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IRSE O NO IRSE: ¿ES ESA LA CUESTIÓN?

Si tu grupo está loco o borracho, sólo tienes dos opciones: volverte loco, emborracharte como ellos o irte para otro lugar.

paráfrasis de un aforismo de Alejandro Jodorosky

Puede que no te guste, puede que no estés de acuerdo, pero la realidad es que irse o quedarse en Venezuela es una decisión personal. Un cálculo racional, como dirían los economistas o los psicólogos cognitivos. Si en la balanza pesa más el lado lógico, haces tu plan, agarras tus peroles y te vas lo más rápido que puedes. Esto por algo muy sencillo: las matemáticas no dan. Aún en el caso de que surja un cambio radical que se implemente ahora mismo, la recuperación de las instituciones (o mejor dicho, la creación de nuevas instituciones), el cambio cultural para que los venezolanos comiencen a respetarse unos a otros, la creación del bien común (inexistente en la Venezuela del «agarra tu pedazo porque ahora es de todos»); todo eso tomaría unas cuántas décadas. Lo más grave es que ese cambio radical hipotético es sólo un sueño. La crisis político/cultural en Venezuela apenas se despliega (14 años no son nada en términos de procesos sociales). Así es: te guste o no, lo creas o no, aún no has vivido lo peor. Por eso la gente se va, porque no hay seguridad social de ningún tipo y, sin eso, la vida individual, todos los sabemos muy bien, se convierte en irritación continua, en ese purgatorio que vives especialmente si estás en Caracas.

Ahora bien, si en tu cálculo pesa más lo afectivo, te quedas. Por un lado, te duele demasiado el desgarro que supone emigrar, te asusta la incertidumbre de comenzar de nuevo, entre otras ansiedades. Por el otro, no quieres dejar a tu mamá, a tu abuelito, a la mascota de tu pareja… Como me dijo una amiga, «yo se dónde está mi corazón», haciendo alusión a que, de irse, estaría lejos de sus seres queridos. Si te quedas es porque hay algo que te ata, algo que valoras más que las razones que les dan la fuerza a otros para irse.

Ambas posiciones son respetables, pues los seres humanos tenemos un cerebro y también un corazoncito. Lo interesante es que en la realidad las cosas no son tan sencillas, precisamente porque ese cerebro y ese corazoncito interactuan en un sistema llamado cuerpo. De manera que a la hora de la chiquita, tanto irse como quedarse son decisiones complejas. Te quieres ir pero te da culpa; te quieres quedar pero te da rabia, por nombrar las experiencias más comunes. Por eso los pocos amigos cercanos que me quedan en Venezuela siguen allá, todavía haciendo planes para irse. Hasta donde sé, sólo uno asumió su decisión de permanecer allá y, muy importante, está tranquilo con ella. En medio de todo, disfruta de lo que él llama «este laboratorio de la Nada».

Además de este hecho interesante, el de la ambivalencia, hay otros fenómenos más espinosos. Puede que hayas tomado tu decisión de quedarte, pero precisamente por esta ambivalencia de la que hablo, cuando ves a otros que agarran sus maletas y se van, te confrontas con tu propia inseguridad. Especialmente porque en la «Venezuela socialista de todos» las oportunidades son aún más asimétricas que antes. De hecho, sólo se va quien puede, no quien solamente quiere.

