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Súper 8: El Cine Casero en el Contexto Posmoderno


Film manierista al cubo. Producto de la crisis y de su tiempo. Podríamos tacharlo de posmoderno, pero nos quedaríamos cortos. En efecto, su ejercicio de estilo, impone un reto de lectura para la crítica y el espectador. De ahí su consagración en “Cahiers Du Cinema”, como uno de los diez mejores del año.

En adelante, intentaremos descifrar su compleja red de referencias, citas y reflexiones metalingüísticas. Punto a su favor para considerarla entre las grandes apuestas de la temporada, junto con “Medianoche en París”, “Hugo”, “Tintin” y “The Artist”, obras signadas por el mismo juego neobarroco de J.J. Abrahams, digno hijo de su época.

En general, las cintas antes mencionadas comparten con “Súper 8” el interés por revistar y problematizar el pasado, desde la perspectiva del presente y el futuro de la tecnología, el pensamiento y la cultura. Cada largometraje por separado busca interpelar y evocar a la historia del séptimo arte, en la búsqueda de una respuesta al vacío de sentido de la era contemporánea.

Scorsese y Spielberg descubren una salida al túnel de la muerte de la imagen, en el ingenio de retroproyectar las fantasías de los pioneros y primitivos, a través de la magia del 3D. Ambos se aferran a la tercera dimensión, para conjurar el fantasma de la extinción, en sendos trabajos testamentarios, al estilo del canto del cisne de Bergman, “Fanny y Alexander”. Los franceses Mélies y Hergé son la fuente de inspiración de los dos colosos americanos.

Por su lado, Woody Allen también resucita de sus cenizas, cuando muchos lo daban por fosilizado, gracias al patrimonio y al tabernáculo del viejo continente. Ante la falta de movimientos serios y vanguardias como las de ayer, el titán de New York plantea el viaje de regreso al contexto de Buñuel y compañía, para superar las depresiones y carencias del siglo XXI. Mallick va por igual camino por “El Árbol de la Vida” y su desenlace esperanzador. Por el contrario, Von Trier no quiere ocultar el sol de “Melancolía” con un dedo, y augura el arrase del planeta, con todo y sus artilugios ópticos incluidos.

En un trayecto intermedio, ubicamos al galo Michel Hazanavicius, quien emprende la huída hacia atrás, pero con un sentido inverso al de sus colegas de ruta. La globalización del gusto y de la estética, le permite mirarse en el espejo de los americanos, durante el colapso de la burbuja silente, al calor de la emergencia del sonoro y del inevitable hundimiento de la bolsa de valores.

“The Artist” fungiría de posible reflejo de las angustias colectivas y personales de hoy en día. Es una metáfora del crack de Wall Street en el 2008 y de las mutaciones actuales de la esfera audiovisual, donde los cambios amenazan con arrasar a los creadores artesanales, casi mudos y anónimos, del 2011. El autor sueña con su reencarnación, de la mano de los hitos clásicos de la comedia, la aventura y el musical : Chaplin, Fred Astaire, Buster Keaton, Busby Berkeley, Vincente Minnelli, Jacques Demy, Stanely Donen, Orson Welles, David Griffith y Douglas Fairbanks. En pocas palabras, el rescate de los ídolos del blanco y negro, nos salvará del descenso al abismo.

Por tanto y a modo de primera conclusión, vislumbramos una tendencia nostálgica, marcada por el respeto de la mitología, en lugar de su deconstrucción a la usanza iconoclasta de Tarantino. Aun así, distinguimos algunos visos de distanciamiento, tomadura de pelo, humor, parodia y conciencia demoledora. Sin embargo, el balance apunta a la diana de la iconofilía, medio conservadora. No faltarán las acusaciones por coquetear con lo peor del intelecto reaccionario y anacrónico del “tea party”.

Justo allí, en el ojo del huracán, se enmarca el estreno de “Súper 8”. En su descargo, esgrime un par de tesis eruditas y atractivas, perfectamente plasmadas y ejecutadas en la pantalla, amén de una impecable puesta en escena, a pesar de sus concesiones con la acción simplificadora de Michael Bay.

Sea como sea, J.J. Abrahams convence por su objetivo de refundar el modelo de Steven Spielberg, y además, por su propósito de rediseñar el panorama digital, a la luz de la reconquista de la plataforma analógica, hecha en casa.

