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Franz Ferdinand 2010: a propósito de la amarga leche en polvo de Vinilo y Famasloop

Arribamos a Sambil a las siete y cuarto, con la copia de la entrada impresa en papel bond. El intricado sistema de “Water Brothers” confunde calidad de servicio con trámite burocrático, y nos obliga a hacer dos colas para entrar, en lugar de una. La primera para canjear el ticket. La segunda para ingresar al recinto. Era una situación kafkiana como de película de Terry Gilliam y Tomás Gutiérrez Alea.

Igual, tanta pompa corporativa en la organización se iba al garete, cuando los mismos empleados de la empresa te ofrecían pasarte a la grada de El Sambil, a cambio de cincuenta mil bolívares, para no hacer la fila india de niñitos con cara de regañados.

En mi caso, me abstuve de pagar por adelantado, para no despertar la ira de los puristas de la corrección política, quienes no me perdonaron el hecho de sobornar a un seguridad para acceder a la zona VIP de Metallica.

De cualquier modo, prefería ahorrarme el dinero para gastarlo en cerveza y comida, después de invertir una alta suma en la reserva de las localidades( pues fui con mi pareja).

En lo personal, y aquí va la crítica inaugural de la reseña, considero un robo la tarifa de “Franz Ferdinand”, cuyo repertorio no justifica el desembolso de 120 y hasta 200 dólares por persona.

Así, discriminamos a un gentío de poder disfrutar de la experiencia, y volvemos a convertir a la cultura en un asunto de exclusivo regocijo para una reducida élite de “supuestos entendidos”, de una pequeña burguesía de provincia con aires de superioridad cosmopolita.

De hecho, la compañía gusta jugar con la reafirmación de dichos complejos en su mercado, en su target de jovencitos y adultos contemporáneos, víctimas del fashion de la modernidad. Una ridiculez absoluta, una completa impostura, un mito alimentado por emisoras de radio, especuladores de oficio, una red de periodistas aduladores, un circuito de nuevas bandas y hasta un pelotón de diseñadores criollos.

Es la mentada ebullición de una generación de relevo, de creativos y afines, reconocidos por la prensa complaciente de la capital, en su empeño demagógico por conservar y consentir a su demanda, ante la ausencia de referentes y la necesidad de proyectar imágenes banales para la identificación colectiva.

Allí entra, como una punta acerada, la campaña de Felix Alluevca por hacer de los experimentos fallidos de su fundación, una alternativa sólida para el negocio de la oferta musical prefabricada, en respuesta al declive de la vieja escuela. Pero los descendientes de Zapato, Sentimiento, Caramelos y Desorden, siguen sin poder deslastrarse de la matriz estalinista de sus mentores, al depender de la aprobación del cogollito de costumbre, para surgir, tocar, luchar y tener vida en la escena nacional.

Por eso, la resistencia todavía es una materia pendiente, de cara a la vigencia de la dictadura de los verdaderos gestores de nuestra revolución de colores, de témpera, de papel lustrillo.

No basta con prometer el desafío a la norma, si continuamos lamiéndome las botas a la macolla de generales y coroneles del gremio. Al final, todo el esfuerzo por recuperar un actitud irreverente perdida en la historia, pareciera devenir en un irónico reforzamiento del status quo, de lado y lado.

El impacto es nulo en términos de real trascendencia política, y se diluye como un buche de Coca Cola entre los dientes de leche de una audiencia desnutrida, maleable, carenciada, desinformada, desactualizada y fácil de dominar a través de los paraísos artificiales de la fama, el éxito y la seducción mediática.

La imagen, la publicidad y el diseño se tragan a la música. Y la música tampoco es tan buena.

Si a ello sumamos, el estado de censura y de control de la radio contemporánea, el panorama dibuja un contexto nada halagador para el futuro de la expresión estética en el ámbito de la movida acústico-urbana. De seguro, la polarización también influye en la necesidad de levantar y erigir barreras donde no las debería haber.

En efecto,hay mucho de esnobismo en el entramado conceptual del concierto de ayer. En especial, de parte de la concurrencia estudiantil,casi infantil, y además de la incómoda representación vernácula en tarima. De lo peor de la noche. Un auténtico desastre digno para amenizar una fiesta de cumpleaños en las caballerizas del Country Club. De lo necio a lo cursi. De la falta de identidad a la soberbia de creerse con la facultad de descubrir el agua tibia en un río revuelto de nimiedades, clichés y cuestiones trilladas, ya superadas y vistas hasta la saciedad, de los sesenta en adelante.

