Cuarenta y tantos minutos

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No hay nada que pueda hacerme sentir en otro estado ahora mismo.
Considero que es difícil que el simple pasar de los días pueda traerme algo. Hace justo un par de días que vengo husmeando por esa vertiente del tema. Son exactamente el cúmulo de horas que he pasado más tranquilo, sin bien la timidez de mis excesos mentales, como abalanzándose licuosamente sobre grandes cúmulos de arena, acaban superando las barreras que separan a este estado de otro, resultando un mismo panorama quejumbroso y triste.

Hoy mismo, salí a la calle cuando se acercaban las cinco de la tarde y tomamos un café de cuarenta y tantos minutos. El sol derramaba sus últimas radiaciones de luz y calor, nos estaba envolviendo en amarillos graves, pomposos, casi lastimosos. Fue un café bueno, más que suficiente para un día como hoy. Y es así, me complace ese dolor leve que lo inunda todo, y me reconozco en él.

No atendiendo a todo eso, o aun así, podría pensar que en algo he avanzado, todo es cuestión de calma y probablemente pudiera llevarme meses en este continuo aplazamiento, aquietado, como vencido.
Ya en la mañana había decidido cortarme el pelo.
Otros cuarenta minutos de éxtasis, camino de la peluquería. En esta ciudad el tráfico absorbe para si todas las horas posibles, quedando un hilo enclenque del que pende los instantes soberanos de cada cual. Pero a mi no me afectaba, todo se me mostraba sugestivo, los diferentes planos de un mismo paisaje lleno de edificios, de gentes, de luces. Y también el caer continuo de una noche que me llegaba justo a tiempo.
Siento con violencia que estoy relajado; otra vez todo parece estar mal curado, o enfermando de yo no se que. Son los bloques de apartamentos de aquellos que disgustan a cualquiera, una barata imitación cargada de humanidad de los desniveles alpinos. La gente parecía en general contenta, estaba todo muy hermoso, es lo peor de todo. Y todos andaban confiados.
Por fin encontré una peluquería que me ofreciese un corte de pelo al instante. Pero ahí cambió todo, recordé, olvidé no recordar. Tras esto, entré en el pequeño lugar, me sentaron para comenzar. Lo que esperaba de un sitio como aquel, muy como los que recuerdo de pequeño, nada de lo que nos espera a casi todos después en cuanto a peluquerías, un constante vaivén de cabezas, manos y tijeras, en una unión siempre desconcertante. Casi no le dije nada, como acostumbraba a hacer, salvo cuando se acercaba con la navaja a las patillas, solo eso, el resto lo hizo el solo, y acabe en la calle cuarenta minutos después, con el aspecto de un novio que regresa del mar mucho tiempo después, con los ojos centelleantes, aguardando barbilampiño y recién limpio al amor que vio reflejado en los muelles cuando se fue. Y entonces ¿qué?, otra vez todo a medias con el dolor y el placer. Entre. Hoy, ayer. Lo mismo de nuevo, todas las diferencias salvadas, y esto no puede ser verdad, no de forma definitiva, ni siquiera mañana puede seguir siendo verdad ni lucir suntuosamente como hoy, como si mi inexcusable figura le fuese ajena.

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