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No Somos una Pandilla de Memes


El post, haciéndole justicia al tema, debería ser breve, conciso y superficial, como una pastilla de información con pretensiones de viralidad. Pero intentaré romper con la primera regla del género. Es decir, me voy a explayar un poco, bastante, demasiado.
Los memes nacen en el año de mi nacimiento, 1976, cuando Richard Dwakins publica el libro, “El Gen Egoísta”.
La palabra “meme” deriva de “gen” y específica una pequeña unidad de pensamiento, transmisible por el ADN de generación en generación. Tesis refutada una y mil veces después de su salida del horno.
Es curioso el momento de su llegada. Coincide con el lanzamiento de un verdadero “meme” de la cultura de masas: “La Guerra de las Galaxias”, parido a su vez de dos teorías análogas: el “monomito” o “El héroe de las mil caras” de Joseph Campbell y el concepto de Jung sobre los arquetipos del inconsciente colectivo.
Los tengo claro por dos vías edípicas. Mi padre es psicológo de la escuela “Jungiana” y me educó en la lectura de los textos de cabecera de la escuela psicoanalítica.
A los 15 años, yo era un potencial terapeuta de la familia. En paralelo, Lucas y “Star Wars” marcaron mi infancia con su primera trilogía. Nadaba entre muñecos de la franquicia durante buena parte de mi vida. Me costó un mundo despegarme de ellos. Definieron mis fijaciones orales, anales y genitales. A los cuatro, Luke era mi chupón. A los trece, quería perder la virginidad con Leia. En suma, encarnan mis memes, mis ídolos del mismo rostro, mis estereotipos, sueños y fantasías.
Hoy crezco, tengo 36, parezco de menos, sufro de complejo de Peter Pan y vivo rodeado de memes por internet, la televisión, la calle, las redes sociales.
Me persiguen, me asolan, me atacan como basura virtual, como residuo del mainstream, como secuela del espectro alternativo, como pretensión de ruptura e incorrección política, como spam.
En resumidas cuentas, los memes se tragaron a mi memoria y a la de mi generación. Nos alienamos con ellos y los compartimos sin apenas pensar o procesarlos, sacándolos de contexto de forma superficial, automática, vacía, sin reflexionar en las terribles consecuencias de su propagación.
Literalmente, les cortamos las cabezas a los chamos de “Caracas, Ciudad de Despedidas” y las exhibimos como trofeos para el escarnio público. Degollamos a víctimas de nuestra impaciencia y las exponemos como testimonio de nuestra opinión pública, de nuestra verdad absoluta.
Fungimos de verdugos dulces del mundo feliz, donde las guillotinas caen para derramar la sangre inútil sobre las escalinatas de nuestros templos mayas, aztecas. Los sacrificios humanos del 2012, replican el dolor, la angustia y la sed de morbo de los antepasados fosilizados por “Apocalypto”, de Mel Gibson. Irónicamente, el meme consumible dedicado al complejo tema de la decadencia de la civilización mesoaméricana.
De aquello, solo nos queda el resto, el despojo, el residuo de una película de Hollywood, condenada a morir y a extinguirse en la hoguera de las experiencias efímeras, pasajeras, vacuas de la posmodernidad.
De igual modo, acontece con las peregrinas imágenes asociadas al concepto de meme. Ciertamente, arrancarán la carcajada fácil de una audiencia complaciente, pero difícilmente harán del mundo algo mejor. De ahí mi renuncia, mi batalla estéril de antemano, mi dilema moral de no compartir memes por Facebook. Lástima porque llevo las de perder, porque me contradigo al escribir en función de su agenda, de sus cuadradas visiones de la existencia y la realidad.
No obstante, intento limpiarme de su influjo, así sea por medio del texto leído por ti hasta aquí. Entiendo perfectamente las contradicciones de mi artículo. Con todo, busco elevar una voz de protesta, de disidencia, de resistencia. Me declaro un enemigo de los memes. Prefiero la complejidad de un libro, de un documental, de las auténticas dimensiones de lo abstracto, de lo lírico.
En cambio, los memes le roban la poesía a la gente y la sumen en el terreno de lo epidérmico, de lo superficial, de lo evidente, negando la posibilidad de la otredad, de lo profundo, de lo inexplicable, de lo humano, de lo universal, de lo singular.
Por culpa de los memes, mi pobre país sigue sumido en el atraso y la barbarie de la polarización, de la violencia, de la incomprensión.
Nos gobierna un Presidente Meme o el Presidente de los memes.
Tampoco es una opción censurarlos o vetarlos. Vamos a asumirlos como bromas, como enfoques parciales, como chistes afortunados o no. En fin, los memes deberían ser la excusa para echar adelante, no para quedarnos en la nota.
Toma un meme y deconstrúyelo. Al investigarlo descubrirás la esencia de las cosas. Y la esencia es no lo binario o maniqueo, sino lo inabarcable.
Compártelo y haz de tu vida un meme de bien, no de mal.
Libérate de los memes egoístas de Venezuela y el entorno.
Su saturación provoca incomunicación, desconexión y desinformación.
Sus dibujitos y figuritas comienzan a devenir en signos agotados de la promoción individual, de la publicidad 2.0.
Mi pronóstico: pasarán de moda por la web, como “emoticones” del Messenger de hotmail.
Prevalecerán sus tópicos.

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