panfletonegro

Las Paradojas de Ámsterdam

1381391_10151974098481214_1500922836_n
Ámsterdam es una de las ciudades del futuro, con todo lo que ello supone de negativo y positivo: legalización del consumo de drogas blandas, absoluta tolerancia con la prostitución, un sistema de transporte efectivo, desigualdades sociales, tensiones étnicas a flor de piel, control perenne de la población, anarquía liberal, capitalismo desenfrenado, progresismo intelectual, hedonismo instrumentalizado por los poderes fácticos, despliegue de una inabarcable oferta cultural.
En una visita de cuatro días por la capital de Holanda, pudimos llevarnos un cuadro impresionista sobre sus virtudes y defectos.
Salimos encantados de allí y prometimos regresar con mayor calma en el futuro. Pero como todo viaje, constituyó una manera de descubrir los matices de una forma de vida paralela y distinta a la nuestra.
Venimos de Venezuela, somos conscientes de las debilidades de la patria bolivariana, no nos interesa juzgar a los otros, solo nos mueve el hecho de observar y compartir experiencias. Cada quien es libre de interpretarlas como quiera.
Primera sorpresa, los holandeses son realmente amables desde el avión. Nos atendieron como si estuviésemos en primera y apenas contábamos con un ticket de humildes pasajeros de la clase económica. Éramos los más pequeños del vuelo, sin exagerar.
Los holandeses son enormes, hablan en una idioma ininteligible para nosotros, pero se las arreglan para caer simpáticos.
Les gusta gastarle bromas a la gente y uno debe acostumbrarse a la idea de ser parte del chiste.
Se burlan de los chinos en su cara, como se ríen de ellos mismos. Al principio puede parecer una broma xenofóbica. Después entiendes la incorrección política de los tulipanes. De cualquier modo, ya hablaremos más delante de los conflictos raciales.
En el aeropuerto abordamos el metro y el cambio de horario nos dejó varados en una estación a media noche. La realidad nos golpeó la vista por primera vez. Los pobres merodean las vías del tren, a la espera de algo, matando el tiempo, buscando un lugar iluminado, a lo mejor un resuelve.
Una chica afrodescendiente, con los ojos explotados, nos dijo que no había nada que temer, pues las cámaras rodeaban a la ciudad. Igual yo estaba asustado. En cuestión de segundos, un taxi nos salvó de sufrir un ataque temprano de pánico.
Llegamos en dos segundos a la posada. Veinte euros por el traslado. En Holanda el dinero se va por un chorro y todo cuesta el doble que en España.
Mi Red Bull, indispensable para eludir el cansancio de la tarde, me arrancaba tres euros en Ámsterdam al día. En Madrid lo consigues por 90 centavos. Saca la cuenta y resguarda tu efectivo para la ocasión.
A la mañana siguiente un paisaje absurdamente hermoso nos esperaba en la calle. El sol pegaba de frente y nos invitaba a conocer el museo de Van Gogh. Compramos el ticket del monorriel por tres días. Así conoceríamos todos los recovecos de la ciudad.
Es muy sencillo orientarse como turista. Ámsterdam tiene un centro dividido en unos cuatro sectores, que se pueden recorrer en dos días y conocer a fondo en más tiempo. Ámsterdam tiene un promedio de 35 museos. Nosotros visitamos la mitad y solo entramos a cinco. ¿La razón? Sencilla. La mitad de los museos son una trampa para cazar bobos. Museos imprescindibles: el Hermitage, el Vang Gogh, el de arte contemporáneo, el de cine(Eye) y el Rijksmuseum, el Prado de Amsterdam, donde la colección de Rembrandt te proporciona una soberana lección de arte figurativo. Es indescriptible la belleza de la “Ronda de la Noche” y de los cuadros de Vermerr.
Los puntos ciegos y discutibles: la exposición dedicada al siglo XXI y a las colonias del imperio. Aquí la institución asume una posición etnocéntrica y chauvinista de caricatura. Las salas del siglo XX y XXI carecen de atractivo, al lado del resto de las plantas.
Por su parte, el Van Gogh te demuestra que eres un ignorante en la materia y que necesitas estudiar de nuevo al pintor de los girasoles. Se gana su fama de vanguardista, rompedor e ícono de la rebeldía. Naturalmente, su legado no encuentra parangón en el presente. Uno se queda con una extraña percepción. Lo mejor del arte holandés ya pasó. Lo contemporáneo no es tan atractivo o es preferible buscarlo en la trama de la urbe. El Hermitage sigue pegado en la nota de los impresionistas y el Eye Film es una Cinemateca de Lujo, con un diseño de arquitectura milagrosa. Es un platillo volador encallado en una costa y destaca por su estructura geométrica.
