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Lo que usted no verá en el documental de Oliver Stone sobre Chávez

I

En el pasado, hacer documentales implicaba riesgo, aventura, sacrificio y hasta peligro de muerte.

Por ejemplo, el norteamericano Robert Flaherty, uno de los padres fundadores del género, renunció a una vida de confort y lujo por dedicarse a investigar la dura realidad de los esquimales en el Polo Norte.

De allí surge el título emblemático de la historia del cine: “Nanook of the north” , no sólo un hermoso estudio antropológico sino un imperecedero testimonio del desarrollo de la condición humana en situaciones de completa adversidad, donde el director decide despojarse de sus investiduras de autor y de vedette, de semidios del star system, para ir al encuentro del mundo de los mortales, para adoptar la mirada y la postura de sus figuras de a pie. Es decir, para asumir la subjetividad del otro, en un ejercicio de transformación y evolución personal.

Así, Flaherty pudo entender la perseverancia y el compromiso de Nanook, al colocarse en su lugar, al ponerse literalmente sus botas y al compartir todas sus penurias e indigencias, sin verlo desde arriba o a lo lejos. El resultado es una experiencia audiovisual única de aproximación entre cineasta y objeto de observación, al margen de privilegios y prebendas.

Es el posible equivalente del trabajo del polémico Jaques Lizot, quien en aras de comprender la cultura de las etnias originarias del amazonas, opto por descubrirlas y descifrarlas en carne propia, fuera del radio de los hoteles cinco estrellas y más allá del cómodo circuito de la intelectualidad europea consentida y malcriada por el tercer mundo, alrededor de la feria de vanidades del socialismo caviar para la exportación y la importación de barajitas repetidas y agotadas en su espacio de origen.Tal como si reeditáramos el rito o la celebración de bienvenida de los conquistadores,por parte de los ingenuos colonizados del vano ayer, dentro de la absurda literatura etnocéntrica impresa para la época posterior a la llegada del barco de Colón. Algo similar a la caricatura gruesa de cambio de espejitos por pepitas de oro.

II

Otro caso sintomático es el del realizador Hubert Sauper, un modelo de austeridad formal. Primero su obra carece de cualquier aparatosidad técnica .

De hecho, el mismo hace la cámara en la mayoría de sus piezas.Segundo, busca pasar absolutamente desapercibido para las autoridades competentes de los países en donde labora. Y tercero, también se expone a la necesidad y la osadía derivadas de sus temas de análisis.

Prueba fehaciente de ello es el brillante “La Pesadilla de Darwin”, rodado en Tanzania para denunciar las iniquidades en el comercio de Norte a Sur.

La tesis de la cinta es sencilla pero contundente y elocuente en el plano de lo mostrado por el lente: el sur exporta su principal materia prima al norte, a precio vil, mientras el norte exporta armamento de contrabando al sur, para librar guerras civiles intestinas en el África. En resumen, según el demoledor largometraje del cineasta,los aviones se llevan el pescado de Tanzania, al costo de traer cargamentos de fusiles en el viaje de ida. Gracias a su arrojo y valentía, Hubert Sauper sacó a luz el descaro de semejante verdad incómoda.

III

Por último, quedaría por rescatar la impronta de cientos de documentalistas preocupados por captar la esencia de la pobreza y la miseria nacional. El maestro Guedez, sin duda alguna, es el pionero en nuestro país, junto con la dignidad de titanes guerrilleros como Ugo Ulive, siempre al lado de los menos afortunados en la escala darwinista de la sociedad, compartiendo sus victorias y frustraciones en vivo y directo. Ni hablar del autorégimen de ascetismo y frugalidad impuesto por Lilian Blazer en su carrera, todos los días con la misma ropa, la misma moto destartalada y el mismo empuje. Ella es nuestra propia Agnes Varda, la abuelita combativa de la nueva ola francesa, quien no tiene problema en comer hasta basura para hacer un docu sobre la indigencia en Francia, como el caso de la obra maestra, «Los Espigadores y Yo».

 

IV  

En abierto contraste, y casi como antitesis plena de los patrones anteriormente citados, cabe destacar y revelar el curioso paradigma de boato y derroche ostentado por Oliver Stone en su pasantía por Caracas, con el objetivo de concebir un documental sobre Hugo Chavez Frías y su influencia “en el despertar de la conciencia revolucionaria de América Latina”, en palabras textuales de las agencias oficiales de información.

