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Bolívar: una reseña con dificultades

Dicultad

Roque Valero: Comenzó como actor de reparto de las miniseries juveniles de mi adolescencia, casi siempre interpretaba al personaje nerd y retraído que al final demostraba más capacidades de la que uno hubiera podido esperar. Luego se convirtió en el actor favorito de Leonardo Padrón, quién le dio el papel de Cachito, un malandro de buen corazón, en paralelo lanzó un disco de baladas románticas, evocación de Guillermo Dávila pero en un registro vocal más limitado; después se proclamó como el primer protagonista de telenovela “feo” y lo vimos luchar por el amor de una Marisa Román coja en una novela de buhoneros. Su nueva faceta es la de trovador revolucionario, que siempre fue revolucionario, no se confundan. En la cinta, luce bigote de Juan Charrasqueado, habla como si tuviera paperas, y al final uno de sus ¿éxitos? suena de fondo. Sin embargo, y contrario a lo que podría pensarse, él no es lo peor de la película.

Samatha Dagnino: Ya no tiene un despechito, porque ahora es cortejada por este Bolívar que se comporta como galán de serie juvenil de Nickelodeon. Aquí no canta, ¡por fortuna!, pero si actúa y, verga pana, es horrible chamo.

Actores de Bienvenidos: profesionales de la actuación venidos a menos, vegetando en producciones cinematográficas venezolanas o en algún unitario de TVES. Parte de la tragedia de dedicarse al entretenimiento en Venezuela es que nunca cuentas con estabilidad profesional, y el final de tu vida siempre será triste, como lo escribió de forma excelente Ibsen Martínez en su reciente novela Simpatía por King Kong, brillante retrato de Kiko Mendive, otro cómico que terminó sus años en la pobreza, mendigando papeles en telenovelas. Debo decir que uno de mis más preciados recuerdos juveniles es el de acercarme a la sexualidad viendo el programa de Miguelangel Landa. Mis primeras erecciones/masturbaciones fueron con La Beba Rojas, María Antonieta Duque, Dayana Landa, Mercedes Salaya y todas las otras bombas sexys del programa; luego vino Sonia Braga, en la adaptación cinematográfica de Gabriela, la novela de Jorge Amado, y por eso deje de ver Bienvenidos, ya que reír, lo que se dice reír, nunca me hizo. Sin embargo, recuerdo el programa con mucho cariño, porque uno siempre debe atesorar con respeto todas sus experiencias sexuales, especialmente aquellas que lo acercaron a uno al placer de la carne cuando uno no era más que un párvulo pre-adolescente que no sabía nada del sexo y del amor y sus sufrimientos y pesares… Mis personajes favoritos eran la larga lista de borrachos que componían una rutina invariable: en un decorado que imitaba a un bar, dos de ellos conversaban e intercambiaban chistes machistas y picantes que se reían mutuamente de forma exagerada, luego de varios comentarios aparecía una de las bombas en un traje diminuto (o incluso en bikini aunque eso no tuviera sentido) entonces uno de los borrachos, el más impertinente, se acercaba a la mami en cuestión y le soltaba una procacidad que terminaba siempre en bofetada indignada. Desde que el programa salió del aire vemos a los actores que interpretaban a dichos borrachos hacer papeles secundarios en las películas venezolanas. Particularmente disfruto cuando hacen películas históricas, siempre cruzo los dedos esperando que hagan la voz de beodo que hacían en Bienvenidos y le suelten un chiste sucio a alguna de las jevitas del elenco enfundadas en sus corset y sus vestidos de… —chamo, ¿qué vaina es esa con la que hacen la ropa de nuestro cine? ¿Fieltro? ¿Tela ‘e cortina? ¿Foami?—. Pero no pasa :-(

Jorge Reyes: es un asesino polaco. Sí, un asesino polaco. Ajá, un asesino polaco. Sí, chamo, el pana Wilker interpreta a un asesino polaco. Y pelea con Boliroque. Con espadas. Sí, chamo, pelean con espadas. El asesino polaco que interpreta Jorge Reyes pelea con espadas. Ajá. Sí. En serio. Sí, igualito que cuando éramos chamos y hacíamos peleas con los rollos de cartulina mientras aguardábamos nuestro turno para la exposición de biología. Sí marico, igualito, pero más mamarracho y filmado por un camarógrafo que evidentemente jamás en su vida había filmado una secuencia de aventuras. Entones sí, Jorge Reyes es un asesino polaco que quiere matar a Roque como parte de una conspiración internacional para ejecutar un magnicidio contra un Bolívar en horas bajas.

Magnicidio: consiste en matar a alguien grande, puede ser un actor espontáneo, pero, por lo general, como se trata de personajes de una gran relevancia pública, ya sea por su peso en el mundo político, económico o religioso, este tipo de crímenes suele ejecutarse como parte de un complot. En esta película, la vaina consiste en que hay una conspiración internacional para matar al bigotudo. Pero claro, no piensen mal, eso NADA tiene que ver con esta otra conspiración (¿la numero cuál?, ¿alguien lleva la cuenta?) que fue “descubierta” el día de ayer. Ignoramos si a Bolívar también le gustaba anunciar magnicidios durante el breve periodo que gobernó Venezuela cada vez que iba a anunciar una medida impopular o cuando necesitaba agrupar sus fuerzas y acabar con las divisiones internas. Sería bueno que un historiador lo investigara y nos ilustrara al respecto.

Emos: adolescentes bi-curiosos, fanáticos de la música de My Chemical Romance, visten de negro y usan el peinadito favorito de Hitler; eran una tribu urbana muy popular a mediados y finales de la década pasada, y aunque ya su presencia ha disminuido bastante, siguen apareciendo por ahí en redes sociales para anunciar sus suicidios y escribir mensajes desesperanzados, ocasionalmente se toman fotos con los brazos manchados de salsa de tomate y las cuelgan en FB como prueba de que van en serio en eso de acabar con sus vidas. Bolívar era emo y por eso intentó suicidarse, de la forma más cursi que haya concebido cineasta alguno en la historia de nuestra cinematografía un intento de suicidio.

Cine venezolano: con sus excepciones, a veces es como la fantasía de un adicto al crack. Y es que sólo un piedrero podría concebir estas películas. En Hollywood los cineastas son adictos a la cocaína, de ahí que hagan un cine frenético; los cineastas europeos son adictos a la heroína o las pepas, por eso hacen cine intenso; pero los venezolanos sólo fuman piedra. Esa, al menos, es la única explicación posible a este arrebato de mala droga que periódicamente nos regalan nuestros cineastas.

Luis Alberto Lamata: cineasta de indiscutible talento, director de Jericó, una de nuestras mejores películas, y de alguna otra cinta notable, como El Enemigo y algunos segmentos de Boves y de Desnudo con Naranjas. Lamentablemente, y como todo lo bueno del arte en Venezuela, le picó un gusanito, el gusanito del poder. Sus últimas apariciones públicas han sido bien infelices, desdiciendo su talento y posible aporte al cine venezolano, ayer lo vi cumpliendo gustoso su papel como cineasta oficial en un programa de ANTV conducido por Frasso, disputándole el trono de mujiquita del cine venezolano a Román Chalbaud. Da como cosa ver a un artista de talento venderse así tan feo al poder; porque uno no lo lamenta por alguien como Azpurua, pero por un tipo como Lamata no deja de dar un sentimiento de contrahecho, como si al verlo a él así, arrogantote y haciendo más cabriolas verbales que Henry Ramos Allup para justificar su despropósito, estuviéramos viendo a toda una generación de cineastas, escritores y afines que se rindieron muy rápido y se vendieron por muy poco.

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