No es recomendable tirárselas diferentes y de provocadores, cuando recaemos en el lugar común, en el manual de poses y convenciones de la maquinaría trituradora y procesadora del pasto de lo cool.Pero mejor comencemos por orden de irrelevancias y trivialidades.

A Vinilo Versus le asignaron, a dedo, la tarea de abrir fuegos en el desagradable anfiteatro del Sambil, donde te quitan los puestos al menor descuido, donde pagas por asientos, aunque las condiciones del espacio te obligan a ver el espectáculo de pie. Para la próxima, quítense la careta y tumben, de una buena vez, las butacas para el piso.

De paso, nunca entiendes la dirección de la sillas, si es hacia la derecha o hacia la izquierda, y por eso siempre tienes problemas para conseguir tu puesto. Anoche no fue la excepción, y corrimos con las consecuencias, sin apoyo de la desbordada delegación de protocolo. Cinco chamas y chamos, con cara de fastidiados, ubicando a la gente a los trancazos.

Tu por allá, tu por acá, sube, baja y encuéntralo por tu propia cuenta, mientras te llevas por delante las rodillas de como veinte desafortunados, en una gradas lamentables de escaso valor. El mantenimiento brilla por su ausencia.

Entonces, nos aposentamos y nos acomodamos, como pudimos, para escuchar a Vinilo Versus. Por supuesto, escuchar es un decir. Si acaso, la padecimos, la sufrimos y la asimilamos con sentido del humor, gracias a la ingente dosis de humor involuntario suministrada por la banda. Encima, para el momento, las birritas comenzaban a hacer efecto sobre nuestro organismo.Por tanto, la situación se prestaba para burlarnos y reírnos del disparate en vivo. El fantasmeo marcaba la pauta.

Ellos se vacilaban una de paveo rock star al estilo de Asier y El Enano, con look de galancitos de “High School Musical”, cantando una de serie de frivolidades ininteligibles. Ellos se querían solemnes, graves, serios, profesionales y seguros en su trabajo.

Nosotros los tripeabamos como una secuela inconsciente de ISA TKM, o como un remake de los Jonas Brothers en 3D. En pocas palabras, una vulgar sustitución de importaciones. Otros cuatro imitadores superfluos para la granja de clones del dueño de la hacienda.

Durante su breve rito de iniciación, el vocalista aprovechó para derrochar físico, modelar y desfilar con su porte de candidato de Mister Venezuela, más preocupado por el perfil de su copete que por el contenido de sus intervenciones en directo. Al concluir, tuvo la pésima idea de cerrar con el consabido llamado a “reconocer el talento nacional”, y a celebrarlo de forma ciega, más allá de su discutible calidad.En la prensa mainstream, atenderían a su invitación, al aplaudirle su tonta faena.

De tal manera, es imposible evolucionar, echa raíces y aprender a distinguir el grano de la paja. Ahí radica, colegas, una de las funciones del periodismo cultural.No la descarten por razones de compromiso,condescendencia y temor. Si la fuente se molesta, allá ella. Insisto, nuestra misión no es aplaudir o escribir panegíricos. Repito, nuestro norte es analizar, desmontar, replicar y cuestionar.

Luego Famasloop ascendió al proscenio y el desencanto se multiplicó por cien, debido a la inconsistencia de la cacareada propuesta de la banda, aupada por las páginas de Todo en Domingo y La Dosis.Acá las pretensiones son excesivas frente a los escasos resultados obtenidos.

Los integrantes llegaron con su escenografía de diseño a cuestas, para quemar sus fuegos fatuos en menos de treinta minutos. En esta oportunidad, la cantidad de periquitos, de parafernalia y de pirotecnia audiovisual, busca secundar o disimular la evidente puerilidad de un repertorio insípido y vanidoso, falsamente conceptual y original.

No es Cortazar, ni Rimbaud. Es poesía de kinder ilustrada y explicada para “dummies”, con casitas de Lego derribadas al menor soplido.

Famasloop se vende como un grupo de avanzada y de vanguardia, ideal para niños intensos. No obstante, camina a la retaguardia del género, dentro y fuera del país, detrás de lo clausurado y agotado por el funk de los Amigos, la fusión melancólica de los Cafetas, el tecno pop de los Británicos enganchados en la onda manga como Gorillaz, y el ingenuo experimentalismo de la tercera edad del Rock, de Pink Floyd a los inicios carnestolendos de Génesis, cuando se vestían de perros y de animales mutantes. Rebeldías estereotipadas consumidas, deglutidas e integradas en “This Is England” y en la Caracas de ayer.

