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Justin Bieber(Never say Never): Compañero de Viaje


Quiero cerrar la semana con otro documental sobre música, para no perder el hilo de la coherencia.
Empezamos el lunes con “Get Thrased”, el miércoles recomendamos “Lemmy-The Movie” y hoy procedemos a comentar,“Justin Bieber: Never say never 3D”, muy a pesar del criterio de los guardianes del buen gusto, de los inquisidores del niño estrella y de los críticos ortodoxos, quienes me tacharan de vendido, negligente y equivocado por dedicarle una nota a la película del nuevo chico bonito de la industria del disco, sin caer en una ridícula sarta de descalificaciones. No me interesa. Pero tampoco voy a escribirle una carta de amor al protagonista. Por ende, pueden respirar tranquilos.
En realidad, deseo compartir con ustedes mi experiencia al ver la cinta en un vuelo de Avianca, cuando iba de Bogotá a Sao Paulo para asistir al Prix Jeunesse de cine infantil.
Las pobres azafatas acababan de hacer su trabajo robótico de servirnos la cena por dosis microscópicas e insípidas como de “2001”.
En efecto, Stanley Kubrick tenía razón, porque cada vez ofrecen menús más prefabricados,desabridos y compactos, durante los viajes por avión. De igual modo, somos introducidos en pequeñas cápsulas donde aguantamos con estoicismo, a cambio de un traslado continental entre incómodo y traumático. Solo los de clase ejecutiva reposan y navegan con cierto confort.
A los de turística nos toca conformarnos con el ambiente de una ruta troncal, de un Expreso Accidente de la carretera de Oriente, de un Metro de Caracas en hora pico. Hasta un Bus Cama es mejor. No les miento.
Así funciona el sistema aéreo y algún día va a colapsar. Y no hablo de un once de septiembre. Se viene un estallido cual caída de la dictadura de Túnez y Egipto. Anótenlo en la agenda. Será una rebelión de maletas y clientes humillados por pagar con su valioso tiempo y paciencia, la enorme crisis del sector en seguridad, atención y diligencia.
Por eso, hay tantos retrasos, reclamos y problemas. No es culpa de usted o de un grupito de malos ciudadanos. No sea ingenuo. Es responsabilidad del sistema, apadrinado por el estado y la empresa privada. Insisto con el punto. Una utopía devino en distopía. Todo es consecuencia del ahorro y de la reducción de personal(para mantener los márgenes de ganancia), así como de las paranoicas condiciones de control de la estructura a raíz de la debacle de las dos torres. Yo me conozco, al pie de la letra, cómo se organizó el despelote, tras el hundimiento y la depresión del 2001. Fíjense.
Las líneas aéreas se fueron a pique. Después regresaron con un grado mínimo de operatividad, luego de despedir a cientos de empleados. Los pasajeros descubrieron rápido el timo por el menoscabo de sus privilegios. Las protestas llegaron puntualmente. ¿Cómo las frenaron? Militarizando de manera fascista el contexto de marras, bajo la sombra del chantaje político de la lucha contra el terrorismo. No es teoría conspirativa. Es la cruda verdad. Moraleja: el modelo se replicó en medio mundo y actualmente nos oprime con su poder monopólico, cuyas únicas alternativas son el derroche y el acceso restringido a una zona VIP.
Por ejemplo, en Venezuela sufrimos las consecuencias de la mano de la guardia nacional y de los institutos aduaneros del ramo. Nos revisan como delincuentes, nos interrogan como policías y nos detienen por cualquier necedad. Yo soy joven y no me pelan. Para ellos, yo soy una potencial mula, un camello de carga de dediles de cocaína, adiestrado por la conspiración internacional del narcotráfico. No me hagan reír. La GN controla el negocio de la distribución en el país. Únicamente les preocupa usar su fuerza para contener a la competencia de los pequeños carteles. Igual sucede en las cárceles de la Quinta República.
De ahí la afinidad de la arquitectura de la prisión con la edificación de un aeropuerto. En el fondo es lo mismo.
