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Date Night: Hangover y After Hours meets 30 Rock and The Office

Es una cita nocturna con ideas del pasado, pero desde una perspectiva fresca de presente, bajo la inspiración de dos emblemas de la nueva y contradictoria comedia americana: Steve Carell y Tina Fey, un rato con el gobierno de Hollywood, y el otro con la oposición a sus dilemas.

 

En «Date Night», la ambivalencia de la pareja se salda con un triunfo rotundo y sintomático de la industria, por encima del espíritu liberador del dueto protagónico. Es decir, en la película, el ayer vence sobre el hoy, tanto en el ámbito de la formal como de lo conceptual, donde se impone la regresión ante la posibilidad de romper en definitiva con todos los esquemas sociales y dramáticos del género.Me explico.

 

Por un lado, nos encontramos con el mundo ordinario del típico matrimonio en crisis. Ambos viven en su rutina con resignación, desde la casa hasta la calle. Así transcurren los primeros minutos, entre chistes y comentarios punzantes contra la familia y las relaciones agotadas por el inevitable paso del tiempo.

Aquí la cinta abriga y cobija sus mejores argumentos, en el casi retrato documental del hastío y la monotonía de la vida en el hogar dulce hogar, con la casa de fotografía de revista, los hijos malcriados y las ventajas económicas de una posición de privilegio, en la escala social. Dinero no le falta al tandem de personajes principales.

De hecho, disfrutan de las comodidades materiales de la clase media alta de los suburbios.En realidad, el problema de ellos es el de costumbre: el vacío existencial y el miedo al conformismo. Los pretextos habituales para canalizar los descontentos del hombre y la mujer posmoderna, según los cánones de la meca. La Nada y La Nausea de una serie de largometrajes conocidos, ahora replicados y sintetizados en el contenido de «Date Night», suerte de revisión conservadora de un título mayor de los ochenta, realizado por Martin Scorsese, «After Hours».

 

En efecto, como aquel trabajo de hace 30 años atrás, la pieza en cuestión gira alrededor del laberinto urbano desatado a raíz de un evento fortuito, cuyo desarrollo y desenlace servirán de terapia de choque para los arquetipos de la función. La noche de desvelo y locura, les cambiará la perspectiva, los transformará, y al mismo tiempo, les propinará su necesaria dosis de transfusión de sangre.

En este caso, el catalizador del enredo, es una confusión de identidad en un local privado. Al estilo de un sitcom y de las obras maestras de Billy Wilder, Steve Carrel y Tina Fey transgreden la norma, al robarse una mesa en un restaurante chic por reservación. En dicho instante, los actores aprovechan para marcar distancia y burlarse del esnobismo de las generaciones de relevo, afincadas en la Gran Manzana.

En efecto, parte de la mordacidad de la obra, procede de su capacidad de sumergir a unos seres tradicionales de Nueva Jersey, en el ambiente cosmopolita de la megalópolis de Estados Unidos. Por ende, retornamos al esquema de la cucaracha en baile de gallina. Y en honor a la verdad, la fórmula sigue funcionando a la perfección en «Date Night», cuando se va al encuentro del absurdo y de la aventura.

La acción le imprime un ritmo trepidante a la historia, mientras el humor negro se encarga de no dejar títere con cabeza, al someter al escarnio público a instituciones, estereotipos y modelos de éxito, como el propio Mark Whalberg en un papel autoparódico de chico fornido, o el veterano Ray Liotta caricaturizando su cliché de mafioso en «Buenos Muchachos», al servicio de la corrupción de estado.

Un aleteo de la mariposa, desata en la trama un caos de proporciones épicas, tendiente a normalizar y buscarle solución al estado de conmoción e insatisfacción de los personajes protagónicos. Una obvia metáfora del país, después de haber superado las conmociones de Katrina, el once de septiembre y sobre todo, la caída de Wall Street. De ahí la escogencia de Manhattan como entorno simbólico del film. 

No por casualidad, los héroes de la partida reciben el apoyo de una equivalente femenina de Obama, para solucionar su conflicto con la maldad reencarnada en la figura de unos matones a sueldo, en alianza con la policía.