Ver a “Famas” es como observar con hastío la repetición de un video loop de promociones de Sony Televisión, al calor de su tema paradigmático, “Nada que Ver”, bella declaración de principios del grado cero, de la entropía y de la pasteurización de la leche de la vaca, la puta de la vaca. ¿O era la Cabra? En fin, el adjetivo anglosajón de “wannabe” le cuadra a la perfección al sabor mimético y descremado de la ubre de Alian Gómez, adecuada para saciar la sed y el hambre de distinción de una tropa de compradores compulsivos de Platanoverde, Urbe y toda suerte de mercadería cool canchera en plan de revisitación irónica de nuestro acervo pop.

No en balde, “Famasloop” proyectó unos visuales con la cara de José Luis Rodríguez, para reírse de él. Por desgracia, el chiste es repetido, no produce gracia, y hace extrañar la presencia de El Puma en tarima, quien a diferencia de “Famas”, sí haría vibrar y saltar a la concurrencia, de arriba a abajo.

El momento cumbre de la perfomance del grupo, tuvo lugar cuando invitaron a Henry de “La Vida Boheme” al proscenio, para cantar “La Vaca”. Todos se pusieron su cachucha de ubre en la cabeza y Henry se la aguantó como sujetador.

De inmediato, estalló el climax de la sobreactuación, a la cadencia de los temblores y los movimientos hiperkineticos fotocopiados de un álbum de barajitas descoloridas de Mick Jagger, Pelle Almqvist de “The Hives” y “Green Day”. En paralelo, se fagocitaba la herencia epiléptica de Ian Curtis, al punto de desnaturalizar y pervertir la esencia del arrebato de locura dadaísta y anarcoide.

Antes, el desate y el descontrol del postpunk de Joy Division, Beastie Boys y The Clash traducían el descontento por la crisis y la depresión económica. Hoy, el mismo legado es prostituido como efecto, como forma carente de contenido, para servir de vehículo a una ideología conformista y adocenada, enarbolada y entonada para no ofender a nadie. Es un canto a la resignación y al escapismo como estilo de vida.

Henry grita, Alain se descarga con la guitarra y la energía se apodera de la atmósfera. ¿Pero para qué? ¿ Para desahogar el odio y la furia contra la máquina? No señor. Para cantar “la Vaca, la Vaca, la puta de la Vaca”. Parece una sátira, un gag de Saturday Night Live. Una mofa iconoclasta a lo “Spinal Tap”.

Definitivamente, los jóvenes talentos de Venezuela no necesitan de alguien dispuesto a caricaturizarlos. En realidad, ellos son la mejor parodia de sí mismos.Se matan solos como Chacumbele. Lamentablemente, cuentan con el respaldo de un aforo indulgente y benigno. Sea como sea, el Rey del Rock Nacional sigue desnudo a la espera de ser desenmascarado por ustedes.

Queda por saber si hay voluntad para la autocrítica, o es preferible mantener en alto el velo de la autocensura y la farsa teenager.

En último caso, “Famas” y “Vinilo” son dos esquemas cándidos e ingenuos, urgidos de refrescamiento y cambio de timón. De lo contrario, sucumbirán a la aplanadora de la historia, como sendos ganchos y anzuelos para el circuito local de la contracultura como show bussines, como materialismo histérico. Un círculo vicioso instrumental para consolidar el anillo endógeno de la revolución bonita. Aprendan la lección de Cuba, donde el rock le propina dolores de cabeza a la nomeclatura de los hermanos Castro.

Es tiempo de salir de la burbujita de cristal, del mundo feliz. Es hora de sacudir estructuras y de no limitarse a fungir de teloneros dóciles de “Franz Ferdinand”.

Obviamente, los escoceses vienen a Venezuela como turistas, a cumplir con su labor de hacernos pasar un buen rato. Y lo logran con creces. No hay discusión. Los tipos son increíbles y genuinos en lo suyo.

Sin embargo, nosotros como venezolanos debemos guardar una compostura diferente a la del extranjero visitante. Es decir, no podemos hacernos la vista gorda y vivir en la fantasía de Peter Pan por siempre.

El reto es crecer y desprenderse de los cordones umbilicales conectados a la memoria de los programadores de consenso.

Bienvenidos al debate por el futuro.

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