Para él, la clave del éxito reside en la mezcla del saber amateur de los niños terribles con el conocimiento artificial de los extraterrestres de la industria, a la retaguardia del paradigma del Rey Midas de Hollywood.

Por ende, “Súper 8” es una hermosa reconciliación del engranaje de la factoría “Amblin”, con la esencia ochentera del género de las pandillas infantiles y el resurgimiento de la bandera de combate, de la trinchera de la “home movie”. No en balde, disfrutamos de un insólito espectáculo, el de la trasgresión y subversión de un remake de “E.T”, «Los Goonies» y “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo”, por parte de un grupo de chamos con pinta de hijos de Carlos Castillo.

Los críos operan una pequeña cámara y deciden rodar una ficción de “zombies” en formato súper ocho. Por consiguiente, el realizador le rinde tributo a George Romero y a las generaciones de relevo de youtube, al enseñarles sus principales antecedentes. J.J. Abrahams consigue apaciguar los ánimos de la meca con la red de internet, aunque la batalla continúa por frentes diferentes.

Lastimosamente en la comparación, el súper ocho pierde de calle ante la cascada de efectos especiales de la película. Es una de sus contradicciones. Incluso, el corto de los chicos, sólo podrá verse después de los créditos, en un intento por compensar las cargas y remover el perfil del contenido precedente. Dicho epílogo, sin duda, permite reconsiderar el visionado del film, como un absurdo telón de fondo de una divertida pieza amateur.

Si no existe la oportunidad de rodar una película en súper ocho en los estudios, al menos celebramos la ocasión de ver a unos chicos protagonizar la producción de un corto en súper ocho, en el tejido de un blockbuster de verano, consumado como versión de “Cuenta Conmigo”, “Séctor 9” y “Guerra de los Mundos”. De los cincuenta, del baby boom, derivamos a los setenta y más allá. Nada nuevo como estrategia, por demás.

Precisamente, Steven Spielberg lo hizo en la etapa convulsa de postwatergate, cuando logró restablecer la hegemonía de los estudios, por encima de los autores, en virtud de su esquema taquillero. La fórmula del visionario, implicaba la magnificación de los géneros menores de los cincuenta. Así nacen sus películas para toda la familia, protagonizadas por los descendientes de los aliens de la guerra fría. Su entramado sepulta a los rebeldes de la meca, quienes lo consideran el traidor de su avanzada, junto con George Lucas. Al cabo del tiempo, su moralismo patriarcal y suburbial de clase media, eclipsaría a las teorías inquietas e inquietantes de los políticamente incorrectos, como Hal Ashby, Coppola, Hooper y Cimino. El cine infantil derrotó al adulto y el mercado se concentró en el dólar de Ronald McDonald.

Así arriban los lastres de “Súper 8”. Cabe enumerarlos para resumir: una historia edípica predecible, un reencuentro forzado de padres e hijos, una redención de una comunidad desorientada, un amor de Romeo y Julieta, un canto hipócrita a la aceptación de la diversidad en tiempos de cacería de brujas, un villano acartonado, un monstruo de “Parque Jurásico”, una trama de chico encuentra chica, un reparto de secundarios estereotipados y entrañables, un curioso tufo de campaña contra las drogas y los adolescentes de pelo largo, con inclinaciones perversas y cínicas.

El padre malo es culpable de la muerte de la madre del protagonista y choca en estado de ebriedad. Un chicho fuma hierba, se queda dormido, y se pierde de la despedida majestuosa del marciano. El padre bueno es policía, impide la conspiración de los militares, aprende una lección del hijo y se convierte en el héroe de la partida. Me recuerda el trillado “sheriff” de los westerns anticuados y de series como “Walking Dead”.

Pese a ello, nos gustó “Súper 8” en cantidad, sobre todo cuando J. J. Abrahams se atreve a gastarle bromas pesadas al cine de Spielberg. En cambio, cuando se pone solemne y reverencial ante el rey midas, la cinta se desinfla. Ni hablar de las increíbles aportaciones de Fanning. Clase aparte.

Todo el rollo del cine dentro del cine, con los niños, es de quitarse el sombrero.

Emocionante y emotivo, hasta las lágrimas.

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