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¿ES CHÁVEZ EL MUÑECO MANTECOSO DE LOS SIMPSONS?

¿PSICOLOGÍA MAJUNCHE?

Lo bueno de la rigidización del carácter es que nos permite predecir con mayor facilidad la conducta de un individuo. De manera general, y si bien hay una cierta línea que puede reconocerse en cada uno de ellos, lo cierto es que el comportamiento de los seres humanos es bastante errático. Nos tropezamos dos veces con la misma piedra o somos capaces de hacer cambios inesperados… En filosofía a esto se le llama libertad; en metodología de la investigación, varianza extraña (ese componente que escapa a cualquier forma de control). A partir de esto, podemos constatar algunas situaciones interesantes:

Por eso no se suele revelar el objetivo último de una investigación psicológica; en cuánto los participantes conocen lo que los investigadores pretenden contrastar, se abre la puerta a esa varianza de error (si la persona es oposicionista dirá “ah, pero si ellos quieren que mueva esta pieza cuando se prenda la luz, entonces no lo voy a hacer” y si es más buena gente se propondrá “vamos a ayudarlos moviendo la pieza cada vez que se prenda la luz”). En resumen el libre albedrío enturbia la relación entre causas ambientales y efectos conductuales. Eso en el caso de la persona promedio.

CLARO QUE PODEMOS IDENTIFICAR UN TRASTORNO CUANDO LO VEMOS

Ahora bien, cuando una persona se encuentra atrapada por alguna condición que rigidiza el pensamiento, el repertorio de respuestas se contrae. Por eso en psicoterapia la diversidad es criterio de salud mental. No importa que te exciten los tacones de aguja, el problema es si sólo te excitas con tacones de aguja, por poner el caso de los fetiches. Una cosa es tener un fetiche, y otra muy distinta el fetichismo como patología psicológica.

Las causas o explicaciones de esta rigidización varían dependiendo no solo del caso, sino de la teoría que se use para describir la situación. Así, un junguiano diría que, en esas situaciones de rigidez, la persona podría estar «constelizada en algún arquetipo«; poseída por una de esas figuras del inconsciente colectivo (el héroe, el mesías, etcétera), mientras que un freudiano podría plantear que el problema es el resultado de una «fijación libidinal» en tal o cual estadio del desarrollo (oral, anal, etcétera).

Por estas divergencias teóricas se ha creado el Manual Diagnóstico Estadístico (DSM por sus siglas en inglés). Como su nombre lo indica, mediante tratamiento estadístico se ha buscado la creación de categorías, cada una resumida bajo una etiqueta particular. Esto ayuda a la comunicación entre profesionales, pues más allá de la explicación, al hacer el recuento de los signos y síntomas se puede contrastar con las listas de chequeo que conforman a este manual y generar un término de uso común. En esto consiste diagnosticar.

En el caso de las “rigideces del carácter” la correspondencia con el DSM las ubica en el área los trastornos de personalidad, un conjunto de alteraciones específicas que se dan en las dimensiones emocionales, afectivas, motivacionales y de relación social de los individuos.

Por supuesto, para hacer un diagnóstico de este calibre son necesarias las entrevistas clínicas y una batería amplia de pruebas psicológicas. Sin embargo, es importante reconocer que el juicio clínico de un profesional entrenado es el comienzo, además del barómetro, que corre como hilo conductor desde el principio al fin de la evaluación. Con esto quiero decir que un diagnóstico profesional requiere un contexto y una práctica específica, pero eso no excluye el hecho de que un profesional de la salud mental pueda saber por dónde van los tiros frente a una persona particular y en un momento determinado.

Los que estamos entrenados en psicopatología sabemos, por ejemplo, que Hannibal Lecter es producto de la ficción, pues canibalismo y un alto funcionamiento cognitivo no suelen ir de la mano. Para una muestra, véase a Dorangel Vargas, alias “el comegente”. También podríamos acordar que Dexter, el forense asesino de la serie de TV es, como personaje, un poco más creible que Hannibal Lecter, pero que igual falla en realismo porque, en casos como el de él, la culpa simplemente no está presente. De manera que canalizar el impulso asesino con fines “buenos” es virtualmente imposible. Un psicópata capaz de matar actúa bajo motivaciones egoístas, no altruistas.