Por lo visto, la corrección política de la gestión demócrata, pareciera imponer la presencia de una hada madrina o de un salvador de la patria de origen afroaméricano, en cada película. Naturalmente, Hollywood quiere quedar bien con el nuevo patrón de la Casa Blanca, asociado con los chicos de la bolsa de valores.

Por consiguiente, reincidimos y volvemos a la moraleja del cine retroprogresista y reaccionario de los últimos años. En efecto, después de la tormenta,llegará la calma, gracias a la astucia del hombre y la mujer de a pie, quienes reforzarán sus lazos en el trance de salvar al mundo, y de hacer la buena acción del día. Por tanto, los villanos terminarán en la cárcel, y los protagonistas gozarán de su nueva libertad conquistada a base de esfuerzo, en el regreso al hogar.

De tal modo, es poco lo aportado por el happy ending, en materia de originalidad expresiva. Igualmente, el mensaje de fondo peca de predecible y de convencional, en plena disconformidad con lo prometido por el trailer.

En resumen, ellos salieron de la concha, de la burbuja de cristal, de la cárcel y de la reclusión autoimpuesta, para soltarse el moño durante una velada de desenfreno, destinada a fenecer tarde o temprano.

Lamentablemente, luego del fin de la ilusión, es casi nula la evolución de los personajes. Apenas descubren a la otredad, y la odisea sólo les funciona para reafirmar sus antiguos valores. Parte de ello viene sucediendo con frecuencia en montones de películas recientes, como «Couples Retreat», «Wonderful World» y «Hangover».

Después de todo, «Date Night» se sumará a la corriente del momento en la comedia americana, no tanto para apostar por una corriente alternativa, sino para afianzar la construcción del relato canónico, explotado como manual de autoayuda y superación personal, de cara a la audiencia adulto contemporánea.

Es un cine de catarsis y de control de la incertidumbre, para un público lleno de ansiedades y preocupaciones por la inestabilidad de su contexto. Es un cine demagógico y de escape, con soluciones y salidas fáciles, a la carta del consumidor en masa.

No en balde, la película fue escrita por Josh Klausner, el guionista de la tercera parte de «Sherk», síntesis animada del quiero y no puedo. Ejemplo del empaquetamiento y la pasteurización del inconformismo antidisney. En «Date Night» ocurre lo propio, pero de frente a la ecuación de la «buddy movie».

Por lo demás, la química de Carrel y Fay no se pone en discusión y se celebra de lo lindo en la sala oscura. Son auténticamente genuinos y profesionales en su oficio. De seguro, asumen con cinismo su labor. Mucho menos se deben tomar en serio el final feliz de la película. Por eso, es divertido verlos retozar como dementes en el jardín de su casa, o gastándole bromas a sus compañeros en la sección de bloopers proyectada con la secuencia de los créditos.

Por su parte, Shawn Levy recuerda por qué es y será, por los siglos de los siglos, el director de la franquicia «Una Noche en el Museo». Estéticamente, «Date Night» es una secuela de ella y una continuación de sus limitadas ideas audiovisuales, sembradas de efectismos, de artimañas televisivas y de excesos adocenados, para el deleite de grandes y chicos. Nada para alarmarse, ni para ofenderse.

Sea como sea, y con sus bemoles, Steve y Tina superan con creces la prueba de compartir la puesta en escena, al revelarse como una pareja sólida a tener en cuenta en el futuro. Ojalá nos brinden una obra maestra en los próximos años. De momento, nos tocará conformarnos con admirarlos en «Date Night», más allá de sus evidentes parentescos con sus programas de cable.

Vista así, la película podría ser todo un maratón de desvelo de «Saturday Night Live», «The Office» y «30 Rock». Algo altamente recomendable y reconfortante para fanáticos incondicionales. Por mi lado, a los cuarenta minutos de trote, puedo darme por satisfecho, sentir el agotamiento, tirar la toalla y abandonar la faena.

¿Y ustedes qué opinan?

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