De vuelta entonces a mi celda de ciencia ficción, una micropantalla del tamaño de una tableta Ipad, me expone un menú de opciones a la carta del entretenimiento lumpen, del mercado de consumo para grandes y chicos, de la sociedad anónima del espectáculo mainstream, de la programación del pensamiento único a través de la supuesta diversidad de alternativas. Mentira. Es pura dieta Super Size Me, fabricada en las máquinas de churros de Hollywood y sus franquicias independientes.
Por no dejar, incluyen dos horrendos films colombianos, en la cola del listado de éxitos y blockbusters de la temporada. Para apaciguar a adultos vaporosos y culturosos, les conceden la transmisión del último bodrio de Sofía Coppola. Prefiero pasar de largo y calmar mis nervios con una auténtica muestra del Soma inyectada por el laboratorio audiovisual de Avianca.
Me pongo los audífonos, le doy “play” a la de Justin, un sonido chirriante aturde mis oídos, y en general, estoy listo para someterme a la versión posmoderna del método Ludovico de “La Naranja Mecánica”. Idéntico a las condiciones de vuelo de los presos en “Camino hacia Guantánamo”. Uniformados, cegados, amarrados a su puestos, desconectados del entorno, alienados y abstraídos en una recámara envolvente de pérdida de la sensibilidad. De tal modo, retornamos a la época de la infancia, cuando somos vulnerables y podemos ser manipulados con mayor facilidad. Es la doctrina del shock.
Para mi sorpresa, la cinta arranca con los motores en alto. Nos narra al ascenso meteórico del hijo pródigo de la red 2.0, desde sus primeras incursiones en youtube hasta convertirse en el perfecto American Idol para modelar y cincelar como caballo de Troya del impermeable y difícil público juvenil de digitales nativos,cultivados por las matrices del second life.
Voluntaria o involuntariarmente, la película de Justin Bieber es un testimonio brutal de los cambios pragmáticos y Gatopardianos acontecidos en la industria de la música, a causa del eclipse del viejo régimen y del esplendor de las plataformas “abiertas” de la internet.
Por ende, el film desnuda cómo el lado oscuro instrumentaliza a la web para sacarle partido económico, en un jugada populista de aparente ganar ganar, aunque la victoria total le favorezca al reinado de lo kistch, al conquistar y domesticar un campo abonado para la mentada democratización de la creatividad.
El documental demuestra la efectividad del trabajo de espionaje y cooptación hecho por las corporaciones en el seno de la red social, para descubrir a las nuevas sensaciones y fenómenos del presente y el futuro. Por consiguiente, Justin Bieber constituye el arquetipo del ícono de masas de la generación de relevo, según los clásicos estándares del sueño de la tierra de las oportunidades y la mitología canónica del “self made man”. Una ilusión óptica de la demagogia cultural al uso para conservar el rebaño en armonía, al ritmo de los compases inofensivos y pegajosos.
Musicalmente, la fórmula y la marca Bieber se maneja con el andamiaje de una compañía fordiana, bien aceitada, donde impera la división del trabajo y la identificación ciega con el principal producto y jefe de la ensambladora, asesorado y secundado por gente como Usher y Boyz II Men, en una relación de estricta simbiosis capitalista. Nada diferente al aprovechamiento de la imagen de Dudamel por parte de la propaganda socialista del gobierno bolivariano. Ambos son flautistas de Hamelín, domeñados por los titiriteros de la comarca, para marcarles el rumbo sonoro a los niños de la aldea global.
El nudo argumental presentará a la familia de Justin como un ente indivisible y necesario en el desarrollo de su talento innato. Los padres conseguirán identificación por medio de la exaltación de los representantes legales del elegido.
Aquí notamos una curiosa antítesis y diferencia de cara al documental, “My Kid Could Paint That”, donde unos progenitores codiciosos explotaban las tempranas vocaciones por el arte de su bebita, de su hijita.