Para empezar, Oliver Stone se aloja, como rey y midas del celuloide, en una suite de un hotel cinco estrellas de la capital. Específicamente, no en el Alba, antiguo Hilton, sino en el Melía de Chacaíto, el nuevo Habana Libre de la revolución bonita. Saque usted las cuentas y compare con las vacaciones soñadas de Naomi Campbel, Sean Peen y compañía en CCS, bajo la excusa o el pretexto de venir a acá a conocer el meollo del proceso por dentro, cual recorrido turístico de Gabriel García Márquez por el casco histórico de Cuba, de la bodeguita del medio a la Casa de las Américas, parando en la plaza Lenon y terminando con un heladito desabrido de Copelia.  

Después, y siguiendo con la nota de “Looking for Fidel”, Mister teoría de complot acompaña al presidente en su Air Force One, para entrevistarlo y dar cuenta de su apretada agenda de actividades protocolares.

Un esfuerzo banal y en vano, pues ya las cámaras del presidente hacen lo propio, de cara a su eterna y omnímoda campaña de propaganda en las emisoras del estado. Con pedirle las imágenes al canal ocho, basta y sobra.

De seguro, por eso, la estampa de Oliver Stone cargando una gorra de Telesur, no parece descabellada o dislocada. La cachucha le sienta demasiado bien en su fase de relacionista público, próximo a las costumbres de los publicistas y asesores de imagen del teniente coronel.

En efecto, Andrés Izarra vigila, como perro guardian, cada uno de los movimientos de Oliver Stone, al extremo de anular y reducir a la mínima expresión su autonomía , su capacidad de vuelo y su posibilidad de escapar a la lógica de la realidad mediatizada por el entorno de los creadores del consenso de Miraflores.

Por tal motivo, el documental de Stone luce condenado a reproducir la pararealidad o el simulacro de realidad ofrecido, día tras día, por la programación de VTV. Veremos si Oliver Stone puede construir algo creativo, original o diferente con dicho material de partida, aunque, por ahora, los tiros suenan como un fusil de Aló Presidente, cuyo blanco es la crítica a la política exterior del “imperio mesmo”.

Para cerrar con broche de oro, reseñamos una de las últimas cenas de Oliver Stone en el este de Caracas, para desnudar mejor todas las contradicciones del asunto.

A continuación, damos inicio al primer tubazo del año. Una primicia “que usted no verá en el documental de Oliver Stone sobre Chávez”. Agárrese duro porque lo que viene es candela en clave de making off censurado por el MINCI. Por fortuna, esta parte de la revolución sí será televisada por nosotros en panfletonegro.  

IV

El día jueves 8 de enero se celebró una cena de lujo en honor a Oliver Stone.

El restaurante escogido fue Cala*, un bastión del nuevo riquismo en ascenso, administrado y fundado por empresarios de la farándula local. Es como llevar a Morgan Spurlock, el de Super Size Me, a comer hamburguesas en el Hard Rock Café del Sambil. Es como invitar a Michael Moore a almorzar de corbata y chaqueta en Zambal de Los Palos Grandes. Incluso peor, porque la cursilería gastronómica de Cala se las trae y no tiene parangón. En pocas palabras, es un ícono arquitectónico en oposición a la trayectoria de Stone y en oposición al sentido de su documental en Venezuela. Por tanto, su hipocresía moral pica y se extiende. Ningún medio oficial y privado recoge la información. Por algo será. Así de acucioso y serio es el reporterismo venezolano. ¿Duermen ustedes señores del Colegio Nacional  de Periodistas? Por lo visto sí. 

Luego Cala queda en las Mercedes, al este, muy al este  de la Capital, en una zona rosa apartada del caos y el deterioro de la ciudad. Otro simulacro, pues.

Por cierto, Andrés Izarra tiene esa mala costumbre, de llevar a invitados internacionales a comer en resturantes caros y sitios de precios exorbitantes, de su estricto gusto boliburgúes. De hecho, es famosa su aberración de mecenas tropical de haber invitado a Sean Peen a la barra 360 de la azotea del Altamira Suites, a expensas de la caja chica de PDVSA.  

