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Del imaginario testicular venezolano

David Closeup, por Lloyd Doppler
David Closeup, por Lloyd Doppler

«Al pueblo venezolano lo que le sobra es bolas». «¿Acaso no tienes bolas que te quedas en tu casa sin marchar?». «¿Crees que tienes más bolas que yo y no guarimbeas?». «Yo sí tengo las bolas bien puestas para defender a mi país». «¿Guardia Nacional Bolivariana? Deberían llamarla Guardia Nacional SinBolivariana».

¿Cuántas veces has escuchado las frases anteriores (o similares) en los últimos días a la luz de todos los conflictos que vive el país? Muy bien, probablemente la última frase no la hayas escuchado jamás, porque es un juego de palabras pésimo para ajustar la crítica habitual a la GNB al mismo imaginario testicular, si así se le pudiera llamar. Por lo general, habrás escuchado cosas como «Maldito militar maricón» o «Estos militares no tienen pantalones». Pero ya que el imaginario testicular está profundamente ligado al machismo, la misoginia, la homofobia y el falocentrismo, has de imaginar que hablar de «maricón», es similar a indicar que «no usas las bolas para lo que fueron diseñadas» y hablar de «no tener pantalones» es similar a decir «tienes falda», y como Venezuela no es Escocia, no hay aquí afectos a la idea de exponer el gran testiculario del que nos proveyó la divinidad a través del uso de faldas. Por ende, todo se reduce, de nuevo, al «tener bolas». Pero, ¿te has preguntado alguna vez de dónde viene ese imaginario testicular? O más importante aún, ¿te has preguntado cuáles son las consecuencias del mismo? En este artículo se intentarán responder esas preguntas.

¡Qué bolas tienes tú!

Una expresión como la anterior es la que podría salir de muchos de los lectores, como forma velada de decirme: «Tú si eres valiente para decir tamañas estupideces. ¿Acaso crees que cada vez que un venezolano dice que tal o cual tiene bolas y tal o cual no, lo hace como un sino sexual? Es una simple expresión folclórica». Así que, para adelantarme a esta posible crítica, hago la debida aclaración. Efectivamente estos términos no se utilizan como un sino sexual, pero provienen de un sino sexual. Provienen de la arcaica idea de que todo lo femenino es sinónimo de debilidad y cobardía. Y es el mismo sino sexual que convierte a lo masculino en sinónimo de fortaleza y valentía.

Al volver las consignas de luchas asuntos generativos, asuntos testiculares, aunque no se usen como sino sexual, generan una reacción visceral que lleva a los sujetos a actuar como dictan estos estereotipos largamente manejados, como dicta el imaginario criollo del ser un hombre. Porque para ello el género es una construcción social, y desde muy pequeños se nos involucra en este lenguaje para que lo acatemos y repitamos las conductas que de nosotros se esperan. Este tipo de aprendizaje es realmente difícil de evadirse, y esa es la razón, por ejemplo, de que tantos adolescentes y adultos homosexuales sientan pánico de salir del clóset, de romper ese pacto implícito en el aprendizaje generativo.

¿Qué nos puede decir el control de esfínteres de todo esto?

No. No tiene nada que ver con el hecho de que los hombres hacen pipí a través de un falo y controlan esas ganas apretando algunos músculos de ese falo. Tiene que ver con un supuesto experimento realizado por un supuesto científico llamado Richard Damon, de la Universidad de Washington. Y digo supuesto, pues la única referencia que es posible obtener de esto en Internet viene de Ojos de fuego, una novela de Stephen King. Pero para fines de lo que aquí se intentará, da igual si el experimento fue real o solo existe en la obra de King.

El experimento consistió en lo siguiente: 50 estudiantes participaron y se les dio todo tipo de bebidas hasta que hubiera certeza de que todos necesitaban orinar. Llegado ese momento a cada uno se le permitió orinar, en una cabina completamente privada, pero únicamente si lo hacían encima de sus propios pantalones. A pesar de que los sujetos entendían que las condiciones del experimento eliminaban de momento las reglas aprendidas sobre el control de esfínteres, 44 de ellos (el 88%) no lo logró hacer.

Así de fuerte es el aprendizaje social que conlleva el control de esfínteres, que ni siquiera a voluntad puedes romper el pacto de «no ensuciarme mis pantalones para no molestar a papi y a mami». Pero probablemente, ahora que he delatado que no estoy seguro de si se trató de un experimento real o no, tú puedes estar pensando que esto no tiene sentido, que el aprendizaje social no es así de poderoso. Si estás así de convencido, te invito a que hagas el experimento en la intimidad de tu propia casa. Cuando estés solo, ponte unos pantalones viejos y trata de orinarte encima. Muy probablemente eres uno de los 88 de cada 100 que no logra hacerlo. Pero eso nos lleva a la misma pregunta de nuevo. ¿Qué nos puede decir el control de esfínteres de todo esto?

