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Sobre cómo predicarle al coro con las palabras equivocadas

Cada vez que alguien escribe algo como:

Movimiento politico de ciudadanos libres dispuestos a enfrentar,detener y derrotar a este regimen que esta llevando a Venezuela hacia un estado comunal

Nacen 100 niñitos que votarán por Chávez.

Pensaba que habíamos superado esa etapa en la que usábamos las palabras marcadas por el chavismo. Pero pareciera que todavía faltan 10 o 20 años para aprender que si el poder te indica cuáles son las palabras que debes usar, no debes usar esas palabras. Chávez renueva sus consignas cada año, mientras tú sigues hablando de «régimen» y «comunismo» y la eterna deriva hacia el acabóse.

En un país sin responsabilidad, el lenguaje no es importante, es todo. Mientras sigan haciendo nuevas propuestas que usan el viejo lenguaje, serán viejas propuestas.

También pensé que habíamos superado las encerronas del autoaplauso. Pero parece que no. Todavía hay gente que piensa que «derrotar» al «totalitarismo» no requiere de ningún tipo de creatividad, ni de hacer el esfuerzo por alcanzar al otro que se crispa cuando escucha «rrrrrrégimen». Parece que una vez fracasada la teoría del chavismo light, las viejas comecachitos vuelven a sus reuniones de junta de condominio, los guapos del teclado derivan a sus foros en el Hotel Tamanaco y la sociedad se rasga un poco más.

Durante la campaña, me llamaba la atención que los veinteañeros reciclaran las formas de principios de la década pasada. Me parecía singular, pintoresco. Inclusive los lamentos de la derrota eran similares, tan melodramáticos y rocambolescos como en 2004. Pero estoy comenzando a entender –al fin– que así es como funcionan las cosas: el poder te presenta el lenguaje que puedes usar y tú le sigues el juego. Así hagas resistencia intelectual, la mayoría decidió olvidar lo que aprendimos en esta década, la mayoría decidió no enfrentarse a lo que somos y prefirió refugiarse en el confort de las consignas, en foros y salones donde todos están de acuerdo y se felicitan y se aplauden y «ahora sí». Por esta vía llegamos hasta el 2056, porque predicarle al coro es fácil, mientras que hacer política, no.

 

 

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