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Ejercicio a 4 manos con Victor Drax: Superhéroes

El juego está en escribir sobre superhéroes que todavía no existen o sobre su intimidad.

Comienza mi invitado, Mr Victor Drax

I

Bóxers de Batman

Recuerdo a esa noche no como una película, sino como fotografías. Bien patéticas, además: sentado en la camilla, en bóxers y medias. Bóxers de Batman. Todo el mundo necesita una inspiración, supongo.

La enfermera me limpiaba los puntos, cuidando más de no hacer contacto visual que de prevenir infecciones a mis remendadas puñaladas. Entendí que ella entendía. A lo mejor no sabe específicamente quién soy, pero sí que ando en vainas de disfraces. O sea, ¿cuántas veces un equipo médico se puede creer las excusas del paciente frecuente? Hace dos meses, “me resbalé” y me partí dos costillas; un mes después, un amigo “tuvo un accidente con su pistola” y me disparó en el abdomen. Hoy, “me robaron… mientras paseaba en ropa interior” (tampoco me iba a aparecer en la clínica con el traje). ¿Ahora qué? ¿Ella me guardaba el secreto o se lo contaba a una amiga? ¿Y qué tal si esa amiga corría la voz? No puedo decir que mi currículum justiciero sea impecable, pero sí he partido unas caras, las suficientes como para que, de revelarse que Israel Moreno es Penumbra, todos los Israel Moreno del país estén muertos en un mes. Vivimos en la época de las cámaras en los celulares, ¿alguien aquí me había tomado una foto? No lo sabía. Esa noche, soñaría que mi rostro aparecía en high definition, foto carné, en La Patilla.

Equis, calma. A lo mejor son paranoias mías normales de mi personalidad nerviosa.

—Paseabas de noche —dijo ella—. Por Caracas. En ropa interior.

—Es que hacía calor. Y, uhm… estaba con mi novia.

—¿Por qué no te trajo ella?

—Le asusta la sangre.

—Como que necesitas una novia nueva, entonces.

—¿Es esa una propuesta indecente?

Ni siquiera validó mi pregunta con una respuesta. Y así, he sepultado el último atisbo de mi dignidad.

Yo podría estar en la casa, jugando Dead Space y viendo Breaking Bad. Pero no. Tuvo que metérseme en la cabeza esto de “hacer una diferencia y salvar vidas”. ¿No crees que he intentado dejarlo?

La adrenalina. Es exquisita.

Si eres nervioso, olvídate de pelear contra el crimen con una máscara puesta. Esconder tu identidad es mucha presión. ¿Has visto Kagemusha? Trata de un delincuente que se hace pasar por un general importante. O sea, otro pana que esconde su verdadera identidad para alcanzar un bien mayor. Y… no quiero entrar en detalles, pero no termina bien.

V.D.

II

Superradar

Eso de ser un superhéroe nunca ha sido fácil. Los lugares inhóspitos, la doble identidad, las mascaras, las capas, los traumas de niñez, la soledad. Para H.A., Superradar, la situación era aún más complicada. Vive en un tiempo posterior, donde los superhéroes existen todavía, pero nadie los quiere o los necesita. Pareciera que la humanidad se cansó de ser rescatada periódicamente. Finalmente, la voluntad suicida se impuso, sin hipocresías, y ya resulta molesto que un tipo con algún súper poder se esté entrometiendo en el curso de los acontecimientos dizque haciendo el bien por un colectivo que prefiere la caída libre.

La otra razón era que el espectáculo se había desvirtuado profundamente. A Súperradar le espantaba la idea de convertirse en el protagonista de un reality show. Porque eso era exactamente lo que iba a pasar si él osaba ponerse una capa y escurrirse en las situaciones donde podía ser útil. Las personas iban a comentar, los periódicos iban a reportar, E entreteiment y Mtv lo iban a buscar debajo de las piedras, y le iban destruir el único súper poder que tiene: la capacidad de advertir segundas intensiones.

H.A. no podía estar rodeado, por mucho tiempo, de políticos, vendedores profesionales y ejecutivos del negocio del espectáculo. La migraña no le haría justicia al dolor que sentía en esos bochornosos momentos. El mundo moderno le impedía ser un superhéroe tradicional. Y él necesitaba construir su alter ego, darle una forma y un contexto para poder liberar su frustraciones y hacerlo productivo para la sociedad. Esa imposibilidad era su tragedia.
Nunca les dijo nada a sus padres. Tuvo que madurar muy rápido, ya que desde que tiene uso razón pudo ver claramente el juego de doble intenciones que es la educación de un hijo. Claro, esa primera experiencia ha sido la más grata y sincera que ha vivido nunca. En aquellos tiempos se trataba de antojarse de una bicicleta y escuchar a sus padres decir que se la comprarían, y saber una vez terminada la frase, que no sucedería, que habría que esperar mejores tiempos. O ver a su madre “ordenando su cuarto”, una vez que estuvo deprimido, más de lo usual. O cuando peleaban, o cuando estaban en situaciones difíciles, y sonreían y decían que todo estaba bien. O la vez que se sentaron con la intensión de hablar de sexo. Nada más les vio la cara se tiró en el piso de la risa, era absurda la situación, incomoda, hilarante. Pero la mayoría de las veces no tenía que usar su súper poder.