El pacto generativo puede llegar a ser incluso más fuerte que el pacto del control de esfínteres, porque después de los 3 años es poco probable que alguien insista en la importancia de que no te orines, mientras que sobre los roles que se esperan de ti por tu género, escucharás hablar durante toda tu vida. Y cada una de estas exigencias funciona como un activador, como un disparador. Por ejemplo, al salir del supermercado con tu esposa, llevando 4 bolsas de comida, puedes pensar automáticamente (por más liberado que estés de tus prejuicios generativos): «Soy el hombre y por ende debería cargar con la mayor cantidad de peso». De modo que tu esposa se queda con las 2 bolsas más livianas, cuando no es que no carga ninguna.

Nuestro día a día tiene cientos o miles de disparadores del aprendizaje generativo, y algunos de esos disparadores son más fuertes que otros. Muchos de esos disparadores son los principales responsables de la disfunción eréctil, de la anorgasmia femenina y otras afectaciones de salud sexual. No es objetivo de este artículo explicar cómo una cosa está relacionada con la otra, pero la ciencia (no la de la obra de King, sino la real) ha acumulado suficientes evidencias al respecto. Muchos de estos disparadores son también los principales responsables de discusiones callejeras, peleas de bares, violencia doméstica y mucho más, aunque eso es algo que salta más a la vista del ojo común.

Sin embargo, no quiero decir con esto que todos los disparadores nos llevan a conductas nocivas, pues abrirle la puerta del carro a una mujer como un simple gesto, puede resultar agradable para ambos. Esto, claro, si se está liberado del prejuicio de que se hace porque la mujer es débil o no tiene derecho a abrirse sus propios caminos, que fue lo que originó el gesto. Pero de lo que se habla aquí es de los efectos nocivos del aprendizaje generativo. La guerra, por ejemplo, es uno de los más grandes efectos nocivos de este aprendizaje.

La guerra testicular

La guerra nace del llamado a «ser verdaderos hombres», a «defender virilmente a la nación», a «tomar por los huevos al enemigo y castrarle», a «joder (coger, follar) al enemigo», a «mostrar de qué están hechos los hombres», a… supongo que se entiende la idea. De modo que cuando algunas de estas frases se pronuncian, aunque no se hagan literalmente desde un sino sexual, funcionan como un poderosísimo disparador, al que muy pocos pueden obviar.

Si trasladáramos el experimento del control de esfínteres al aprendizaje generativo, creo que podríamos obtener resultados muy parecidos. Tomamos a 50 hombres con una posición definida dentro de una situación bélica vigente y los atragantamos de imágenes donde sus enemigos en esa contienda abusan y matan de sus aliados. Todo esto mientras se escuchan mensajes de llamado a la lucha, pronunciados desde el imaginario testicular. Cuando nos hayamos asegurado de que están bien cabreados y que desean pelear, les colocamos en una cabina privada frente a un ejemplar de su enemigo en la contienda, y les decimos que pueden descargar toda su furia, siempre que no usen ninguna forma de agresividad. Podría apostar a que cuando menos 44 de esos hombres atacan de forma agresiva, física o verbalmente, a sus contrincantes.

Aquí la única diferencia con el experimento en control de esfínteres, es que en este la conducta tabú está relacionada con liberar algo que se supone debería estar reprimido, y en la del aprendizaje generativo se trata de reprimir algo que se supone debería estar liberado. Del resto, existe una paridad casi absoluta de los elementos. Claro que esta es una situación hipotética y no puede ser probada, porque no es un experimento que cumpla con los estándares éticos de la ciencia. Pero calculo que se puede entender el ejemplo y la conclusión principal: aunque las frases no son dichas con un sino sexual, vienen de allí, y ese aprendizaje está tan incrustado que es muy difícil saltárselo. Es tan poderoso, que incluso las mujeres caen en él.

La mujer testicular:

En medio de la formación de una guarimba el hombre está allí para mostrar su fuerza y no para mostrar sus ideas. Y la mujer está allí para mostrar que puede igualarse a un hombre, no para declarar que desde siempre ha sido su igual. De modo que se arman barricadas cada vez más grandes como falos simbólicos que digan «mira mi poderío viril; no oses meterte conmigo». De modo que se usan armas cada vez más poderosas (de parte de los organismos represores) para decir «mira mi poderío viril; sí oso meterme contigo, y ahora qué harás». Y como el lenguaje simbólico continúa, la batalla de la testosterona se intensifica cada vez más.

Delatar el simbolismo sexista detrás de todas las guerras no implica hacer un juicio de valor sobre su importancia social o su falta de importancia. Así que por favor, no traten de decirme que este artículo es la muestra de que no creo en la importancia de sus luchas. Efectivamente no creo en los medios utilizados, que es de lo que estoy hablando. El tema de los móviles tras estas acciones en uno muy distinto. Si es importante o relevante, eso no lo prueba la magnitud de la exposición fálica, del poderío testicular. Eso lo dirán las ideas que sustentan la batalla. Ideas muy buenas pueden manejarse con estrategias erróneas, y lo mismo a la inversa. Lamentablemente, en medio de una contienda de machos alfa, pocas veces se ven las ideas por sobre el falo. Es por ello que ignorar la omnipresencia de este simbolismo es parte del problema.