Con esto añadimos otra dimensión a lo ya de por sí complejo. Puede que seas pariente del Dr. Spock, y que tus acciones se guíen solo por la razón más aséptica. Aún así, si no tienes los requisitos básicos, olvídalo. No te vistas que no vas. La diáspora venezolana es evidente y, por ejemplo, cuando el gobierno panameño notó que, si la cosa seguía así, el 10% de la población iba a ser venezolana, de inmediato puso visa a los venezolanos (además, ¿para qué más cybercafés en ciudad de panamá? Este es el único tipo de negocio que se le ocurrió a los venezolanos para que les dieran la residencia como inversores). Igualmente, la embajada de Australia se fue del país, colocando distancia para el aluvión de solicitudes para inmigrar a esta parte del primer mundo. La embajada de Canadá no se fue, pero también puso visa a los turistas, frenando la avalancha de venezolanos que entraban y pedían asilo (este punto en particular me parece fascinante: la lista Tascón y los desalojos armados de los campos de PDVSA dieron residencia canadiense a un montón de Venezolanos, la mayoría ahora en la costa Oeste, donde está la industria petrolera). Las medidas de la embajada canadiense cada día se ponen más duras, al punto de que para 2010 muchos estudiantes de inglés tuvieron que cambiar de destino (¡claro, están en edad de irse!). Ahora ir a Canadá es igual, quizás peor, que intentar ir a Estados Unidos. Por eso lo que queda es la emproblemada España. De allí que la exacerbada xenofobia de los españoles hacia los sudacas hoy en día se deposite en los venezolanos, en particular (para este destino, además del pasaje, necesitas los cojones que se requieren para vivir de ilegal). En fin, a estas alturas del partido, las opciones para irse se hacen más y mas estrechas, lo que significa que la emigración desde Venezuela es cada vez más elitesca.

Es en este coctel que vemos las reacciones patrioteras y los chantajes emocionales tipo «no es posible que la solución sea irse», «vendepatrias», «este es mi país», «¿si lo tuyo con Venezuela fuese una relación de pareja, te irías al primer problema?», entre muchos otros pseudoargumentos. Y digo pseudoargumentos porque, volviendo al punto, irse o quedarse es una decisión personal, basada en un cálculo individual (por eso si una pareja no se pone de acuerdo en tener la misma decisión, tarde o temprano se rompe y cada uno agarra para su lado). No, la relación con Venezuela no es como la de una pareja. De hecho, la idea de una tierra a la que se pertenece es un invento romántico. Para el liberalismo cosmopolita, tanto como la izquierda de verdad verdad (junto a otros grupos, como los anarquistas), la idea de un país al que se pertenece es opresiva pues, en esta aldea global, la humanidad no debería estar compartimentalizada en cajas llamadas países porque, a fin de cuentas, de ahí es de donde surjen todas las exclusiones y discriminaciones aludidas en el párrafo anterior.

Así que si te quedas por cuenta propia, asúmelo y acepta que hay otros que toman otro tipo de decisiones. ¡Venezuela está mal y parte de la crisis se debe a esa simbiosis donde no se permite la diferenciación individual! Nos vamos porque nuestro país nos abortó; nos vendió una imagen de la vida y de la sociedad que no sólo no es capaz de cumplir, sino que además, en este preciso momento, es justo aquello que este gobierno quiere destruir. Nos dió una educación para convertirnos en los nuevos excluidos, porque en esta «revolución» no importa lo racional -nuestras profesiones modernas- sino la identificación con el máximo líder. Nos vamos porque esta crisis apenas comienza y no será nuestra generación la que vea la luz al final del tunel. Estamos apenas en la fase de tratar de acabar con lo diferente (v.g. «si piensas distinto eres contra-revolucionario»). Esto indica que el país necesita hundirse más en su miseria, hasta que se de cuenta que la sociedad no es un todo homogéneo; que el éxito depende, precisamente, de abrirse a la pluralidad y a la diversidad, pues así es que estamos configurados nosotros en este momento de la historia.

Si te quedas porque no te queda de otra, sólo puedo darte un consejo; apúrate a organizarte en grupos y desarrollar conciencia política (capaz y así aceleras un poco la llegada de la VI república). Deja de pensar que Chávez en la causa, pues él es sólo la consecuencia de nuestras miserias como colectivo. Deja de quejarte por twitter y haz acciones de verdad (luego puede tuitear sobre esto, pues esta estrategia sí sirve). Lo más importante: busca romper la metáfora que estructura todos nuestros males, esa división cacique-mártires de la que te hablaré en mi próximo post.

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