Sus traumas no vienen de la niñez, ésa es otra característica atípica de su condición. La dualidad, la insoportable carga, era el súper poder mismo.

La primera que supo la verdad fue Amanda, desde que ambos tenían 11 años y compartían el mismo transporte escolar. H.A. trataba de no interactuar mucho, sólo lo necesario, ya que si por descuido ponía en evidencia segundas intenciones iba a parecer más raro de lo que ya era.

Pero Amanda era tan distinta, tan transparente, pero a la vez tan picara, tan buena con los juegos de doble sentido, tan irónica, tan diestra llenando las palabras de ambigüedad deliberadamente, que H.A. no tuvo más remedio que rendirse a su encanto. Era su némesis pero a punta de genialidad, de clase, de elegancia.
Además, ella es salida de un comic, dibujada. Han sido mejores amigos desde entonces.

(—No eres su tipo

— ¿De qué hablas H.A.?

—Amanda siempre me lleva a sus primeras citas con unas excusas absurdas para que le dé el informe del sujeto… No eres su tipo.

— ¡Por dios! Estoy escribiendo nada más. ¡Transcribiendo lo que me dijeron ambos en la entrevista!

—Claro que sí, estás escribiendo… “Sacada de un comic”, “Dibujada” ¡Por favor!

—H.A., me dejarías seguir haciendo mi trabajo

—Ustedes los escritores, haciendo los que no quieren la vaina, palabra, palabrita, nos joden a todos. A veces, claro. De todos, son los que mejor me caen. Son más sinceros: Sexo, reconocimiento, libertad, en fin…

— ¡Ahhhh!

— ¡Vamos! ¿Vas a escribir la historia de Súperradar, sentado al lado de Súperradar, y no vas a dejar que me divierta?

— Mañana pido cambio de habitación.

—Te estoy jodiendo. Tal vez tengas chance.

—Ya)

Amanda fue un apoyo fundamental, pero a medida que iba creciendo las cosas no hacían sino empeorar. Y no hablamos de la adolescencia, esa etapa es patética para todos, seas superhéroe o no, pudiendo advertir segundas intención o no. Pero una vez en la adultez el circulo se fue cerrando. El problema de tener un don por el que muchos pagarían es que se es víctima del interés de los otros. Es peor que tener dinero o poder, o ser absurdamente hermoso y sexy, es hasta peor que tener el mejor juguete de la cuadra. En esos casos se vive de la ilusión hasta que la verdadera intención se pone en evidencia, detrás de la más fiera sonrisa o el mejor cumplido. Súperradar no contaba con es cuartada.

Decidió estudiar matemática pura. Necesitaba exactitud, refugiarse en la transparencia de las operaciones matemáticas. Se rodeó de ábacos, reglas, metros. Ni el más talentoso timador podía demostrar que dos mas dos era cinco. Cuando descubrió que lo único que no tiene patrón constante son los números primos, que salen cuando quieren, sintió algo de desazón, pero estuvo dispuesto a perdonar ese misterio.

Pero Súperradar no era Batman, y después de acabar sus estudios necesitó trabajar. Después de ver los anuncios de empleo en el periódico deseó con toda su suerte simplemente tener mirada laser para calentar el café y así ser un calentador de líquidos o cortador de vidrio. Nadie quería a un matemático y él había decidido trabajar en un sitio donde no estuviese rodeado de mucha gente. Por los momento no había resuelto si sería un superhéroe tradicional o vivir una vida normal y antes de morir dejarle sus memorias a Dan Brown a ver si lograba escribir un bestseller decente. Finalmente se convirtió en Bibliotecario.

La biblioteca era un lugar tranquilo. Muy pocos venían con segundas intenciones.

(—Viejo, ROLO DE CLICHÉ…

—…. Ya, no voy a escribir más.

—LOL Chilax, man… Me debí ir a trabajar a un burdel. Gente congruente.

—Tú, violando la principal condición por la que acepté este encargo, me está provocando que mande esta biografía a la mierda. Voy a dar una vuelta por el jardín.

—Jejeje Vale, vamos a fumarnos un cigarrito antes de que venga la enfermera con las pepas. No te olvides de poner el aviso.)

Esta historia continuará…

A.P.B.

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