Las guerras son un invento del hombre y hasta hace no mucho las mujeres no participaban. Ahora tenemos mujeres en la policía, en los ejércitos, pero para poderlas calzar en tal escenario se las ha hombreado, masculinizado, testicularizado. Una mujer militar (en los países donde estos son bien vistos) tiene más bolas que un hombre que no sea militar y el tamaño de sus bolas será mayor mientras más acciones de guerra encarnizada emprenda, no así mientras más acciones estratégicas de pacificación a través del diálogo (que también es una función de los ejércitos) lleve a cabo.

Del imaginario ovárico:

Si vamos a jugar a hablar desde el estereotipo, yo preferiría promover una protesta con muchos ovarios, con bastante progesterona, muy pero muy vaginosa, femenina y afeminada. Porque uno de los rasgos principales del estereotipo femenino es la capacidad de diálogo. Según Simon Baron-Cohen, el cerebro de la mujer es de tipo empático, mientras que el del hombre es sistemático. Esto entendiendo que la sistematización es la comprensión de sistemas mecánicos y lógicos, mientras que la empatía es la comprensión de sistemas humanos. Así como un reloj funciona de acuerdo a algún sistema, los humanos también funcionamos como sistemas. Y ya que las disputas que actualmente vive nuestro país están protagonizadas por humanos, pareciera que un poco de empatía caería de perlas y que la sistematización, para saber cómo construir mejores barricadas, y cuál es la altura correcta para tensar guayas en las calles, sobra.

Si alguien se atreve a decirme que una guerra con mucha testosterona de lado y lado, con mucho falo, mucho gocho arrecho, mucha muerte, es mejor que una mesa de diálogo realmente empático de lado y lado, con muchos ovarios, muchos acuerdos y progesterona, tendré que creer que el aprendizaje generativo ha acabado con su capacidad de juicio crítico, como con aquel que no se orinaría en los pantalones ni a cambio de un millón de dólares.

Y como calculo que muy probablemente saltarán los que digan que evidentemente es mejor el diálogo, pero que en la actualidad no es razonable esperarlo, aprovecho y les dejo una pregunta a todos estos sujetos que así piensan: ¿Será que en estos momentos el diálogo no es razonable porque tenemos demasiados años imponiéndonos al otro desde el falo?

La impotencia del falo bélico:

Toda guerra termina en un acuerdo de paz, en negociaciones, en diálogo, en un pacto de no agresión. Esto sería igual a decir que todo testículo, tras agotar su carga de testosterona, tras acabarle en la cara a todo el que se le cruce, acaba vacío, blando, guango, impotente, inútil. Toda la maquinaria de guerra, todos los muertos, todas las armas, acaban reducidas a una progesteronosa conversación en la que ambas partes tratan de poner su mejor sonrisa. ¿Seguimos hablando desde los estereotipos, no? Pues, la cosa es que hasta el más fálico y totémico de todos los falos bélicos, acaba convertido en un puñado de ovarios, donde los antes hombres de guerra, tienen que renunciar a todo su aprendizaje generativo y deponer las armas, para instalar un diálogo, que sabemos que es propiedad del aprendizaje generativo del sexo contrario.

Luego vienen las medallas y los libros de historia escolar, para ensalzar al héroe boludo, al héroe testicular, que perdió la vida en la batalla, pero nunca perdió sus pantalones, con lo cual el ciclo se repite y ahora tenemos a un cúmulo de niños educados en una doctrina que pone por encima al soldado que vacía su arma sobre la humanidad de otro como él, por sobre el diplomático que firmó los acuerdos de paz. Pero en su fuero interno, en lo más hondo de sí, el soldado sobreviviente sabe que él no fue quien acabó con la guerra, que él no la ganó, ni la perdió, sino que la hizo, para que fuera otro, con dominio de un arsenal ovárico quien la terminara. Porque la guerra no es más que la lucha de dos falos impotentes, tratando de mostrar un simulado poderío que oculte sus más profundas vulnerabilidades. ¿O ustedes conocen al primer impotente que acepte su mal de buenas a primeras?

Entonces, si vamos a hablar de estereotipos generativos, hablemos de ellos en serio. La guerra es un invento del hombre por el temor a verse disminuido fálicamente ante el otro. La guerra es un juego de hombres, que siempre acaba cuando la mujer, o el diálogo, que es lo mismo si hablamos desde el estereotipo, interviene. Entonces, si llevar los pantalones es el símbolo de la honra de quien dirige a un pueblo, ¿quién debería llevar los pantalones aquí? ¿Los hombres o las mujeres? ¿A qué parte de nuestra naturaleza le deberíamos confiar nuestras pasiones bélicas? ¿A la masculina o a la femenina? ¿Cuánta sangre y cuánta testosterona se debe derramar antes de que completemos el ciclo y nos demos cuenta que nada de esto puede terminar sin diálogo? Definitivamente, es hora de que nos quitemos los pantalones, nos pongamos las faldas bien puestas y acudamos aguerridamente al diálogo.

Y si podemos hacerlo sin usar frases como todas las anteriores, ¡cuánto mejor!

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