El camino al pueblo oculto…

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Toma mi mano, no me mires a los ojos si no quieres,
recuerda que soy un hombre enfermo con los días contados…
Toma mi mano, he venido a sentir el calor de tus lágrimas
prende una llama que enfrente el reflejo de tus pupilas en la oscuridad, y mírame arder.
Piensa que estaré bajo el mar, en cualquier lugar donde mi rostro ya no tenga valor.
Decidirás continuar buscando tus raíces…

He construido mi propia miseria
creo que me revela una luz que brilla en el cielo,
pero aun así no puedo dejar de escuchar el grito desesperado
que lanzan los fieles cuando encuentran los milagros
en el castigo de las figuras envueltas en llamas en cada sueño nocturno
y en cada despertar entre lágrimas;
la lealtad entre los esclavos,
la lealtad entre los esclavos; recuerda el amarillo de la piel,
la serenidad después de que las heridas paraban de sangrar…

La solidez natural de la carne de las manos
será para los que cumplen el deber de enterrar con su propia fuerza
a un amigo que fue su padre,
la enfermedad y el destello sobre el granito
que cubre los huesos, la carne y las piedras
en donde se alimentan los cauces de los ríos
hasta las cuencas cercanas al centro de la Tierra
en donde crece el pulso de los corazones que estallarán
justo después de haber procreado,
el perdón y la rebelión ante los secretos que forjaron la forma de caminar,
la sonrisa de quienes te pueden traicionar y robar la vida
el amarillo de los ojos enfermos, de la ternura y de la piedad;
honra a tu madre, la fatiga de recordar tu nombre
hasta la adultez de los cuervos que desprenden la carne de tu espalda.

Necesitamos un nombre para permanecer en silencio frente al fuego
No puedo seguir creyendo más, no quiero creer en el trueno al que mis abuelos temían,
los espíritus ya están en el círculo esperando por la noche,
mi corazón se agita con las luces de los montes, con tu cuerpo desnudo en la ventana…
debo saberlo, dormir con el mismo miedo de siempre, para la serenidad de tus manos,
despertar en las mañanas dentro de mí, para el alma que desaparece,
para nuestros nombres en el eco de los templos de roca junto al mar
en los que los murciélagos conciben sus mundos frágiles y secretos.

El sudor bendijo las frentes de los refugiados,
entre el sonido grave del viento en las plantas
y la imagen cegadora de las inscripciones lapidarias.
Los ojos cansados de las aves nocturnas,
espiaban el mundo que pasaba ardiendo bajo sus garras,
el fuego tras las visiones de las cruces negras en la oscuridad,
el fuego levantado por los cachorros, dormidos con el polvo en sus narices
respirando el dolor y la miseria en la carne desgarrada de los compañeros.

La esencia cálida del carbón en el viento
tocó la frente del condenado antes del sonido de los disparos,
su muerte dispuesta ante los ojos de aves extrañas, rasgando en la madera pálida
de las habitaciones abandonadas donde el retrato del dictador enmudece
y envenena la sangre de los que aún pueden correr por sus vidas.
La sangre llenó la visión de la luz debajo de cada roca,
las alas imaginarias de los terrenos desbastados,
el ruedo del alma de las máquinas
impregnadas con el olor de los alimentos descompuestos
que las criaturas perseguidoras del sol de la frontera
cargan como el aliento del fuego consumido en la última piedra de la ciudad.

La aurora del humo en el polvo se carboniza en mi vientre,
y los que han sobrevivido observan sus cicatrices
como a imperios malditos que no desaparecerán,
en un dolor agudo los ríos se derrumban en la madrugada
en los huesos y en la calidez de la carne como puñaladas ciegas…
la memoria es una bestia más grande que cualquier fuego
que se pronuncie para acallar esos ríos,
los demonios de los recuerdos acarician el espejo
y las velas se prenden para recibir las lágrimas de las sombras;
el río y el color de mis venas, el rastro de la sangre seca en el pavimento
después de las peleas de barrio,
después de las luces que el alcohol
roba de los nombres de los territorios desolados
y se encuentra la paz momentánea, el amor eterno,
el amor que nos dejará, el amor que no nos atrevemos a pronunciar…
el río y el color de mis venas,
es lo que puedo ofrecerte para ser el padre de tus hijos,
es lo que puedo sacrificar de las sombras de los animales
en los caminos de tierra, en mis recuerdos como hijos del sol
y hacer volver a nacer la lluvia
apretando tus manos y enfrentándote a los ojos,
confiarte el secreto del viajero rebelado del que todos hablan
como el hijo de la tierra,
o como el mito que los guardianes de las fronteras
enfrentan cada vez que empuñan sus armas,
su final, el final de sus ojos violetas por el mundo de recuerdos reflejados,
derrotados y soñadores por la pérdida de sangre
en su decisión de enfrentar a la justicia humana
con el color de la sangre que no distingue las heridas del cuerpo y del alma
dando el poder a sus niños que rogaban al cielo y pedían al mar
salvar la existencia de las sombras de su padre ante cualquier consecuencia.
Volvería a vivir todo este destierro por cualquiera de ellos;
recuerdo el fuego del cansancio de su voz
cada vez que me alejo de las luces de la ciudad
para buscar la tierra entre la oscuridad de las noches de aire frío y fuegos fatuos
a la que llegaron los conquistadores perdidos
en las sombras de las trazas de sus manos,
destruyendo todo el nuevo mundo que abrían a su paso,
forzando la voz de mujeres mal heridas
intentando encontrar en los dibujos de sus vestimentas ultrajadas
las voces de sus hombres todavía invocando el alarido del cielo
desde sus corazones cruzados por las mismas armas construidas
para proteger el alma de los hogares de la memoria eterna
de las guerrillas bajo las tormentas…

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