Kung Fu Panda 2: Movie Wars-Movie Mutations

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En “Kung Fu Panda 2”, la factoría “Dreamworks” sigue explotando tres de sus gallinitas de oro para sacarle provecho al mercado infantil: el tema de la familia disfuncional, las nuevas corrientes tecnológicas de la industria y la conquista neocolonial del inmenso público del continente asiático, una vez garantizada la lealtad de la audiencia occidental.
En el primer caso, la secuela redunda en el subtexto paternalista y mesiánico de la cinta original, desde una clara visión entre neoclásica y deconstructiva, aunque la parodia jamás llega tan lejos como para ofender a nadie.
En realidad, el humor negro continúa siendo, a mi modo de ver, el mejor cebo o el gancho de la demanda cautiva de adultos contemporáneos, fascinados por la incorrección política de cierta cultura de masas, cuyos contenidos integrados fagocitan y domestican los criterios apocalípticos bajo un empaque virtual de diseño trendy, mainstream y artie, funcional para consumar el deseo de la nostalgia por la ola del manga.
Así, la película cumple con la expectativa de quedar bien con dios y con el diablo, mientras su propuesta formal desarrolla un esquema ambivalente y bifronte, a objeto de reforzar el mismo objetivo.
De tal manera, el largometraje conjuga la textura analógica del 2D con la limpieza digital de los acabados informáticos, en una fusión de estilos propia de la época posmoderna y desterritorializada, cuando Hollywood debe mutar por obligación so pena de perder la batalla ante sus competidores de la red líquida.
Por tanto, “Kung Fu panda 2” no es otra película para grandes y chicos, sino un brutal ejemplo, un modelo ideal y un paradigma de la meca en fuga, donde se libran algunas de las guerras estéticas y éticas cruciales de la contemporaneidad. Hagamos la revisión del argumento oficial hasta el discurso latente, para comprobarlo.
Por encima,como diría Zizek, el film expone y resume los dilemas del cine globalizado a través de la teoría al uso. Léase, el reciclaje pragmático de las investigaciones de Freud( el complejo de Edipo), Carl Jung(los arquetipos del inconsciente colectivo), Joseph Campbell(el héroe de las mil caras) y George Lucas(Star Wars), ahora devenidos en los mantras infalibles de autoayuda de los grande estudios.
La única novedad filosófica de la saga radica en la absorción,vaya pleonasmo,de la tradición milenaria del Tai Chi, un curioso arte marcial de autocontrol, descubrimiento del equilibrio y la paz interior, a menudo vinculado con el tronco del Budismo y el pensamiento Zen. Ideas exóticas deglutidas por los afanes esnobistas del consumismo anglosajón de la fantasía de redención oriental. Una ilusión de comunión con el yo y el entorno, convertida en una suerte de doctrina ingenua, kistch, cerrada e incontestable por parte de miles de fanáticos alrededor del mundo.
Por ende, “Kung Fu Panda 2” es el equivalente del renacimiento en los noventa de las clases de Tai Chi en los gimnasios y los videos como una forma de hacer negocios de cara al declive de la metodología del Workout.
Aquí además, el asunto se reivindica junto a la recuperación de los íconos del género audiovisual, por medio del pago de tributo a las coreografías absurdas de Jackie Chang,plagiadas, actualizadas y reencarnadas en la figura de un Oso Panda, alter ego de Jack Black, títere predilecto de la comedia física empaquetada de las últimas temporadas.
Con el paso de los años, el actor pierde fuelle, espontaneidad y frescura. Igual sucede con su disfraz de Panda, síntoma de la chatura y de la blandura del resto de los aditamentos de la función.
En paralelo, la parafernalia estereoscópica tampoco convence, porque se limita a transformar el encuadre en la fotocopia de la viñeta de un cuento “pop-up”, con los consabidos problemas de profundidad de campo, innecesario estiramiento de la pantalla y colores lavados, atribuidos a las pésimas condiciones de la proyección.
