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Gollum

Mírenme, yo soy el Gollum que triunfó. En el fondo, todo fue bastante fácil. A mí no me tomó tanta lucha bicéfala. Lo hice y ya. Yo no me quedé mil días viendo a Frodo mientras tenía pesadillas y suspiraba como una princesa con el anillo guindado del cuello. Yo traicioné a los hobbits, elfos, enanos y cuanta cosa se moviera por la tierra media, incluyéndote, querido saltamontes.

Yo agarro el lingote de oro y lo pongo sobre la mesa, porque quiero, porque puedo.

Desde Twitter domino toda la tercera edad del sol, o el imperio del sol, llámalo como quieras, ya no me importa. Si no sabías la importancia de tener un objetivo, pues aquí me tienes, justo a la medida. Ustedes pueden propinarse su ración diaria de plomo, les observo, aunque me gusta más el lingote de oro. Es más higiénico y exacto. Le da más arrechera a Ganndalf, que es un guevón. Un pobre diablo, que podrá sobrevivir al magma, pero no sabe cómo sembrar billete en los bolsillos más inhóspitos.

Ya ustedes sabrán cómo será regida la tierra media en manos de un hobbit deteriorado

Yo vencí a la ficción, sus happy endings, los pueden buscar cualquier noche de estas, en la función de 11 del Concresa.

No se olviden de mí, que yo no los olvido.

«Tres anillos para los reyes elfos bajo el cielo.
Siete para los señores enanos en casas de piedra.
Nueve para los hombres mortales condenados a morir.
Uno para el «Señor oscuro», sobre el trono oscuro
en la tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.
Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos,
un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas
en la tierra de Mordor donde se extienden las sombras».

J. R. R. Tolkien, El Señor de los Anillos

(Reparte esa vainita ahí, el Jaua)

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