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Pin! Pan! Blue

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Para seguir echando gasolina en la hoguera donde en este mismo momento se quema mi orgullo intelectual: De vez en cuando me gusta leer (ahí tiene material para seguir denigrando de mí el estirado profesor que me llamó impotente por no ser un groupie de Capriles, así anda el «debate» académico en el país, no se dejen engañar, carajo… si las paredes hablaran y ciertas listas de correo fueran públicas, como debería ser con fines de contraloría social).

Digo que de vez en cuando me gusta leer para no faltar a la verdad. Si digo que soy un gran lector, luego viene alguien y me cita a Murakami y quedo como el güevón que soy. O alguien se agarra de eso para enrostrarme contradicciones que yo (como buen ignaro, deficiente mental, incapaz y bueno-para-nada) no estoy en capacidad de notar. Qué vaina, mi llave.

Leí en estos días la reseña de Liubliana, de Eduardo Sánchez Rugeles, que puso por acá el pana Golcar (excelente, como siempre) y casualmente en estos días el volumen junto al trono de cerámica resultó ser una novela bastante prescindible de finales de los noventas, y de la cual tal vez hayan oído hablar (no osaré pensar que leyeron semejante bazofia): Pin! Pan! Pun!, de Alejandro Rebolledo, editada en 2000 por Libros Urbe.

Y resulta que no me parece descabellado comparar Pin, Pan, Pun con la opera prima del mentado Sánchez Rugeles: Blue Label. Las dos las leí íntegras, con no pequeño entusiasmo. La primera, por cierta identificación generacional, supongo; la segunda, porque me daba cierto morbo la voz narrativa que había escogido Sánchez Rugeles: una adolescente díscola y tirona. Interesante.

¿Por qué digo que pueden compararse? Por el tema. Ambas son o quieren ser el retrato de una generación. La novela de Rebolledo es bastante rocambolesca, los personajes son algo exagerados, algunos diálogos son poco naturales, forzados. En ese aspecto la técnica novelística de Sánchez Rugeles es superior. Algunos de sus personajes son demasiado intensos para mi gusto (qué digo algunos, si son casi todos) pero los diálogos se sienten un poco menos artificiales. La carajita, Eugenia Blanc, es bastante verosímil, después de todo. Su deseo de irse a Francia también. Los adolescentes de Pin, Pan, Pun oyen a Los Panchitos Sin Futuro en un sótano de Caracas, en los ochentas, y ya algo más crecidos escuchan a Atahualpa Scott y Chicken Distorsion (un trasunto ficticio de Nirvana y Kurt Cobain, me parece). Mientras que Luis Tévez en Blue Label escucha a Bob Dylan.  Sofisticación beatnik vs. chaborrismo punk. Qué de pinga eran los noventas.

También coinciden en que los protagonistas de ambas novelas quieren irse del país. Rebolledo escribió la suya a finales de los noventas, dato a toma en cuenta.

La cosa es que yo me quedo con Pin, Pan, Pun. No ganó ningún premio de novela, es una chaborrada noventosa, pero la siento como más real. Y eso que no es un coño realista. Algunos de sus pasajes derrochan un humor nihilista y vitriólico del cual Blue Label carece. Pin, Pan, Pun está consciente de sus limitaciones. Blue Label no. El final de la última es llorón, autoindulgente, fofo. El final de la primera es el único que podía tener: una última chuscada en boca del protagonista antes de lanzarse al vacío. Termina mal, en un caos mucho  mayor que el del principio. Luis Lapiña es un rancho, pasa por un periodo de aparente redención para que finalmente su chaborrismo esencial lo golpee en la cara (acompañado de una buena dosis de aguacate, mayonesa y pollo) y lo muestre como el bichito dañao de Los Palos Grandes que nunca iba a dejar de ser.

En cambio en la otra el protagonista, un pana todo intenso ahí, del este del este, coincidencialmente llamado Luis Tévez, termina suicidándose por razones más o menos baladíes y sentimentaloides. Eugenia termina en París, década y media después, dando muestras de cuánto ha madurado. Como nota curiosa: los personajes de Pin, Pan, Pun que logran emigrar, no terminan tan bien como ellos suponían. En esencia siguen siendo lo mismo que acá, pero allá.

Diría Lapiña: «me cago de la risa».

Blue Label habla de Chávez, Willian Lara y Vanessa Davies. De Cilia Flores y un intento de linchamiento en el San Ignacio. Mira la realidad desde el este del este. Los adultos son que si exPDVSAS despedidos cuando el paro, militares (y civiles) acomodados con el chavismo, gurúes.

Pin, Pan, Pun habla de Chávez, pero también del caso Vegas, del Chino Cano (ahí, con disimulo), de Petare, pobreza, desespero, jibareo. Habla de la clase media viniéndose a menos poco a poco, Servando y Florentino, El León, la CTPJ (como se llamaba entonces) y Caricuao. El propio melting pot caraqueño.

Así, de forma poco sorpresiva y reflejando mi dudoso gusto literario, me quedo con Pin, Pan, Pun. Hace poco la reeditaron. No pierdan su tiempo leyéndola, no les va a gustar. No da caché ni es snob.

Que no sea marico nadie.

 

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