Nada salta hacia delante de las butacas, y la gente empieza a sentirse estafada y burlada con sus lentes puestos. Encima cuestan 50 Bolívares adicionales. Guste o no, es una oferta de la publicidad engañosa.
Por consiguiente, el libreto también decepciona amén de sus innumerables tramas de opereta y folletín, mil veces replicadas y desmitificadas.
Acá se nos exige el pacto de volver a creer en una serie de historias y situaciones de melodrama para niños, con fecha de caducidad vencida, como la eterna búsqueda del padre del protagonista y el enfrentamiento del mártir contra el tirano de la partida. Típico razonamiento de la matriz de venganza implantada a consecuencia de la caída de las dos torres.
De inmediato, la lógica de los tres actos develará sus cartas marcadas, al replantear la vieja ecuación de los salvadores de la patria en misión de deponer y derrocar al dictador del pobre pueblo reprimido, incorporado por mansas ovejas, cochinitos y conejos cándidos. Una pequeña ofensa y una falsa de respeto del enfoque etnocéntrico a la hora de mirarse en el espejo de la alteridad étnica.
Por defecto, el autócrata a destronar resume las fobias y las paranoias de la empresa, dentro de su paquete gráfico conservador.
El déspota recoge las percepciones sesgadas de la guerra fría, hacia la cultura China, al encasillarla y cosificarla como una síntesis de la demencia bélica, el ánimo de revancha, el terrorismo de estado y la identidad ambigua.
De hecho, “Kung Fu Panda 2” es una película rabiosamente maniquea, racista y homofóbica. Un ave transformista no puede dominar el reino, porque se le escapa de las manos como a las madres de “Mars Needs Moms”. Irónicamente la cinta la firma y la filma una mujer. Pero para ella, solo es rescatable la tigresa del oriente por sus habilidades para la lucha cuerpo a cuerpo.
Por último, el desenlace condensará la doble moral de la obra. Po vencerá al Pavo Real, sin apenas ofrecer resistencia, al alcanzar la paz interior y la madurez suficiente como para devolverle a su Némesis una cucharada de su propia medicina.
Una lanza bolas de fuego y el otro se las ataja y se las regresa como Daniel San en “Karate Kid 2”, hasta derrotarla y destruirla, para reestablecer el orden en la comarca. Especie de simplificación fantástica de la pesadilla de la guerra nuclear, con victoria para el clan de los aliados.
No es una destrucción mutua asegurada, sino un triunfo de los redentores,de los jinetes pálidos sobre los forajidos del relato western,tras un duelo a muerte.
De allí los parentescos con la animación de propaganda de Disney en contra de las filas del nazismo y el comunismo.
En “Kung Fu Panda 2”, por ejemplo, hay una escena idéntica, con desfile de armamento pesado, a la secuencia clave de la pieza del Ratón Mickey, “Educación para La Muerte”, donde los soldados de Hitler marchan a la luz de los emblemas del fascismo.
Ciertamente en “Kung Fu Panda 2”, hay una alusión obvia al sistema de vigilancia y castigo instalado en el país de Mao. Por desgracia, es una denuncia tímida e hipócrita. Una total impostura.
No en balde, Estados Unidos es socio fundamental de China en el tercer milenio y ambos estados se reparten el control geopolítico del universo, a costa de la violación de los derechos humanos.
Los negocios de las dos naciones, pagan el silencio y la censura ante los atropellos cometidos por sus fuerzas armadas. Así funciona el poder de veto en la Asamblea General de la ONU.
Por todo ello, “Kung Fu Panda 2” es una película tramposa. Nos miente sobre la realidad y nos evade de la depresión con su manto de pare de sufrir,adaptado al canon aparatoso y colosal de Zhang Yimou.
“Kung Panda 2” no nos movilizará y nos concientizará para exigir la liberación de los presos de conciencia de China e Irak.
Apenas fortalecerá los lazos del eje “Dreamworks-Hollywood-Washington” en la región.
Se me parece demasiado a los teatros de operaciones de Richard Nixon.
Así es el cine en la era de Obama.
Un simulacro de hermandad y tolerancia, a pesar de las diferencias.

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