho, no dejemos de alzar la voz sin preocuparnos de si gusta lo que decimos o no. Creo que es nuestro deber el mantener el debate, el escapar de esa «aplanadora mediática» que pretende uniformarnos en pensamiento. La victoria no es que hayan ganado, la victoria es que permitamos que su altanería y su miseria humana nos silencien. La homofobia, el sectarismo, el conservadurismo rancio de doña de Iglesia escandalizada no son valores del cambio social.

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