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Abrazos Rotos: ensayo sobre la ceguera senil de Pedro Almodóvar

Después del estreno de “Abrazos Rotos”, Pedro se fajó en una riña, sin precedentes en la historia española, con el crítico heterodoxo Carlos Boyero, quien, según palabras textuales de Román Gubern, fue importado a las filas del periódico “El País” para buscar problemas y levantar así los escasos índices de lectoría de la página de cine, bien diezmada a raíz del efecto Twitter y de la propia crisis del género de la crítica cultural, cada vez menos estimada por sus acartonamientos varios.

En poco tiempo, Boyero logró su cometido al recuperar tres recursos desdeñados por la escuela de la prensa ortodoxa en materia cultural: la incorrección política, el humor negro y la cruel sinceridad de la tradición humanista iberoamericana, de Unamuno a Bergamín.

Al parecer de Gubern, el terrorismo de Boyero vino a resucitar el interés por la discusión de altura en las páginas de espectáculos del reconocido diario madrileño, bajo la notable influencia de los nuevos lenguajes mediáticos en boga: el internet y las redes sociales.

De hecho, es Boyero el primero en publicar su columna en forma de blog, para romper con el modelo clásico de la crítica de cine monolítica, soberbia e incontestable, según el paradigma Cahiers Du Cinema, cuyo site, por ejemplo, todavía carece de un foro de discusión a estas alturas del partido. Ello, por supuesto, redunda en la pérdida de credibilidad del gremio y de la revista, aunque sus editores no lo reconozcan. Por lo visto, la vieja guardia no se la lleva bien con el asunto de replicar o de responder a mensajes anónimos, y mucho menos parece preocupada por alentar el debate de sus, a veces, absurdas teorías.

Por ello, y aunque la academia lo deteste, Boyero tiene el enorme mérito de haber recobrado el atractivo y la fascinación popular por hablar, a calzón quitado, de las películas en la conservadora patria de la eterna transición franquista, donde, paradójicamente, se sale de un oscurantismo para caer en otro igual o peor, por hipócrita, invisible y acomodaticio.

En efecto, según términos del mismo Boyero, a las figuras intocables del vano ayer, las suceden, en la actualidad, una serie de imágenes sacrílegas del panteón nacional, protegidas por el velo de la censura oficial como un conjunto de estatuas vivientes representativas de la modernidad con carácter de exportación(tipo Boris para la alcurnia frívola de Caracas). Entre ellas destaca, por mérito propio, la fuerza de la naturaleza encarnada por Pedro.

Irónicamente, fue Boyero el encargado de desmitificarlo, de cuestionarlo y de derribarlo, cual David contra Golliat, tras el estreno en Cannes de “Los Abrazos Rotos”, cuando el primero hizo su trabajo con el segundo, al reducirlo a la condición de una pieza de museo al bordo de la implosión. Un arte terminal en fase de entropía.

Acto seguido, la arrogancia de Pedro no se quedó dormida en los laureles del triunfo, y se ventiló a través de una respuesta pública al guasón iconoclasta de Boyero. En Venezuela, ya quisiéramos o pagaríamos por ver una reyerta, una batalla personal de semejantes magnitudes épicas. En resumen, los dos salieron ganando del trámite, y le devolvieron su poder de discusión al cine.Ojalá, algún día, ocurra lo propio en Venezuela, más allá del eterno recuerdo de la famosa polémica de «los Otero». Amanecerá y veremos.

Por lo pronto, el estreno de “Abrazos Rotos” nos sirve para reconfirmar las sospechas de Boyero: Pedro necesita, cuanto antes, de un descanso, de un largo retiro o de un año sabático, para aclarar sus ideas, despejar sus dudas y comenzar de nuevo, porque, de momento, luce cansado, reiterativo, manierista y hasta reaccionario, al dejarse vencer por fantasmas y formas ya deconstruidas por él en el pasado inmediato. Es volver al terreno de lo común, para llegar a conclusiones estériles , pero sin la carga de irreverencia espontánea de «Matador» , «Laberinto» y «Kika».

Verbigracia, la caricatura «queer» de «Abrazos Rotos», próxima al discurso homofóbico y estereotipado de Radio Rochela, para el regocijo de la dominación másculina, para reafirmar la ideología del profesor expulsado de la Santa María. Un cliché de loquita sin matices, cual moderador del programa «Los Pepazos de la Pepa».  

Ahora, la propia herejía del realizador huele a puro cálculo matemático y a especulación de artículo de consumo internacional, diseñado para no herir las susceptibilidades de la gran masa, y en paralelo, para complacer las ansías de distinción de su público esnobista.Olvídate de Buñuel. Pedro está como Chalbaud en Barinas o como Woody en Barcelona. Perdidos en la traslación. 

Así, la violencia subversiva y vanguardista del Pedro de la movida de los ochenta, se ha ido progresivamente decantando y domesticando, por las obligaciones del mercado, para convertirse en un mero look, en un fachada de blasfemia carente de un contenido equivalente para la ocasión. De ahí el acertado reclamo de JM por la falta de sexo explícito en el entramado de “Abrazos Rotos”. Sin duda, Pedro aprendió la lección de “Átame”, cuando su provocación de la bañera le costó la clasificación “X” en la distribución de la cinta en Norteamérica.

Dos décadas después,  Almodóvar filma reflexiones ombliguistas y cinéfilas para toda la familia, disfrazadas de revisitaciones nostálgicas y de ajustes de cuentas contra el legado mediterráneo del melodrama. Un arma de doble filo, en toda regla, pues funciona para quienes aman y para quienes abominan de la fórmula, al sentirse delante de una supuesta sátira sobre el lenguaje de las lágrimas y el corazón. Supuesta, porque los distanciamientos de Almodóvar son, cada vez, más ambiguos y menos transgresivos, al punto de acercarse a una zona de confort entre el homenaje y la relectura posmoderna, con pretensiones de último grito de la moda.

Al menos, el ejercicio de autoconsciencia le permite a Pedro en “Abrazos Rotos”, proyectar su ceguera parcial frente al mundo, en cuanto prefiere y opta por refugiarse en su burbuja de cristal, para coexistir con sus personajes, fetiches y demonios, al margen del hundimiento general de su nación y del globo. Mejor síntesis del cine de autor en la era Zapatero, imposible, salvando sus excepciones, claro está.

En cualquier caso, el final de Abrazos Rotos funciona también como exorcismo y como esperanza, para abrigar en el mañana por un Almodóvar menos solemne y más divertido, menos “Todo Sobre Mi Madre” y más “Mujeres al Borde de un Ataque Nervios”, menos Festival de Cannes y más Torrente.

Por allí debe o deberá pasar el futuro de nuestro querido Pedro. De lo contrario, no sobrevivirá para contarla, bajo el reinado de su miopía senil. 

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