A la velada asisten, entre un grupo de invitados selectos, figuras como Andres Izarra y su esposa, la hija del Alcalde Mayor de Caracas, el adeco corrupto de Antonio Ledezma.Vaya quilombo, vaya cambalache, vaya descaro, vaya baile de máscaras, vaya conflicto de intereses. 

 Al mismo tiempo, no podemos olvidar un detalle: Andrés Izarra es el hijo consentido de uno los hombres más decadentes de la revolución: el comandante William Izarra, aliado de Chavez y sindicado de cometer innumerables abusos de poder.

Verbigracia, el ejemplo de su matrimonio efectuado en la Quinta Anauco, de manera arbitraria, con el consentimiento de Freddy Bernal y sin ningún respeto por el patrimonio histórico de la nación. Interesados en comprobarlo, aquí les dejo un videito del casamiento disponible en internet:http://www.youtube.com/watch?v=QtHzLM3TJwo

Durante la cena, la esposa de Andrés Izarra le lame las botas a Oliver Stone, mientras su marido juega al doble discurso: habla mal a espaldas de Stone, pero le festeja sus salidas en el contacto directo.

La guinda de la noche llega cuando Izarra propone un brindis en reverencia a Stone y exclama textualmente: “Por Simón Bolívar”. A lo cual Stone responde, medio en broma, “y también por la revolución Iraní”, mientras se para echo el loco y apenado por la ridiculez del jala mecate goebelsiano, ex ministro de Información. Con razón es un intocable de la revolución. ¿Cómo serán los brindis que propone en nombre de Chávez? ¿ Por Maisanta, Rosines y el árbol de las tres raíces? ¿Por el cuatro de febrero? ¿Porque todo once tiene su trece? Para morirse de la risa.

Luego, se murmura en la mesa del inminente arribo de Cacique, pero Edgar Ramírez embarca al señor antihollywood. Sin embargo, sí asiste su pareja en la película “Cyrano Fernández”: Jessika Grau, que no Pastor Oviedo. Y Jessika Grau viene con sus superlolas y su cuerpote operado, a enrostrarle la belleza venezolana en la cara al viejo Stone.

Mírame, bucéame, estoy buenísima, estoy riquísima, estoy desubicadísima, no hallo que hablar con Stone, pero igual no importa, porque lo conocí en quince minutos.

Más triste es constatar y saber que el mounstronómico documentalista Albert Maysles, secunda en el equipo de producción a Oliver Stone. Albert Maysles es el director del gigantesco Gimme Shelter, salvaje desmontaje de la celebridad de Los Rolling Stones, y es considerado por Jean Luc Godard como el mejor “camarógrafo americano de la historia”. Ni que decir de Oliver Stone o del resto de su intachable crew, en términos estéticos y creativos.

Lamentablemente, aquí el arte vuelve a ser una trampa al servicio del poder.Una mentira patrocinada y asociada a la oligarquía del dinero.Una cena corrompida y decadente que merece ser equiparada a cualquiera de las tesis conspirativas de Oliver Stone.

Una cena que recuerda los banquetes aristocráticos de sus películas, como Wall Street y JFK. La codicia, la fama, el egocentrismo y el despilfarro reunidos en un solo cliché. Este es el hombre nuevo: un superhombre con un ombligo descomunal, rodeado por otros hombres que envidian su prestigio, su pene metafórico, su falo simbólico.El hedonismo, el placer y el reforzamiento de mitologías en una noche tan linda como ésta.

Oliver Stone y su izquierda de restaurante, que toma vino, champaña y whisky. Oliver Stone y su comunismo de utilería, que consume y se emborracha con los vampiros de la Habana y Caracas. Oliver Stone y lo que ocultan sus documentales. Fin del cuento. El más pendejo, es decir el pueblo, que pague la cuenta. A esta hora, Oliver Stone ya cobro, huyo y no lo pescaron.

¡Salud por los movimientos revolucionarios del tercer mundo!

¡Larga vida a Hugo Chavez!

¡Patria, socialismo, muerte y hasta la victoria secret!

 

   * Información extraída de la página web de Cala: “Hace cinco años el Grupo Gil, el Grupo Sosa, el Grupo Serra y Luigi Morles dieron vida a Cala Restaurant, uno de los sitios de comida internacional más exclusivos de la ciudad de Caracas”.

 

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