Tiene unas instalaciones envidiables y opaca a nuestra subdesarrollada Cinemateca Nacional. Es un museo del cine inteligente, porque permite la interacción con el archivo a través de unos cubículos, en los que accedes a la colección fílmica del establecimiento. Es un poquito esnob para mi gusto, pero justifica el desplazamiento.
Llegas ahí en lancha, en un ferri que sale cada tres minutos. Entran y salen cientos de bicicletas y transeúntes. El mecanismo funciona como un engranaje aceitado.
Las bicicletas son todo un tema en la ciudad. Ahorran energía, disminuyen el impacto del tráfico, cancelan los planes de la contaminación, brindan una imagen de humanidad ecológica a la urbe.
No obstante, los ciclistas marchan a su ritmo, compiten con los ciudadanos de a pie y ejercen una presión equivalente a la de los motorizados en Caracas, salvando las distancias. Si te descuidas, te pisan y no creen en nadie.
Tiran las bicicletas a los canales, tras exprimirles el jugo o las abandonan con candado.
Varias veces los esquivamos en extremis y supimos de cuentos de arrollamientos a cada rato. Es cuando el ideal se desvía y provoca sus colisiones. Nada es perfecto.
Lo mismo ocurre con el barrio rojo, el Red Light. Parece un parque temático fabricado para el regodeo del turismo sexual. En el medio, la policía cabalga en caballos enormes, aguardando por el estallido de un escenario de pelea.
En una esquina, caímos en un conato de reyerta entre hinchas de clubes opuestos, gritándose consignas y pelándose los dientes. La rivalidad entre clubes canaliza las principales discrepancias y animadversiones. Pero en casos particulares, la cuestión del deporte se evapora y surge la propia afirmación de la política indignada o sencillamente resentida, producto de las divisiones de la polis.
Fuimos testigos de una manifestación turca en la plaza central, exigiendo derechos. El cordón policial no era normal.
En las vitrinas de los prostíbulos figuran puras representantes de minorías: polacas, rusas, latinas, checas, africanas.
Según la prensa, es un mercado alimentado por la trata de blancas. Las prostitutas fingen protagonizar un ritual de intercambio económico normalizado y reglamentado. Pero las notamos nerviosas, intranquilas, a veces infelices.
La industria de la vagina las condena a una existencia de ciencia ficción, mercantilizada, robótica, devaluada en lo erótico.
El entorno banaliza la experiencia sexual, tal como en Las Vegas.
Ámsterdam peca, por ciertos costados, de condescendiente con el patrón espectacular frivolizado por la Disney, por el Nueva York de los barrios pobres gentrificados e higienizados, para el deleite de los consumidores de pornografía, marihuana y postales del mundo hipster.
El universo de los Coffe Shops da para un artículo por separado. Adviertes rápido que los atestan turistas asomados, adolescentes de todo tipo, inmigrantes desclasados, quemados de diversa especie y veteranos de mil batallas.
No son lugares especialmente chics, acogedores, suntuosos. Ponen música hip hop, sirven una apestosa comida rápida, exhiben una mueblería desvencijada y cada quien está en lo suyo.
Me recuerdan aquellos fumadores de opio de las películas del oeste.
Es un asunto que quedó para los fanáticos del porro y los amantes de la clandestinidad oficializada, evocando la situación paradójica de la Noche de los Museos en Caracas y los rituales de Por el Medio de Calle.
Fuera de ello, Ámsterdam proporciona entretenimiento, diversión y distracción a manos llenas, imbricando la identidad nacional con los avatares de la globalización americana.
Consigues restaurantes de cualquier cosa y el nivel de la gastronomía es alto, a pesar de algunos traspiés e inventos imposibles de digerir.
Las tiendas cierran a las seis y a partir de las nueve la ciudad va apagándose irreversiblemente.
Tomen previsiones porque la vida nocturna se aloja en espacios sectorizados de la urbe. El resto se refugia temprano.
Creo que los Holandeses no son muy de quedarse tapeando y bebiendo entre semana, todos los días, como los españoles.
De ahí el éxito relativo de su modelo. Nos despedimos con la intención de volver y seguir aprendiendo de ellos.

Salir de la versión móvil