En cambio,el retrato de los padres de Justin es un dechado de virtudes, un traje a la medida, un rosario de baladas afectivas y sentimentales, un ramillete de la cursilería. Cero peleas, cero disfuncionalidad,cero discusión, cero regaños. Parace un sitcom edulcorado de los ochenta. Más realidad hay en “Los Simpson”.
En todo caso, la condición documental de la película se limita a registrar las incidencias de la gira de Justin, las declaraciones de amor de las fanáticas, las entrevistas glorificadoras de los incondicionales y los clichés calcados de la beatlemanía de “A Hard Day’s Night”.
En el 2011, todavía permanece vigente el legado de Richard Lester y los cuatro de Liverpool, más allá de las tergiversaciones y manipulaciones de los “copycats” del tercer milenio.
En tal sentido, Bieber es la quintaesencia del plagio, el remedo y el remix del siglo XXI, al adoptar las poses, los timbres de voz y las coreografías de Michael Jackson, Justin Timberlake, Vanilla Ice, M.C. Hammer y New Kids on The Block.
La fiebre Bieber evoca el refrito noventoso de la calentura de hormonas de la pubertad, provocada por el impulso de la burbuja de Macaulay Culkin, condenada a estallar en mil pedazos. El futuro asegurado para Justin, pero censurado por su documental de héroe épico de la semana.
Por tanto, echamos en falta las opiniones conocidas de los disidentes y de los refractarios al encanto del adolescente de las pollinas planchadas con secador, las imposturas de fetiche de “Muerte en Venecia”, las sonrisas de objeto de deseo y adoración andrógina, los vestuarios mutantes de “B-Boy” aconsejado por un Zar de la belleza fashionista, metrosexual y Emo.
Adecuado para sentarlo en el banquillo de los acusados de “Bruno”. A la película le sobra solemnidad y le falta una parodia como de Saturday Night Live, de Sacha Baron Cohen. El humor autoconsciente casi brilla por su ausencia.
A partir del segundo acto, la bomba del guión comienza a desinflarse mientras los cartuchos de la pirotecnia amenazan con extinguirse antes del desenlace. Los minutos restantes son un descenso accidentado hacia al abismo de un formato 3D sobrevalorado, y paradójicamente mejor definido y apropiado para una micropantalla de un avión de Avianca. Allí es su lugar y su réquiem indicado. Una sala de cine le queda demasiado grande.
Cuado llegan los Boyz II Men y Usher, ya es tarde para revertir el despropósito. Justin no logra sostener solo su película hasta la conclusión y requiere de refuerzos. Los temas del medio son una calamidad y los himnos del mozalbete aterrizan con demora.
Igual me tripeo a Justin cantando “Never Say Never” con el monstruico de Jaden Smith, dando patadas de Karate en el escenario.
Al momento de Baby, las luces del avión se apagan y todos duermen. Como en un video clip de Spike Jonze, le pongo pausa a la película y me voy hasta el baño para descargar. En el trayecto imito los pases de Justin y me siento como Walken en “Weapon Of Choice”.
Acá me reconcilio con Justin y el cine basura de Avianca.
Definitivamente, y como consuelo, nadie nunca nos quitará lo bailado.
La película se la arma uno solo en la cabeza, como en “Brazil” ante el encargado de practicarle la lobotomía al protagonista.
Lo demás son pamplinas.
De repente, por arte de magia, entramos a una zona de turbulencia.
Los bombillos se encienden y termina la función.
Vuelvo a mi silla a continuar mi operación, mi pesadilla de vuelo con Justin.
Mi amiguito imaginario.
Próxima parada: compararlo con el despegue nacional de la aereolínea Lasso, bendecida por los muchachos de la farándula y los entendidos de la escena, porque hijo de gato, caza ratón. Muero de la risa.
Next Stop: caída, ostracismo, olvido, descenso, bancarrota.
Materia pendiente: el empate de Justin con Selena. El tabú número uno del documental de Bieber.
Es una pacatería como de Disney,tipo el largometraje de los Jonas Brother,la saga «Crepúsculo» y la novela de «Harry Potter».
Los equivalentes contemporáneos del folletín romántico,puritano,reaccionario y desechable del vano ayer.

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