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¿Quién es Rigoberto Lanz?

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Te conocemos, Rigoberto. Te seguimos. Leemos tu diarréica pluma de ideas alcanforadas, tus artículos hediondos a citas europeas con aires de postmodernismo. Y sabemos que sabes. Nadie discute eso. Lo increíble es cómo te has convertido, sin mucho pataleo ni resistencia, en el tonto útil de cierta revolución, en el intelectual acomodado, dedicado a engordar a punta del erario público mientras eructas textos de tipos mucho más sólidos y contestatarios que tú.

Porque queríamos escucharte, porque pensamos que tenías algo que decir, fue que mandamos a los panas a tus conferencias en París donde fuiste a defender la tesis revolucionaria con Juan Barreto. Claro, no fueron sólo ustedes dos: El combo incluía a más o menos quince chaborros, cada uno más bruto que el otro, que se dedicaban a barrer el piso delante de Barreto y a echar flores. Y tú, taciturno y cabizbajo, cerrando la retaguardia del grupete. Tu cara era un poema, querido filósofo, una especie de “conciencia de sí” heideggeriana.

Entonces, venían a dar tres conferencias. Sí, tres. ¿Te acuerdas? Pues te acordarás cómo, mientras nosotros, los estudiantes de la Universidad de París 8 nos pudríamos en el anfiteatro X esperando tus magnánimas palabras, Barreto y su combo –tú incluído-, se llenaban la panza en el restorán “Leon de Brugges” en Maubert-Mutualité. Anda, di que no. Explícame por qué nos dejaste embarcados, a todas las personas que se comieron el cuento de la revolución, mientras ustedes se comían tremendos bistecs. Porque mejor cuadro de la decadencia que te rodeó, imposible: Leon de Brugges, un restorán especialista en almejas y papas fritas, y ustedes pidieron bistec. Porque el refinamiento cultural de tu grupo es así. Y te caíste a Kir Imperial, recuerdas, ese coctelito a base de champán de quince euros el palo, y bebieron y comieron, y nosotros los esperamos dos horas en el auditorio.

Pero ya va, ya va: ¿Te acuerdas el día después? ¿El día de la conferencia en la Casa de la América Latina? Uno de los lugares más prestigiosos de París te abrió sus puertas, y hasta consiguieron un panel de filósofos trasnochados que iban a discutir la ópera prima de Barreto, “Crítica a la razón comunicativa”. Y tampoco fuiste, perro, irresponsable, intelectual ladrón, porque yo sí fui y caí dos veces por imbécil. ¿Dónde estabas, ah? ¿Te lo digo? Estabas dándote la gran vida en Londres, hablando con el jalabolas de Livingstone, que nada sabe de filosofía, porque tenías miedo de debatir con nosotros. Y la cara de los franceses -¡tenías que ver la cara de los franceses!-, esa mezcla de incomprensión, “¿cómo que no vino?”, con epifanía joyceana, “¡no puede ser que no haya venido!”, con arrechera, “estoy perdiendo mi tiempo”, todo en el tono tan cordial y francés del, “chers messieurs, Barreto y Lanz no vienen”, y la sala que se indigna.

¿Suficiente? ¿Basta de abuso y vacaciones Fundayacucho pagadas por nosotros? ¡No! ¡Si ahora es que falta lo mejor! Te lo pongo fácil, con indicio y todo: La Universidad Latinoamericana de la Cultura. ¿Te dice algo? ¿Verdad que sí? Este proyecto, que ibas a hacer con Barreto, iba a coordinar esfuerzos teóricos de Argentina, Chile, Venezuela y Francia, y blabla pajaloca de siempre sobre la formación intelectual. Pero (aguanta que ahí viene), ¿fuiste a la entrevista con el rector de la Universidad de Paris 8? ¡Ja! ¡Qué tupé! Ya va, ya va, vamos por pasos porque esto es demasiado bueno: Ahí están, los coordinadores de filosofía de París 8, esperándote con un banquete de comida para luego ir a hablar con el rector… ¡Y no fuiste! ¡Les dejaste el pelero! Chapeau bas, monsieur. Es que era un cuadro que ni Dickens, papá: Una mesa servida para quince personas, en una Universidad de ultra-izquierda que no bota comida y alberga a los sin casa, y dejaste los platos pudriéndose bajo la mirada ruborizada de otro filósofo engañado por ti y tu combo.

Y el rector, ¡coño, que estoy privado de la risa!, el rector de la Universidad de Lyotard, Foucault y Chatelet, esperando a los intelectuales venezolanos para firmar un acuerdo inter-universitario… Pobre güevón, vale. Qué iba a pensar él que podía confiar en Barreto y tú.

Así que el acuerdo no se dio, igual que las conferencias, igual que la explicación de que no somos una revolución bananera de intelectuales gordos y acomodados. ¿Tú crees que somos gafos? Venezuela puede ser un nido de corrupción, de gente que hace lo que le da la gana y no paga, pero todo se sabe. Acá, todo lo sabemos y en Panfleto Negro los vamos a hacer pagar, lambucios. Una sola pregunta: La noche entre las primeras dos conferencias, cuando Barreto y su combo fueron a buscar drogas y putas en París (te estabas quedando en un hotel del barrio 17, por si no te acuerdas), ¿tú fuiste con ellos a jalar perico o te quedaste leyendo en el cuarto? Porque si de gozar se trata, pues gózala completa, men, sin medias tintas: Bebe, come y esnifa todo lo que puedas, a lo Barreto, que al final nadie cree en esta vaina.

Y pensar que te leíamos y te hacíamos caso en la Universidad. Y hasta te respetábamos. Ahora te leo en El Nacional, cayéndote a cobas teóricas con dos o tres bates quebrados subpagados de la UCV discutiendo marxismo y liderazgo. ¿De qué te sirve la discutidera, si tienes que andar de perrito faldero de los corruptos? ¿Qué dice Marx de abusar y usufructuar del poder? Lo único que te salva, bicho, es que acá esto no es una revolución, porque somos venezolanos, porque somos culicagaos sin honor. Porque no tenemos un Ché Guevara. Porque el día que aparezca un Ché por acá, ustedes van fusilados. Sí, plasta, tú y tu combo, tú y Barreto, fusilados de una. Esa revolución sí la apoyo.

Sigue escribiendo bobadas en El Nacional. Sigue discutiendo y tratando de defenderte, que nosotros sabemos quién eres. Acá no engañas a nadie. Quédate con tu circulito de poder valurdo, que en Panfleto te seguiremos escoñetando, con la verdad en la mano, porque sabes que todo lo que digo sucedió, y aquí quedará, en internet, para siempre, para que el mundo vea lo que es la decadencia del intelectual venezolano. Púdrete.

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