Valgan estos ejemplos para indicar que los signos y síntomas se muestran agrupados (por esto es que podemos crear etiquetas al estilo DSM, donde la estadística sólo facilita la percepción de tendencias y de regularidades, llamadas «trastornos»).

¿Y DE ESTEBAN QUÉ?

Este largo preámbulo es, de alguna manera, la introducción necesaria para comprender el asombro frente a la alocución del presidente durante la graduación de los nuevos “médicos integrales comunitarios”.

Claro que no podemos firmar un reporte indicando un diagnóstico clínico, pero no por eso podemos dejar de notar que su discurso, hoy más que nunca, deja ver las serias alteraciones de personalidad que lo aquejan. No es que no lo supiéramos, no es que no lo notáramos, es que es demasiado obvio que cada vez le cuesta más contenerse (con lo que se cumple la máxima según la cual, bajo situaciones de estrés, se nos notan las costuras). Para decirlo en jerga: el Chávez de hoy fue un Chávez florido, brotado, incapaz de mantener el mínimo de nivel formal para expresarse como se esperaría de un presidente en el cargo de sus funciones.

“… me tienes que confrontar con ideas porque Chávez es el pueblo».

Claro, muy lógico.

No podríamos decir la etiqueta exacta que correspondería, pero todo apunta a que el comandante habita alguna de las parcelas del grupo B de los trastornos de personalidad, el de los trastornos dramáticos, emocionales o erráticos (los trastornos de personalidad se dividen en 3 grupos). En este cluster se encuentran:

Una evaluación se encargaría de determinar el diagnóstico diferencial, es decir, cuál es la etiqueta que resume el cuadro, si alguna de éstas o la de trastorno mixto de la personalidad, el trastorno de la personalidad no especificado (o algún otro). Y es que por un lado, hay rasgos antisociales, obvios en algunas acciones (los despidos televisados de los empleados de PDVSA, por ejemplo) y solapados en frases como:

“Chávez te va a dejar ahí sin máscara y te va a dejar demolido el 7 de abril (sic), pulverizado»

 Hay, sobretodo, mucho histrionismo

«Una de mis tareas señor majunche, va a ser quitarte la mascara majunche, porque por más que te disfraces majunche tienes rabo de cochino, tienes orejas de cochino, roncas como un cochino eres un cochino»

 Donde, por supuesto, no faltan los excesos narcisistas

«Creen que porque sacaron tres millones de votos ya ganaron, pero fue entre todos porque el majunche sólo sacó 1.800.000 votos, mientras que yo hace 13 años saqué tres millones de votos yo solito»

e incluso paranoides (aunque la paranoia esté más asociada con los cuadros del grupo 1):

«El 7 de octubre le vamos a dar un nocaut al imperio yanqui y a sus pretensiones de adueñarse de las riquezas de Venezuela»

Ese discurso es una joya, y nos deja ver que lo que viene es la exacerbación de los ataques verbales a través de mayores despliegues televisivos, la incitación (más descarada) a la violencia… y todo porque Capriles no se presta a su juego (como si lo hizo María Corina con su patético «expropiar que es robar»). En síntesis, todo este berrinche de Chávez es porque no es el centro de atención de Capriles Radonsky.

Es muy curioso. En la práctica clínica los diagnósticos son la manera de apoyar a una persona que padece un trastorno para que se libere de esas rigideces y mejore su relación consigo mismo y con los demás. En este caso, el diagnóstico sirve a los fines de promover la capacidad de resistencia en la oposición y, a la larga, para promover la salida de esta realidad bizarra en la cual nos hemos metido desde que Chávez llegara al poder.

Esperemos que Capriles pueda mantenerse impermeable a los cantos de esta sirenota y que consiga un mástil que lo mantenga firme en su actitud porque, ya lo sabemos, la Lucrecia gritará más y más estrambóticamente, como cuando nos encontramos con una puerta cerrada y forcejeamos con el pomo a ver si por la fuerza abre.

Ya antes lo había dicho, pero ahora es demasiado evidente: acá está la solución para salir de Chávez.

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