El soñador despierto.

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Luego de sentir nauseas ópticas, el televisor vomitaba propaganda política. Entre el vómito, una sopa de letras anunciaba que ellos eran la neurona más feliz del cerebro, el logotipo estaba formado por un corazón rojo. Una burbuja de jabón flotaba lentamente en el pico Bolívar, y se reflejaba en el pico espejo. Sentía el cuerpo ligero como una pluma de lechuza, mientras invertía el tiempo en decidir si una lechuza era mejor que un búho, desde la neblina apareció una mujer vestida de negro. A bordo del crucero del amor, flotaban en un mar de seguridad. Izando las velas de la obediencia, llegaron a la playa del quinto sueño.

 

La chica vestida de negro había desaparecido. Cerca de las palmeras caníbales, alguien imprimió unas letras en la arena, estas decían: «despierta.» Sobre la arena una botella brillaba bajo la luz de la luna, en sus entrañas descansaba un trozo de papel mostrando unas extrañas letras: «La verdad es que poco a poco nos van lavando el cerebro.» A través del tercer ojo del sueño, volaba una avioneta que arrastraba una pancarta: «Para evitar el lavado de cerebro, mantenga la mente sucia.» Cerrando los ojos todo fue mejor, en el interior de los parpados colgaban dos periódicos, ya no quería leer el periódico del parpado izquierdo, ni el periódico del parpado derecho. Prendió la radio, y los cerebricolas del planeta cerebro se alegraban con una vida de buhonería. Destilando cinco litros de esperanza el arquitecto de los sueños repartía promesas donde cada quien soñaba con una vivienda propia.

 

Apagando la radio todo era peor. El vecino se lanzaba en una piscina de licor. Todos se fueron a un parque de atracciones, el parque más moderno, lo último en distracción. Tenía una playa artificial, nieve artificial, y también una felicidad artificial. ¿Porque habría desaparecido aquella chica? ¿Se trataba de un secuestro? Daniel también lloraba. Reflejado en el vómito, reordenando la sopa de letras, consiguió otras líneas: «El líder supremo es bueno.» Daniel escucho el cantar de la lechuza, entre el tridente de música Africana, e Indoeuropea. De las estrellas del cielo descendía la mosca Tsé-Tsé. De las estrellas del mar ascendía la policía del sueño iniciando la represión. Daniel recibió el ataque de los búhos, desde la trinchera mental se defendió blandiendo el sucio casco blindado, la mosca Tsé-Tsé flotaba en el mar de sangre. Daniel era el hombre de hielo, y se derretía cada vez que caía más arena en el reloj. Las sirenas emergieron de la laguna mental, anunciando el inminente bombardeo telepático: << Nuestra mayor riqueza es la ignorancia, nuestra mayor pobreza estaba en el pozo. El águila venía a beber de nuestro pozo. Para ese entonces declaraban la independencia, entre la dependencia de un oso panda que allanaba el pozo.>>

 

Daniel reinició la computadora, intentando gritar, sin lograrlo, el cuerpo vagaba en el espíritu del ciberespacio. Los pesados parpados soportaban la luna y las estrellas.

 

El ladrón de los sueños le ofreció una cama fabricada con nubes, y el gobernador de la comarca le ofreció la neurona más bonita, con el subsidio de 2.200 calorías de promesas. Si no aceptaba, igual la policía del sueño echaba el detergente en la gran lavadora cerebral. Muchas personas iban flotando en nubes iluminadas por la sagrada luna negra. Daniel se cansó de imitar y de flotar en la paciencia. Desde aquella noche comenzó a luchar contra el onirismo, si el sol existía habría que buscarlo. Algo tenía que acabar con el reino de la noche. Los gallos viendo que Daniel luchaba solo, empezaron a pelear contra las lechuzas. Las camas hechas de nubes eran en verdad algodones con anestesia. El éter derretía la luna y las estrellas para sellar las pestañas. Daniel escondía un plan, si cada durmiente se armaba con un gallo lograrían que despuntara el sol. Los pájaros tomarían el norte del cerebro. Las gallinas deberían desmontar el reloj de arena, rescatar el cubo de hielo que se derretía en los Médanos de Coro, y el hijo del sol pensaba colocar un reloj despertador en medio del cerebelo.

 

Un grupo de personas había despertado, gracias a los habitantes de la neurona que se estaba rebelando. Daniel se lanzó a la calle, se detuvo en una laguna mental, subió al edificio lunar, alzando el vuelo de mil palomas mensajeras. «Abajo el maniqueísmo, abajo el monocolor.»

 

Adentro de la mente colgaba un espejo, el reflejo mostraba un cerebro negro con un signo de interrogación dorado al centro. Aquella parecía la salida. Desde la entrada, los vecinos de Daniel se fueron a una fiesta donde hasta los niños chupaban la espuma del jabón.

 

La noche se sentía muy buena, e iluminada por la sagrada luna negra. Daniel quería descansar había sido un día tan duro, un cuarto menguante de estrés.

 

La neurona rebelde regresó a la sumisión. Aumentaba el frió. La luna llegaba bailando con las estrellas. La cama suave como el sillón de cine, al fondo destellaban dos pantallas iluminando dos puntos de vista, un ojo derecho, y un ojo izquierdo, si alguien opinaba que el maniqueísmo era bueno, no se le podría desear nada malo. La vía láctea traía un millón de naves amigas que venían a resolver el problema de las pestañas selladas. Todos dormían. Copérnico ayudaba a Daniel a pensar en un solo planeta. Pitágoras le decía a Daniel que el rey del sueño no era más que un pobre bufón con pico de loro y que hablaba como sirena. En el escudo real flotaban unas hojas de té. En la parte superior del escudo, levitaba una oveja negra, que parecía blanca, y nunca seria gris.

 

La mujer que vestía de negro, reapareció vestida de enfermera, le inyectó a Daniel 500 miligramos de resignación. Daniel fingió estar dormido para despertar en el futuro y seguir despertando y despertando…

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